The Economist suele publicar un número anual, en enero, sobre prospectiva mundial. No usan este nombre ampuloso; este año se llamó simplemente The World in 2014. Allí apareció un artículo de Philip Coggan sobre la democracia que, supongo, resume algún planteamiento de un libro reciente de este periodista sobre las amenazas a la democracia en Occidente (The Last Vote: the Threats to Western Democracy).
En resumen, la democracia occidental no está amenazada desde fuera como se supuso en el siglo XX en las luchas contra el fascismo, el comunismo y la dictadura. Las principales amenazas a la democracia provienen desde su interior. De un lado, por el desencanto de los electores que votan cada vez menos en los países ricos; del otro, por el peso de las decisiones que cargos no democráticos toman sobre la vida de las personas, el bajo control nacional sobre algunos temas y las restricciones a las libertades.
Coggan no está pensando a partir de Colombia pero su diagnóstico nos es aplicable. La apatía electoral que están diagnosticando las encuestas es muy preocupante y, tal vez, la mayor desde que se aprobó la constitución de 1991. La alta intromisión de las ramas que no se configuran directamente por la voluntad popular –como las cortes o el procurador, por ejemplo– se está tornando asfixiante y el autoritarismo que se sigue exhibiendo desde la alcaldía más pequeña hasta el nivel central del ejecutivo arroja la gente a la protesta con cada vez mayor frecuencia.
La prensa internacional ha venido mostrando en sus columnas de opinión el amplio consenso académico e intelectual sobre la crisis de la democracia. Los énfasis sobre los aspectos determinantes de la crisis democrática son muy variados: algunos insisten en los instrumentos de la democracia, los sistemas electorales y los partidos políticos; otros señalan la palidez del pluralismo y el excesivo poder de un grupo cada vez más pequeño de élites; se habla de la debilidad de la idea fundacional de la representación que conlleva a una distancia muy grande entre los representantes y la población; unos más apuntan a la crisis de los parlamentos que curiosamente terminó como una alacena familiar, entre los bloqueos del partido del té en Estados Unidos y la obsecuencia del partido único de la mermelada en Colombia.
Se podrían añadir algunos más de orden cultural. La idea de que es más importante un concepto técnico que la opinión de la gente; el predominio de la letra de la ley sobre la voluntad popular; la agitación atemorizante que paraliza el ejercicio de la libertad; la bajísima calidad de la deliberación pública; la mutilación de los medios de comunicación acaparados por el poder económico.
Al final, lo único cierto es que la crisis de la democracia se afronta con más democracia, no con menos.
El Colombiano, 9 de marzo
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