Hace tiempo que uno de los temas habituales es la crisis de los partidos aunque las razones de ella y sus efectos son relativamente variados. Lo que parece muy unánime es el lamento por este fenómeno y una profunda nostalgia por el modelo del partido moderno –con estructura, programa y estrategia– un invento de Lenin, hay que recordarlo.
La crisis partidaria tampoco es igual para todos. Colombia tiene los niveles más bajos del continente: ante la pregunta si los partidos escuchan a los ciudadanos nos ubicamos en el puesto 19 entre 24 países y en cuanto a simpatía por algún partido 1 de 4 colombianos dice tenerla, lo que nos pone en el lugar 21 entre 26 países (Lapop, 2012). En Antioquia es peor aún. Apenas el 14% dice ser miembro de un partido y solo el 2% activos (estudio Gobernación-Sura-Eafit, 2013).
El respiro colombiano consiste en que el sistema político se ha mantenido abierto a las alternativas de movimientos e iniciativas ciudadanas que impiden que los partidos monopolicen las opciones de poder y representación. Y es que el gran error es pensar que la única manera de hacer política es a través de los partidos políticos realmente existentes. En el artículo Movimientos y campañas (1995), el filósofo estadounidense Richard Rorty mostró las bondades de la intervención en política a través de actividades más concretas y coyunturales como las campañas. Los movimientos, a su vez tienen la flexibilidad de la que carecen los partidos.
Si miramos el estudio sobre cultura en Antioquia desde la perspectiva de los partidos, el panorama es pesimista. Los jóvenes tienen aún menos nexos con los partidos que el bajísimo promedio departamental, pero la cosa cambia cuando hablamos de política. El 21% de los jóvenes entre 16 y 24 años están interesados en la política, muy por encima del antioqueño medio. Estos datos parecen darle la razón a Rorty.
Si uno mira las tragicómicas convenciones partidarias de los últimos meses en el país, desde la clandestina del Partido de la U hasta la ridícula de Alianza Verde, puede condolerse de la falta de democracia y unidad, pero no de la diversidad dentro de ellos. Todos los candidatos a la presidencia pueden aspirar a obtener un número significativo de votos en todos los partidos, con excepción de los fundamentalistas como Mira o la Marcha Patriótica.
Aunque algunas listas para senado se parecen más a un combo de amigos desconocidos y otras a la planilla de una cárcel, prácticamente todas incluyen nombres de aspirantes respetables que bien merecen un voto. Hay que recordar que para los clásicos del pensamiento político los partidos son las partes reales que conforman la sociedad. Y ellas existen, actúan y se expresan de múltiples maneras. Por eso no me parece razonable el voto en blanco.
El Colombiano, 9 de febrero
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