Gracias a la circulación cultural nuestro léxico sufre transformaciones asombrosas. En la mente de alguien de mi generación –que leía a Lope de Vega y a Calderón de la Barca en el colegio, y las revistas de dibujos en las peluquerías– la palabra bizarro es una de las más engañosas.
Definida por la Real Academia de la Lengua Española como “generoso, lucido, espléndido”, bizarro parecía ligada siempre a palabras como noble, honorable, caballeroso, incluso valiente. En inglés el significado es muy distinto. “Grotesco, inesperado”, en el sentido de extraño, dice el Webster, cosa que no aprendimos en el salón de clases sino por las revistas de Supermán. Bizarro era una especie de mutante caracterizado por ser errático, torpe y descontrolado.
Este desdoblamiento léxico ocurre a veces institucionalmente, al menos eso creo que nos está pasando en Medellín con el Metro.
El Metro de Medellín es una de las empresas más admiradas, eficientes y constructivas de la ciudad. El mero proyecto se convirtió en un desafío en la peor época de la región y su finalización supuso un triunfo y un momento de reconocimiento comunitario. El Metro convirtió los extramuros en centros de ornato y nuevos espacios públicos. Se dirá con justeza que el Metro es bizarro en el sentido castizo de la palabra.
Cosa distinta ocurre con Metroplús. Hace poco el diario El Tiempo publicó un reportaje sobre siete “obras inútiles en Colombia” (29.10.13) que comienza con la estación San Pedro de Metroplús, que no fue recibida a satisfacción por el Metro de Medellín y que está siendo objeto de investigación por parte de la Contraloría. La movilización ciudadana en Envigado contra la construcción del tramo 2B puso en evidencia la forma inconsulta y antitécnica como se ha tratado de construir esa obra. Metroplús ya tuvo la destrucción de una estación en una refriega pública, cosa que nunca le ha pasado al Metro.
Basta visitar el trayecto construido desde los límites con Sabaneta hasta la calle 40 sur para ver de qué se trata. Una larga cuneta que constriñe a los peatones entre la vía y altos muros de concreto (el sueño de los bandidos), andenes con menos de dos metros de ancho con cuadrados de tierra para pequeños arbustos, vecindarios completos con su paisaje amputado. Donde Metroplús encontró belleza ahora solo hay losas de concreto y esa es la amenaza para toda la Avenida El Poblado hasta la calle 30.
En los próximos días el Tribunal Superior de Antioquia se pronunciará sobre las acciones interpuestas por los ciudadanos, en un caso que en Estados Unidos se llamaría “Metroplús versus el pueblo de Envigado”. Una empresa pública que está contra la opinión ciudadana es una empresa bizarra en el sentido inglés del término. Esperemos que la Alcaldía de Medellín sí escuche a sus ciudadanos.
El Colombiano, 10 de noviembre
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