Hace rato no leo las opiniones del escritor William Ospina. Casi exactamente desde que leí su ensayo “¿Dónde está la franja amarilla?” (1996). Su lectura me resultó desconcertante, pero el desconcierto se me aclaró ante las críticas demoledoras y respetuosas –entre otros– de Eduardo Posada Carbó y Salomón Kalmanovitz. Mi juicio hoy es que tal texto, que se tornó popular, es realmente amarillo.
Al parecer, Ospina acaba de publicar un elogio de Chávez y de su obra. Un entusiasta colega me remitió la entrevista que Cecilia Orozco le hizo, una sustentación de las afirmaciones que –se nota– le parecieron extrañas a la periodista (El Espectador, 12.01.13). Allí, el autor de “La serpiente sin ojos” hace varias afirmaciones: el pueblo venezolano vive contento, hay polarización pero no hay violencia; todo ello, siempre en contraste con lo que pasa en Colombia.
Una cosa interesante de las respuestas de Ospina es que se ubica así mismo como un observador ecuánime. Esto es un avance y resulta atrayente para una discusión medianamente rigurosa. Así que me ocuparé de esas aseveraciones. Qué le guste o no le guste Chávez no es interesante, y que se sienta incómodo con la realidad colombiana es algo compartido por 45 millones de paisanos y, por tanto, superfluo.
Eso de que un pueblo esté contento es una cosa un poco extraña para los estudios sociales, a pesar del empeño que pusieron los pensadores del siglo XVIII en la búsqueda de la felicidad. Y si miramos el último sondeo de Gallup World –una sospechosa empresa imperialista– tiene razón: Venezuela ocupa un honroso cuarto lugar, ligeramente detrás de Panamá, Paraguay y El Salvador.
Otra cosa resulta de mirar dos asuntos críticos para el bienestar de una sociedad: su nivel de desarrollo humano y su tranquilidad. El primero se mide desde hace 25 años por Naciones Unidas, el segundo se puede estimar por la tasa de homicidios. En los 5 años trascurridos entre 2007 y 2011, Venezuela perdió 15 puestos en el ranquin mundial de desarrollo humano, bajando al puesto 73 (PNUD, 2012). En el mismo periodo la tasa de homicidios de Venezuela ha oscilado entre 45 y 52 por cien mil habitantes (UNDOC, 2012).
Ospina hace un énfasis en la violencia, que parece ser el lado flaco de Colombia en cualquier comparación con Venezuela, pero no tiene razón. En la década pasada la tasa de homicidios en Venezuela siempre ha sido más alta que la colombiana y las diferencias han estado por encima de 10 puntos, acercándose a 20 en el 2012. Caracas tuvo una tasa de 108 en 2011. Según la académica venezolana Ana María Sanjuán, en el 2010 ocurrieron en Venezuela cerca de 3.000 secuestros y parece que el fenómeno no cede.
Así las cosas, no quedo muy convencido de irme a vivir a Venezuela o de elegir a un Chávez como presidente de Colombia.
El Colombiano, 20 de enero
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