“Toda forma de gobierno depende de la constitución de la sociedad” y eso implica reconocer la influencia de las “costumbres, hábitos y disposiciones de los pueblos” sobre los gobiernos. Tal es una de las tesis centrales del libro Naturaleza y tendencia de las instituciones libres del pensador norteamericano Frederick Grimke.
Grimke se refiere a los estudiosos de la política que suelen concentrarse en lo que pasa en el gobierno y, si acaso, en el sistema político. Hace un par de siglos a eso se le llamaba la política de gabinete o, mejor aún, la pequeña política. Cuando el comentarista político se dedica a la noticia de ayer que será desmentida hoy por la tarde, cuando toda su ocupación pasa por trasferir al papel dos comentarios de coctel, lo que hace es empobrecer aún más la pobreza del oficio maniobrero de la política.
Por supuesto, hace más daño el gobernante que se dedica básicamente a la pequeña política: quitar y poner, contratar y regalar, prometer e incumplir, pensar en privado lo que no es capaz de decir en público. Claro que después de que triunfó en el mundo el principio de la soberanía popular, esto no se puede hacer olímpicamente. Podrá tenerse detrás un gran poder económico y otro mediático, pero nunca se podrá ignorar a la gente.
En ese punto fue cuando la pequeña política tuvo que ensancharse para convertir a los partidos políticos en simples grupos privados de presión y a los ciudadanos en clientes, todos ellos entendidos como sujetos a los que se puede comprar con mecanismos más o menos elegantes, dependiendo de la finura del mandatario. La corrupción es la señal distintiva del gobierno de la pequeña política.
En 1870 el intelectual y político colombiano Florentino González publicó su traducción del libro de Grimke. González prologa el libro desvelando las intenciones de semejante trabajo (son 680 páginas). Y enfatiza varios aspectos. El más evidente es que no se puede gobernar bien sin tener un contacto estrecho con la sociedad. Las encuestas pueden servir, los titulares de la prensa menos, una que otra reunión en palacio casi nada. La relación con la gente es insustituible. Y el gobierno más sensible siempre es el gobierno local, los gobiernos a control remoto son poco eficaces.
Pero, más importante aún, el pensador colombiano recalca que el poder social, “el poder del pueblo” dice él, tiene que actuar como un contrapeso, como un factor de equilibrio y de control a las acciones del gobierno. El modelo europeo que deposita las esperanzas de control en el congreso y en la justicia apenas es una división de funciones dentro del sistema político. Sería más interesante y más efectivo que hubiera un control “externo al gobierno” y ese control solo lo puede ejercer la ciudadanía activa y organizada. Esta es la política grande.
El Colombiano, 23 de febrero
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