En 2002 el premio Nobel de
química Paul Crutzen acuñó el término antropoceno para resaltar los cambios
gigantescos que ha propiciado la humanidad sobre el clima, las demás formas de
vida que habitan el planeta y la geología misma y que repercutirían en los
próximos decenios. El antropoceno sustituiría al holoceno como época más
reciente del periodo cuaternario, según la disciplina de la estratigrafía. Sigo
en esta información al escritor Roy Scranton (“Learning How to Die in the
Anthropocene”, The Stone, 10.11.13).
En el antropoceno las consecuencias de la intervención humana sobre el planeta emergen como el principal problema no solo en campos obvios como el clima o la salud, sino también en otros como el desarrollo, la economía, la política y la seguridad. Sí. Scranton cita al Almirante Samuel J. Locklear III afirmando que el principal reto de seguridad de Estados Unidos es el cambio climático, por encima del terrorismo o el riesgo chino. El antropoceno hará obsoleta la antigua distinción filosófica entre catástrofes naturales y calamidades humanas. En esta era no hay desastre en el que no intervenga el ser humano.
Entre nosotros también se vive esta disputa entre advertidos y negacionistas. En medio de problemas acuciantes, la conciencia ambiental se viene abriendo paso. Según el estudio sobre valores en Antioquia –Gobernación de Antioquia, Sura y Universidad Eafit– la confianza en las organizaciones ambientalistas es del 71%, la más alta para cualquier tipo de organización superando a la iglesia (69%), las grandes empresas (60%) y las fuerzas armadas (58%). Más aún, el 70% de los antioqueños considera más importante el cuidado del medio ambiente que el crecimiento económico, así este se asocie con promesas de empleo.
Puede ser una mezcla de
información, sentido común y reacción momentánea ante las catástrofes que
presenciamos tanto en lugares lejanos como en la propia casa. El caso es que los
efectos climáticos, ambientales y paisajísticos son inocultables, y los
desastres ocasionados por la depredación ocasionada en las grandes ciudades por
el complejo “político-constructor” ya no distinguen entre clases sociales. Hoy
son tan graves los desórdenes derivados de la pobreza como el daño social que
produce el afán por el estatus.
Nuestros negacionistas son los administradores públicos, políticos y empresarios, que siguen predicando que el desarrollo económico y el “progreso” son más importantes que el ambiente. Más temprano que tarde, la ciudadanía y la naturaleza pasarán su cuenta de cobro.
El Colombiano, 1 de diciembre
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