Son pocas las interpretaciones de Jardín –que está cumpliendo su primer sesquicentenario– desde que el padre José María Gómez Ángel dejara memoria de sus periplos por lo que luego sería el Suroeste y se viera así mismo diseñando el plano del pueblo formándose ilusiones de ser “párroco de aquella nueva sociedad de fieles”.
Veintidós años después, en 1885, don Manuel Uribe Ángel le dedicó un párrafo diciendo que mientras la tierra fuera de una sola persona el distrito estaría condenado a la pobreza, como efectivamente lo estuvo hasta hace poco. Esta vena de interpretaciones históricas tiene hasta ahora su mejor exposición en el libro del historiador Juan Carlos Vélez “Los pueblos allende el río Cauca” (2002). Jairo Franco Alzate exploró las peripecias de la colonización hacia el Valle, de la que algunos jardineños son protagonistas, en su libro “Desplazados y terratenientes en la colonización antioqueña del sur” (2009).
Luego están las reelaboraciones de ficción. Manuel Mejía Vallejo que crea sus historias más telúricas en Balandú, nombre que fue propuesto al momento de la fundación en 1863, según se dice. Mario Escobar Velásquez quien recrea la fundación en una página de “Toda esa gente” y especula con la idea de que Gómez Ángel quiso que se llamara Sión. Hasta las narraciones más recientes de Javier Echeverri Restrepo en “Los cuentos de Jardín”.
Las nuevas generaciones han encontrado otra manera de interpretar a Jardín y prácticamente lo están reinventando con los ojos, los oídos y los pies.
William Díaz redescubrió con el pincel el hechizo de las montañas que rodean la cabecera municipal, mismos que por la costumbre dejaron de ver los vecinos y por la miopía no ven los visitantes de plaza y aguardiente. Juan Fernando Agudelo encontró luces nuevas en la arquitectura del parque y de sus casas, sobre telas grandes. Felipe Giraldo, en grafito sobre papel, viene retratando los personajes anónimos y callados que ven asaltada su simpleza por la civilización ruidosa.
La escuela de música lleva ya un cuarto de siglo educando instrumentistas que pueden elaborar un nuevo lenguaje de los jardineños, aunque pocos se aventuran en la composición. Debe destacarse la colaboración entre músicos locales y de Medellín para la creación del trabajo “Charco Corazón”, en 2006, inspirado en los parajes rurales del municipio.
Hay otra especie menos evidente de redescubridores que está conformada por los caminantes; los involuntarios continuadores de la inquietud de Alejandro Vélez. Los que expusieron a la luz pública los chorros, cuevas y altos antes bajo el ojo exclusivo de aserradores y cazadores; los cuidadores de los ámbitos del loro orejiamarillo y el gallito de roca; los que están volviendo a abrir los caminos viejos a Jericó, el Chamí y Caramanta.
Ojalá que estos cuidadores sirvan de ejemplo a los empresarios y a los políticos locales. Para que Jardín dure bien.
El Colombiano, 19 de mayo
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