miércoles, 30 de abril de 2014

Mejor Úrsula

En el discurso de recepción del premio Nóbel, Gabriel García Márquez describió los habitantes de América Latina bajo los prototipos de “hombres alucinados y mujeres históricas”. Esos prototipos se encarnan en Cien años de soledad en los personajes de Úrsula Iguarán y Aureliano Buendía. Ella, la mujer histórica; él, el hombre alucinado.

Úrsula fue el centro de la familia Buendía, de la casa –primer nombre tentativo de la novela– y, en buena medida, de las relaciones informales que sostuvieron a Macondo. Después de su muerte, se consumó la decadencia de ese mundo local y ficticio, que es a la vez todos los mundos reales del mundo. Úrsula Iguarán es la figura del sentido práctico, la razonabilidad y la cordura.

Aureliano Buendía fue el hijo díscolo que llevó los delirios exploradores de su padre a la política, convirtiendo las diferencias de partido en una guerra atroz de la que no salvó ni siquiera a su familia, sospechando hasta de su propia madre y ordenando con una simple mirada las acciones violentas más insospechadas. Aureliano es la figura del idealismo demencial y el desbordamiento de las pasiones.

García Márquez siempre reverenció el modelo de la mujer histórica como la gran esperanza de un continente y un país que no respetan la vida ni le abren campo al amor. Por desgracia, el lector colombiano promedio sigue romantizando a Aureliano Buendía y de paso venerando a los que han promovido todas las guerras de nuestro país. Úrsula Iguarán, en cambio, como los representantes de la civilidad y la moderación en el país, ha sido ignorada como ejemplo. Ella, la mujer que llegó hasta a oponerse a su hijo y que se enfrentó a los guerreros para que no mandaran en la vida de la gente.

El propio novelista vivió esta contradicción: el hombre doméstico y tímido, entregado a su familia y a sus amigos, era el mismo personaje que atravesaba medio mundo para almorzar con un tirano como Castro o un político interesante como Adolfo Suárez. Solo un detalle biográfico en la vida del hombre singular que llegó a ser el escritor más importante de la lengua castellana en los últimos 4 siglos. La tragedia es de la comunidad llamada Colombia, embriagada por una alucinación periódica distinta, a la deriva como el náufrago Luis Alejandro Velasco.

Funeral. El gobierno más ineficiente del que se tenga noticia, el de Juan Manuel Santos, ni siquiera fue capaz de organizar un homenaje apropiado para nuestro escritor. Desde la tarjeta de invitación, en la que se tenía “el agrado” de invitar al acto fúnebre, hasta un vallenato con violines. No se hable, de encerrarse en la catedral primada, ofendiendo al difunto e incomodando a la propia Iglesia. Ahora un congresista de la unidad nacional quiere ponerle su nombre al capitolio. ¡Párenla!

El Colombiano, 27 de abril

martes, 29 de abril de 2014

Idolatría y complejo de hideputa

Simpatizo con las notas templadas de algunos comentaristas que procuraron hacer que el trabajo del duelo por García Márquez fuera ecuánime, distante, pleno de aquello que Max Weber llamara la neutralidad valorativa. Tal simpatía se me suscita por reacción a la lagartería de las élites colombianas, todas las políticas y faranduleras –indistinguibles– y unos pocos empresarios.

Sin embargo, las advertencias contra la idolatría en Colombia son tan superfluas como los peligros de la modestia en Argentina. Colombia fagocita cualquier proyecto de héroe o de mito. Nariño, Bolívar, Santander, Núñez, todos han sido destruidos. Isaacs, Silva, Carrasquilla, Barba, son referencias en la penumbra.

Lo que más abunda en el país es lo que Fernando González llamó el complejo de hideputa: la vergüenza de lo propio. Es el caso que los comentaristas extranjeros no paran de elogiar la grandeza de la obra de García Márquez. El mexicano Jorge Volpi dijo de él: “Con Borges, el más grande narrador en lengua española del siglo XX”; el español Javier Cercas comparó Cien años de soledad con El Quijote, como lo había hecho Neruda hace 40 años; la estadounidense Ericka Beckman –en Dissent– lo señala contenidamente como: “el escritor latinoamericano más conocido de todos los tiempos”. Ahora resulta oprobioso que nosotros nos prodiguemos en laudatorias.

miércoles, 23 de abril de 2014

Álbum

No siendo uno brasileño ni italiano, ni siquiera mexicano o alemán, la expectativa más emocionante de cada cuatrienio está lejos de ser la actuación de la selección Colombia en el campeonato mundial de fútbol. La única cosa probable y animada después de un periodo tan largo es conseguir y hacer el álbum del mundial; el álbum de caramelos como decimos antioqueños y caribes.

Hago álbumes desde 1966 –acompañado en ese entonces por mi tío– hasta hoy con mi familia, de la cual la nieta de 5 años dicta números, despega láminas y critica caras. Son 13 faenas, de las cuales se salvan 9 gracias al invento del autoadhesivo que superó el poder efímero del engrudo y la goma. Panini –si no estoy mal– llegó al país en 1982. Empezó mundialmente en 1970, cuando ocurrió la epifanía del fútbol mundial que hizo que este deporte pareciera arte, como dijo un historiador inglés. Los que vimos ese campeonato somos como los testigos de Emaús, que podemos sonreír con benevolencia cada vez que los más jóvenes nos hablan de grandes partidos, grandes equipos o grandes jugadores.

Hacer el álbum en muchos medios era visto como lujo, excentricidad o puro ocio. En todo caso algo reprochable. Así que los aficionados empezamos a desarrollar cierta capacidad vergonzante de buscar argumentos peregrinos para justificar nuestro pasatiempo. Llegamos a creer que en el álbum del mundial aprendíamos geografía, banderas de países, idiomas nacionales, ciudades, composición racial de las poblaciones.

Hasta llegué a suponer que cierta capacidad fisonómica y alguna finura intuitiva para determinar la nacionalidad, según las caras o los nombres, provenía del adiestramiento con las láminas y con la cantidad de datos que proporcionaba el cuadernillo. De hecho, ahora lamenté que Panini no pusiera el lugar de nacimiento de los jugadores, lo que me permitiría ver los efectos de las migraciones y las políticas de ciudadanía en la conformación de las selecciones clasificadas. Podría admirar los progresos multiculturales de Bélgica y Alemania y el purismo de Argentina o Corea.

Incluso hoy me parece que el álbum del mundial está cumpliendo una función taumatúrgica. Esta pena de ver muchachos cabeciagachados, absortos, pegados de sus aparatos electrónicos, ha tenido una pausa. En barrios, ciclovías, universidades, hay corrillos; los jóvenes se hablan y comercian físicamente porque están intercambiando caramelos, buscando los que faltan, averiguando por los escasos. Finalmente hay un objeto no virtual que los atrae.

En realidad no hay que rebuscar mucho ni tratar de salvar a los jóvenes. La verdad es que nos encanta llenar el álbum y nos gustará cotejar las páginas con las nóminas que realmente salten a la cancha y llenar los marcadores de la fase de grupos, para desarrollar el calendario según las llaves hasta llegar a la final e iniciar la espera del 18.

El Colombiano, 20 de abril

miércoles, 16 de abril de 2014

Soñar bien vale un foro urbano

Se acabó el Foro Urbano Mundial (FUM) y a muy pocos se les pasó por la cabeza la magnitud del evento del que Medellín acaba de ser sede. Silvia Parra tratando de ponerle dimensiones habló del “evento más grande del año” (Semana, 06.04.14). Es mucho más que eso. El FUM es el equivalente de las cumbres de Naciones Unidas sobre desarrollo: establecen agendas, metas y lineamientos de política. Una cumbre de estas nunca es “una simple reunión social de mentes brillantes”, así para el hombre de la calle los efectos no sean tan visibles.

El historiador inglés Eric Hobsbawm señaló los rasgos que definirían los problemas más importantes del siglo XXI, cuando advirtió que por primera vez en la historia habría más seres humanos vivos que todos los muertos desde el primer día, que apenas ahora hay más gente viviendo en ciudades que en el campo y que ya somos capaces de hacer invivible el planeta. En síntesis, los problemas demográficos, urbanos y ambientales serán los cruciales en este tiempo.

Así que la reflexión propiciada en el FUM y sus consecuencias debe ser trascendental. Y no solo para las grandes urbes tradicionales. Lo que nosotros llamamos, con cierto anacronismo, pueblos son en su mayoría ciudades con los mismos problemas urbanos característicos, solo que a otra escala. Lo cual implica un reto para la ciudadanía, los técnicos y los políticos.

Mención aparte merece el provincianismo de los lugares comunes provenientes de la crítica, algunas veces bien intencionada pero casi siempre ingenua. Que la cumbre costó tanto dinero, que se trata de pura cosmética y se esconden los problemas. No me lo creo. Hablé con la delegada de una organización civil con sede en Washington y me dijo que era la primera vez que veía un alcalde anfitrión hablando de los retos de seguridad de su ciudad. Vi las fotos del presidente de la Fundación Ford en la comuna más pobre de Medellín, pero cuando estuve en la cumbre social de 1995 no me llevaron a ver la miseria danesa (que la hay).

La crítica más pendeja de todas es la de la plata. No solo porque los réditos tangibles inmediatos del Foro y la participación de los gobiernos, empresas, académicos y organizaciones sociales, son relativamente fáciles de ver, sino porque los beneficios intangibles y de mediano plazo son inestimables.

A veces da la impresión de que la generación del no futuro –la que tanto sufrió entre 1985 y 2003– se resistiera inconcientemente a zafarse del pasado, a voltear la hoja y a mirar hacia adelante, como si 25 años de mala prensa bien ganada fueran insuficientes. Como dijo Enrique Peñalosa sobre el asunto, las ciudades tienen que permitirse soñar y convertir esos sueños en compromisos de sus dirigentes y de la próxima generación.

El Colombiano, 13 de abril

miércoles, 9 de abril de 2014

Lamento celular

El caso del robo de celulares y otros dispositivos tecnológicos se ha vuelto endémico en todo el mundo. Y la razón es simple: nunca antes en la historia de la humanidad tanto valor había sido concentrado en tan poco espacio, ni había adquirido tantas propiedades de movilidad y visibilidad. Si uno le preguntara a cualquier cristiano si saldría a la calle, a plena luz del día, en cualquier ciudad del continente americano, blandiendo un fajo de billetes por totales de 500 mil o 2 millones de pesos, respondería que ¡ni riesgos! Pero la realidad cotidiana es que lo hace. Saca su teléfono inteligente en cualquier lugar, lleva su tableta en la mano o sobre el tablero del carro, y se vuelve un auténtico “walking dead” con sus costosos audífonos.

Según Jeremy Hsu y Nick Hide (spectrum.ieee.org) este delito ha crecido exponencialmente en las islas británicas y los Estados Unidos, países con suficientes estadísticas y paranoia como para mantenerse atentos con el tema. Sin contar otros “gallos”, solamente teléfonos celulares, en Estados Unidos se robaron 113 aparatos de estos cada minuto en el 2012. Solo para Nueva York, el 14% de todos los crímenes correspondía a robos de iPhones y iPads.

En Medellín y en Colombia se ha tratado de armar un pequeño escándalo con el robo de celulares, pero nuestros datos son muy bajos. Aquí apenas se roban 3 celulares por minuto (El Tiempo, 19.03.14). Más pobres o menos ladrones, no se sabe. Lo cierto es que aun corrigiendo los datos por población, en Estados Unidos se roban 6 veces más celulares por minuto que en Colombia.

El robo de celulares es un crimen casi perfecto porque casi todos ganan. Ganan los fabricantes de aparatos, ganan las empresas operadoras, ganan los comerciantes de aparatos legales o robados y ganan los consumidores inescrupulosos que compran robado. El único que pierde es el asaltado, aunque a veces cree que gana: al otro día del robo, dirá que ya iba siendo hora de cambiarlo.

El robo de celulares es un crimen oportunista. Como dicen el viejos dicho: la oportunidad hace al ladrón. El exhibicionismo y el descuido son los propiciadores del robo. Dado que no se le puede poner un policía a cada persona, la única posibilidad de control proviene de la presión del Estado sobre las grandes compañías del sector, ya que ellas son las únicas que realmente pueden detener el robo, como lo reconoció el Alto Consejero para la Seguridad y la Convivencia Francisco José Lloreda (El Tiempo, 14.01.14).

Medellín no puede descuidar su atención fundamental al homicidio en materia de seguridad dado que, a pesar de los éxitos, aún tiene tasas altas de muerte violenta. Nuestras tasas de victimización son comparativamente bajas y la política pública no se debe distraer por la histeria del robo.

El Colombiano, 6 de abril

miércoles, 2 de abril de 2014

Media justicia

Esta semana (27.03) el Consejo de Estado tumbó la decisión de la Procuraduría General de la Nación de sancionar con una inhabilidad de 12 años para ejercer cargos públicos al exalcalde de Medellín Alonso Salazar Jaramillo. Según el editorialista de El Colombiano (28.03.14), el Consejo de Estado afirmó que “las decisiones disciplinarias (contra Salazar) adolecen de falsa motivación jurídica” y “son contrarias a la Constitución”.

Si estos son los términos de la sentencia, la prensa se ha equivocado en el mensaje que trasmitió a la opinión pública. No sería cierto que se tratara simplemente de un problema de desproporción de la sanción sino de algo más grave: falsedad en la motivación jurídica. Y con ello también se equivocan los periodistas que han subestimado las implicaciones que el fallo tiene en el manejo que la Procuraduría hizo del asunto.

La conducta sistemática del procurador Alejandro Ordóñez en este tipo de procesos administrativos ha sido la de actuar blandamente con los funcionarios implicados en relaciones y actividades con grupos criminales y juzgar severamente a todos aquellos que se oponen o denuncian esas alianzas perversas.

En ese sentido el fallo del Consejo de Estado es un resarcimiento. Con la persona de Alonso Salazar, sometido a varios procesos temerarios desde hace más de cuatro años, cuando Salazar también salió absuelto de un proceso ante la Fiscalía que inició Luispérez, personaje siniestro que acaba de anunciar que continuará con su guerrilla jurídica (El Colombiano, 30.03.14).

Pero también es un resarcimiento para distintos sectores de la sociedad medellinense. Para las colectividades políticas que acompañaron a Salazar en su campaña y en la alcaldía y para la campaña del actual alcalde Aníbal Gaviria. Para los dirigentes empresariales que, liderados por Juan Sebastián Betancur desde Proantioquia, apoyaron a Salazar a fines de 2011. Para los directores de El Colombiano que lo acompañaron, sin dejarse tentar por una malentendida imparcialidad. Y, por supuesto, para los ciudadanos de a pie y los sectores sociales que se movilizaron en esta causa.

Sin embargo, no hay justicia completa. A lo largo de 4 años Alonso Salazar ha demostrado su inocencia y en cambio sus acusadores han salido tocados por los fallos judiciales, pero nadie los juzga y por eso se declaran “contentos” y siguen preparando sus campañas para retornarle el poder al clientelismo ilegal en la región.

Competencia desleal: 21 días después de la consulta para escoger el candidato de la Alianza Verde a la Presidencia, la Registraduría no ha entregado los resultados. Con ello ha retrasado todos los pasos legales para que Enrique Peñalosa lleve a cabo su campaña. Esto derivará, seguramente, en que no pueda contar con los recursos financieros en el momento oportuno. Así el registrador vuelve a hacerle los favores al presidente-candidato, como si necesitara más ayuda. Los poderes contra la alternativa.

El Colombiano, 30 de marzo