Varios columnistas de El Colombiano han iniciado una discusión que podría ser muy provechosa sobre la violencia generada por las llamadas barras bravas. Lástima que algunos se preocuparan menos por los muertos que por el amago de sanción a un equipo.
La violencia en el fútbol es particular; no es la misma violencia del resto de la ciudad. Proviene de un modelo copiado de Argentina, cuyo fútbol tiene inundado el cable. Y está asociado a la imaginería más criminal del fútbol: la del narcotráfico. Hace una semana las barras de Millonarios volvieron a sacar la cara de Rodríguez Gacha en la tribuna y hace pocos meses Telemedellín mostraba un inmenso mural de barrio en el que a los lados de los festones verde y blanco se retrataba a Pablo Escobar y al pobre Andrés Escobar.
¿Son los clubes de fútbol ajenos a este fenómeno? No. No todos son como el Envigado F.C. que salió a jugar un partido oficial con la imagen de Gustavo Upegui en la espalda. Pero los directivos tienen una cuota de responsabilidad. Solo una anécdota: hace dos años un jugador del Real Cartagena fue atacado desde la tribuna y la respuesta pública del presidente del Atlético Nacional fue que los jugadores visitantes no podían celebrar sus goles. Una justificación de la violencia.
En los casos argentino y brasileño está comprobado que los clubes tienen nexos fuertes con las barras bravas, que los patrocinan y les tienen sueldo a los dirigentes. La propia Fifa tuvo que prohibir el acceso a Suráfrica a un avión lleno de matones pagado por la Asociación del Fútbol Argentino. En Colombia falta investigación, pero se sabe que jugadores activos y exjugadores tienen nexos con las barras más peligrosas y que los clubes les facilitan el acceso a los estadios.
Obviamente las responsabilidades son desiguales. Los primeros responsables son los violentos a quienes se debe combatir con las medidas adecuadas, las más efectivas de las cuales son las de inteligencia. Pero, ¿qué hacer con las barras? La afición, incluyendo a la afición organizada, es la esencia del fútbol. Messi no sería nadie sin público que lo mirara y lo aplaudiera.
Los clubes de fútbol son organizaciones empresariales y las barras son parte de sus grupos de interés. Según el modelo de la responsabilidad social empresarial, los clubes deberían desarrollar actividades tendientes a generar conductas de comportamiento responsable entre sus seguidores, actividades de comunicación, formalización, capacitación y otras imaginables. Cualquiera que mire el caso de Inglaterra, el más exitoso en la erradicación de la violencia, verá que los clubes estuvieron en el centro de la intervención del gobierno Tatcher.
La reciente vinculación de la Dimayor a la campaña contra la violencia sobre la mujer es un gesto tímido y simbólico que va en la dirección correcta.
El Colombiano, 26 de mayo.
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