Pasó esta semana por Medellín James Robinson, profesor de gobierno en Harvard y autor del libro más alabado en 2012 en el campo de las ciencias sociales. Pasó no dice nada. Él viene con frecuencia a Colombia, ha investigado sobre el país y últimamente está trabajando sobre Antioquia.
Lo que quiero decir es que vino a hablar. Tuvo reuniones importantes con el gobierno departamental y con la academia. Y un encuentro abierto al público para presentar sus ideas después de 15 años de trabajo investigativo con inmersiones en Rusia, África y Latinoamérica. Robinson busca explicaciones a los resultados divergentes en materia de política, economía y bienestar que muestran los países del mundo.
El planteamiento que suscribe con el economista turco Daron Acemoglu –quien trabaja en el MIT– sugiere que la respuesta está en las instituciones. La economía explica cosas, la cultura tiene influencias nada desdeñables, la tecnocracia no es tan definitiva como se ha dicho por acá y definitivamente la geografía es la peor explicación (Laureano Gómez, por ejemplo, creía que fuera de la sabana de Bogotá la civilización era imposible).
En últimas, es decir, a largo plazo lo que marca la diferencia son las instituciones. Quien decidirá si tendremos un amo de nuestra vida cotidiana en telecomunicaciones no será el dinero de Carlos Slim, ni las muchas antenas de Claro. Serán la política, los políticos y el congreso. Nadie puede eludir esta responsabilidad.
El esquema del análisis de Acemoglu y Robinson plantea que hay instituciones extractivas e inclusivas. Las primeras explotan la población y los recursos, se aprovechan del poder y de las entidades públicas para su exclusivo beneficio. Las segundas hacen participar a la población, crean desarrollo y bienestar en su entorno. Sean ellas económicas o políticas.
Si aplicáramos este esquema a Colombia podríamos decir que tenemos instituciones políticas inclusivas (competencia política, participación, sufragio), obstruidas por dos instituciones extractivas como el clientelismo y la violencia política. Esto hace que en Colombia tengamos pocas probabilidades de un Chávez o una Cristina, pero que estemos amenazados por los caciques y las bandas.
También que nuestras instituciones económicas son más bien extractivas (rentismo, monopolios, ilegalidad), con algunos sectores competitivos y distributivos. Esto hace que en lugar de un Bill Gates tengamos a Luis Carlos Sarmiento pujando por el top 10 de los hombres más ricos del mundo, en un país que tiene garantizado el top 5 de los más desiguales. De otro lado, tenemos oportunidades con sectores empresariales innovadores y responsables.
Pero el principal obstáculo para la prosperidad son los políticos extractivos del clientelismo y la corrupción, algo que no le han contado al Presidente de la República.
La lección: primero las instituciones (no le coman cuento a los que venden imagen), entre ellas las políticas (aléjense de la indiferencia), y mirada de largo plazo (rechacen la tentación del éxito de hoy).
El Colombiano, 28 de octubre
martes, 30 de octubre de 2012
viernes, 26 de octubre de 2012
El mal negociador
En memoria de Roger Fisher (1922 – Agosto 25, 2012).
No es lo mismo negociar secuestros que negociar acuerdos políticos. En lo primero las Farc tienen una experiencia insuperada en el mundo, en lo segundo son novatos y eso quedó demostrado en Tlaxcala (cuando se sentaron extemporáneamente), en El Caguán (cuando desperdiciaron su mejor posición) y parece que quisieran repetirlo ahora en este mesa intercontinental.
No me refiero al discurso de Iván Márquez esta semana (18.10), que para empezar está firmado por el Secretariado y, por tanto, sobrepasa la expresión individual de quien –se sabía– representa el ala dura del grupo guerrillero y parece haber tenido tiempo suficiente en los últimos años para recolectar poemas, palabras raras del diccionario y leer a Bolívar.
Tampoco a las ofensas que lanzaron al pueblo colombiano, usurpando su representación, desconociendo su condición de victimarios e igualándose con aquellos a quien han oprimido y sacrificado durante décadas. Esto fue mucho más grave que las sindicaciones a personas y empresas, y los ataques al llamado “asesino metafísico”.
Me detengo a pensar por un momento en la simple lógica de una negociación. Para cualquiera que le haya puesto dos sentidos –ni siquiera los cinco– al discurso del Secretariado, sus términos representan un intento de deshacer el resultado de los 6 meses de conversaciones en La Habana. Así lo entendió Humberto de la Calle y así lo expresó con firmeza. A los ojos de un garante, así sea cubano, esto no puede ser un buen comienzo y ni siquiera un comienzo normal, como algunos indulgentes quisieron interpretar.
¿Qué ese mal paso se puede deshacer? Claro que sí. Pero ya en ese momento las Farc empezarían a perder en la mesa sin haber tocado ninguno de los 5 puntos.
El segundo asunto tiene que ver con el comportamiento entre las partes. El discurso del Secretariado fue totalmente asimétrico respecto al de los representantes del Estado. El vocero oficial los trató con respeto. En cambio el Secretariado se lanzó en descalificaciones al régimen, a las acciones gubernamentales, al empresariado. Es decir, también dieron un mal paso en la relación.
Finalmente las metas que se fijaron públicamente en su discurso superan con exceso lo que ha conseguido Cuba en más de medio siglo y Venezuela en una docena de años de chavismo. El Secretariado se autoimpuso unas expectativas que superan cualquier escenario viable previsto por los analistas. De nuevo, se han puesto en la situación de que un acuerdo modesto pueda ser percibido como una claudicación.
Estas cosas son las que le dan contenido a la expresión mal negociador. No se trata de un augurio.
A lo mejor no les importe. Las Farc pueden haberse colocado así mismas en la situación de dejar una constancia histórica o de elaborar un nuevo manifiesto político de cara a su probable condición futura. Ya veremos.
El Colombiano, 21 de octubre
No es lo mismo negociar secuestros que negociar acuerdos políticos. En lo primero las Farc tienen una experiencia insuperada en el mundo, en lo segundo son novatos y eso quedó demostrado en Tlaxcala (cuando se sentaron extemporáneamente), en El Caguán (cuando desperdiciaron su mejor posición) y parece que quisieran repetirlo ahora en este mesa intercontinental.
No me refiero al discurso de Iván Márquez esta semana (18.10), que para empezar está firmado por el Secretariado y, por tanto, sobrepasa la expresión individual de quien –se sabía– representa el ala dura del grupo guerrillero y parece haber tenido tiempo suficiente en los últimos años para recolectar poemas, palabras raras del diccionario y leer a Bolívar.
Tampoco a las ofensas que lanzaron al pueblo colombiano, usurpando su representación, desconociendo su condición de victimarios e igualándose con aquellos a quien han oprimido y sacrificado durante décadas. Esto fue mucho más grave que las sindicaciones a personas y empresas, y los ataques al llamado “asesino metafísico”.
Me detengo a pensar por un momento en la simple lógica de una negociación. Para cualquiera que le haya puesto dos sentidos –ni siquiera los cinco– al discurso del Secretariado, sus términos representan un intento de deshacer el resultado de los 6 meses de conversaciones en La Habana. Así lo entendió Humberto de la Calle y así lo expresó con firmeza. A los ojos de un garante, así sea cubano, esto no puede ser un buen comienzo y ni siquiera un comienzo normal, como algunos indulgentes quisieron interpretar.
¿Qué ese mal paso se puede deshacer? Claro que sí. Pero ya en ese momento las Farc empezarían a perder en la mesa sin haber tocado ninguno de los 5 puntos.
El segundo asunto tiene que ver con el comportamiento entre las partes. El discurso del Secretariado fue totalmente asimétrico respecto al de los representantes del Estado. El vocero oficial los trató con respeto. En cambio el Secretariado se lanzó en descalificaciones al régimen, a las acciones gubernamentales, al empresariado. Es decir, también dieron un mal paso en la relación.
Finalmente las metas que se fijaron públicamente en su discurso superan con exceso lo que ha conseguido Cuba en más de medio siglo y Venezuela en una docena de años de chavismo. El Secretariado se autoimpuso unas expectativas que superan cualquier escenario viable previsto por los analistas. De nuevo, se han puesto en la situación de que un acuerdo modesto pueda ser percibido como una claudicación.
Estas cosas son las que le dan contenido a la expresión mal negociador. No se trata de un augurio.
A lo mejor no les importe. Las Farc pueden haberse colocado así mismas en la situación de dejar una constancia histórica o de elaborar un nuevo manifiesto político de cara a su probable condición futura. Ya veremos.
El Colombiano, 21 de octubre
miércoles, 17 de octubre de 2012
Cinco mimados
La palabra mimado es tan común en el español que siempre parece un localismo. No es tan dura como su sinónimo “malcriado”, ni tan blanda como la pretendidamente neutral “consentido”. Así que la cortesía ha ido desalojando la palabra de nuestro vocabulario, pero eso no ha evitado que el mundo produzca sus mimados.
Cuando el filósofo alemán Peter Sloterdijk esbozó su teoría de la globalización en el 2005, la crisis económica europea ni se intuía y las evidencias de la protección del Estado de bienestar a los ciudadanos del continente eran irrefutables. Sloterdijk se percató entonces de la existencia de diversos tipos de mimados creados por la opulencia europea.
Su taxonomía establece cinco figuras del mimado. El primero es el que obtiene ingresos sin trabajar o cuyos ingresos no guardan ninguna relación con el esfuerzo (herederos, especuladores, saqueadores). El segundo mimado es el famoso gorrón, el que disfruta de los frutos que ofrece la sociedad sin haber hecho su aporte o haber luchado por ello. El tercer mimado es el que recibe prestaciones protectoras “sin disponer de una historia de infortunio propia”, un sistema de seguros para aquellos a los que no las pasa nada, o sea personajes sobreasegurados. El mimado de los nuevos medios es el cuarto, el que dispone una formación sin experiencia y sin exigencia. El último mimado es el que goza de fama sin haber realizado obra alguna, quien se convierte en sujeto prominente solo como construcción mediática, sin que se pueda dar razón alguna del porqué es famoso o influyente. Acomodados y famosos prematuros.
Sloterdijk supone que estas figuras del mimado son como pisos en un palacio de cristal y que es frecuente que los habitantes del mismo se muevan mediante un ascensor (si hubiera escaleras ya no serían tan mimados) entre los cinco pisos de esta edificación. Mejor resistir la tentación de proponer nombres propios para cada categoría. Que cada cual haga un ejercicio.
Lo cierto es que, al final, la ruina económica y la esclerosis política europea han arrojado a millones de mimados a la calle sin que estuvieran preparados para ello, y dejan un puñado de sobrevivientes del invernadero que construyeron desde hace 60 años y que empezó a resquebrajarse en Los Balcanes.
Nuestra propia miseria, la latinoamericana, es que también acá existen unos cuantos mimados –tal vez el 25% de nuestras sociedades– que conviven con millones de gentes que solo conocen la fatiga, el esfuerzo, la lucha, la sangre, el sudor y las lágrimas, y ven de lejos la opulencia, la seguridad, la protección, el conocimiento y la fama, sin probar apenas esporádicamente alguna migaja de ellos. Y quedan restos de los mimados tradicionales: los del abolengo, la hacienda o la plata. En todo caso, el mimado no conoce el enunciado de Homero Expósito: “primero hay que saber sufrir”.
El Colombiano, 14 de octubre
Cuando el filósofo alemán Peter Sloterdijk esbozó su teoría de la globalización en el 2005, la crisis económica europea ni se intuía y las evidencias de la protección del Estado de bienestar a los ciudadanos del continente eran irrefutables. Sloterdijk se percató entonces de la existencia de diversos tipos de mimados creados por la opulencia europea.
Su taxonomía establece cinco figuras del mimado. El primero es el que obtiene ingresos sin trabajar o cuyos ingresos no guardan ninguna relación con el esfuerzo (herederos, especuladores, saqueadores). El segundo mimado es el famoso gorrón, el que disfruta de los frutos que ofrece la sociedad sin haber hecho su aporte o haber luchado por ello. El tercer mimado es el que recibe prestaciones protectoras “sin disponer de una historia de infortunio propia”, un sistema de seguros para aquellos a los que no las pasa nada, o sea personajes sobreasegurados. El mimado de los nuevos medios es el cuarto, el que dispone una formación sin experiencia y sin exigencia. El último mimado es el que goza de fama sin haber realizado obra alguna, quien se convierte en sujeto prominente solo como construcción mediática, sin que se pueda dar razón alguna del porqué es famoso o influyente. Acomodados y famosos prematuros.
Sloterdijk supone que estas figuras del mimado son como pisos en un palacio de cristal y que es frecuente que los habitantes del mismo se muevan mediante un ascensor (si hubiera escaleras ya no serían tan mimados) entre los cinco pisos de esta edificación. Mejor resistir la tentación de proponer nombres propios para cada categoría. Que cada cual haga un ejercicio.
Lo cierto es que, al final, la ruina económica y la esclerosis política europea han arrojado a millones de mimados a la calle sin que estuvieran preparados para ello, y dejan un puñado de sobrevivientes del invernadero que construyeron desde hace 60 años y que empezó a resquebrajarse en Los Balcanes.
Nuestra propia miseria, la latinoamericana, es que también acá existen unos cuantos mimados –tal vez el 25% de nuestras sociedades– que conviven con millones de gentes que solo conocen la fatiga, el esfuerzo, la lucha, la sangre, el sudor y las lágrimas, y ven de lejos la opulencia, la seguridad, la protección, el conocimiento y la fama, sin probar apenas esporádicamente alguna migaja de ellos. Y quedan restos de los mimados tradicionales: los del abolengo, la hacienda o la plata. En todo caso, el mimado no conoce el enunciado de Homero Expósito: “primero hay que saber sufrir”.
El Colombiano, 14 de octubre
martes, 9 de octubre de 2012
Vendedores ambulantes
Hace dos años, en el Centro de Análisis Político de la Universidad EAFIT, hizo un ejercicio con 14 expertos en seguridad sobre los llamados “mercados ilegales en el valle de Aburrá” (Economía criminal en Antioquia: narcotráfico, 2011). El instrumento aplicado buscaba determinar el tamaño del mercado y el grado de tolerancia social de las mercancías ilegales.
Los resultados mostraron que los mercados ilegales más frecuentes y tolerados eran los de vigilancia, ventas ambulantes, contrabando, extorsión al trasporte y al comercio minorista y la venta de artículos piratas. Mercados importantes pero menos tolerados serían los de autopartes, drogas, porte ilegal de armas y robo de automóviles. Si estos mercados los ubicamos en un mapa queda claro que el Centro es el lugar de mayor concentración de todos ellos, aunque para nadie es un secreto que están presentes en las distintas comunas de Medellín y en el resto del valle de Aburrá.
Existe una confusión cuando se cree que los venteros ambulantes, en general, son los operadores de esos mercados. Una parte de ese mercado está a su cargo y algunos de ellos, por interés o coacción, pueden estar articulados a funciones que requiere el crimen organizado. Por otra parte, también es cierto que otros mercados ilícitos están relacionados con el comercio legal o relativamente formal, como el contrabando, el mercado de facturas de IVA, las autopartes. Es decir, nos referimos a un mundo complejo y numeroso que va más allá del invocado derecho al trabajo o de la simple subsistencia.
Se puede ver, después, que este es un tema más profundo que el del espacio público. El espacio público es un asunto de primer orden en las urbes modernas y está bien que las autoridades intervengan para recuperarlo. Pero la invasión del espacio público no es un monopolio de los comerciantes informales e ilegales. El comercio legal tiene su cuota de responsabilidad, como lo han hecho notar la protesta pacífica del fin de semana en el Parque Lleras (El Colombiano, 29.09.12) y el movimiento ciudadano que se está gestando alrededor de la Avenida 33.
El nudo crucial del asunto es el de la seguridad. El ejercicio analítico que se hizo a propósito de la Encuesta de Percepción Ciudadana del proyecto Medellín cómo vamos lo reitera y en esto coincide una parte de los analistas. Y aquí la frontera no está tampoco entre el comercio informal y el comercio organizado. La frontera está entre los mercados y los mercaderes que tienen algún tipo de relación con organizaciones criminales y armadas, y los que no. Ahí es donde debe estar la prioridad de quien diseña y ejecuta la política pública.
Justicia: según su abogado, “El cebollero” saldrá libre dentro de dos años; para ese entonces Alonso Salazar deberá permanecer diez años más inhabilitado para hacer política o contratar con el Estado.
El Colombiano, 7 de octubre
Los resultados mostraron que los mercados ilegales más frecuentes y tolerados eran los de vigilancia, ventas ambulantes, contrabando, extorsión al trasporte y al comercio minorista y la venta de artículos piratas. Mercados importantes pero menos tolerados serían los de autopartes, drogas, porte ilegal de armas y robo de automóviles. Si estos mercados los ubicamos en un mapa queda claro que el Centro es el lugar de mayor concentración de todos ellos, aunque para nadie es un secreto que están presentes en las distintas comunas de Medellín y en el resto del valle de Aburrá.
Existe una confusión cuando se cree que los venteros ambulantes, en general, son los operadores de esos mercados. Una parte de ese mercado está a su cargo y algunos de ellos, por interés o coacción, pueden estar articulados a funciones que requiere el crimen organizado. Por otra parte, también es cierto que otros mercados ilícitos están relacionados con el comercio legal o relativamente formal, como el contrabando, el mercado de facturas de IVA, las autopartes. Es decir, nos referimos a un mundo complejo y numeroso que va más allá del invocado derecho al trabajo o de la simple subsistencia.
Se puede ver, después, que este es un tema más profundo que el del espacio público. El espacio público es un asunto de primer orden en las urbes modernas y está bien que las autoridades intervengan para recuperarlo. Pero la invasión del espacio público no es un monopolio de los comerciantes informales e ilegales. El comercio legal tiene su cuota de responsabilidad, como lo han hecho notar la protesta pacífica del fin de semana en el Parque Lleras (El Colombiano, 29.09.12) y el movimiento ciudadano que se está gestando alrededor de la Avenida 33.
El nudo crucial del asunto es el de la seguridad. El ejercicio analítico que se hizo a propósito de la Encuesta de Percepción Ciudadana del proyecto Medellín cómo vamos lo reitera y en esto coincide una parte de los analistas. Y aquí la frontera no está tampoco entre el comercio informal y el comercio organizado. La frontera está entre los mercados y los mercaderes que tienen algún tipo de relación con organizaciones criminales y armadas, y los que no. Ahí es donde debe estar la prioridad de quien diseña y ejecuta la política pública.
Justicia: según su abogado, “El cebollero” saldrá libre dentro de dos años; para ese entonces Alonso Salazar deberá permanecer diez años más inhabilitado para hacer política o contratar con el Estado.
El Colombiano, 7 de octubre
martes, 2 de octubre de 2012
Millonarios y la justicia retroactiva
El presidente de Millonarios Felipe Gaitán, en una demostración tanto de sus buenas intenciones como de que no sabe nada de fútbol, propuso quitarle al equipo las dos estrellas que lograron bajo el patronato de Gonzalo Rodríguez Gacha. Algunos políticos salieron a ensalzar y a encimar. Armando Benedetti, por ejemplo, pidió que Nacional y América también hicieran lo mismo (El Espectador, 25.09.12). Nadie ha sugerido qué deben devolver los clubes de mafiosos que no ganaron títulos.
El caso es sugerente en sí mismo, ¿de quién son los triunfos futbolísticos? ¿De los administradores? ¿De los deportistas? ¿De la afición? Y también lo es en relación con los dineros del narcotráfico. Si es loable la propuesta de Gaitán, ¿debe devolver el cardenal Darío Castrillón las limosnas recibidas? ¿Cómo hacer para que Ernesto Samper devuelva la presidencia? Algunos congresistas, alcaldes y reinas de belleza, ¿entran? ¿Y las casas de “Medellín sin tugurios”? La relación puede ser infinita. Y la tentación de hablar de todo, también.
Me interesa la manera como se ha vuelto habitual en Colombia pensar la justicia. Entre las tipologías de la justicia existe una muy elemental. Justicia retroactiva y justicia prospectiva. La justicia retroactiva busca en el pasado y trata de corregir las desviaciones de una distribución inicial que se cree justa o legítima. La justicia prospectiva se piensa en términos del futuro inmediato; su asunto es fijar las reglas para una distribución justa dadas unas condiciones determinadas.
Es muy inquietante percibir que la moda para hablar de justicia en Colombia se enmarca en la justicia retroactiva. Por varias razones: primero, porque pone a la sociedad a mirar hacia atrás en lugar de pensar en su futuro; segundo, porque consagra el supuesto falso y reaccionario de que “todo tiempo pasado fue mejor” y que lo que hay que hacer es corregir los agravios acumulados para volver a la situación original.
La tercera razón es práctica y es la que me parece más importante. La justicia retroactiva es muy compleja en el mundo real y con mayor razón en Colombia. Venimos en tiempos tan recientes como 1990 de un Estado con baja capacidad, en un país en el que los títulos de propiedad son relativamente nuevos y en su mayor parte de orígenes discutibles. Gran parte de nuestras instituciones sociales y de nuestra economía son informales. En cierto modo, apenas estamos empezando a organizar una comunidad política moderna con la Constitución de 1991 y el fortalecimiento del Estado en los últimos 15 años. Una inserción de las guerrillas residuales a esa comunidad política sería otro paso adelante.
Hacer justicia hacia el pasado es imposible y tiene un peligroso efecto distractor. Nos distrae de pensar en las condiciones de la justicia en el presente y para las próximas generaciones. Y ni hablemos de lo lastimoso que resulta dar golpes de pecho, pero en pecho ajeno.
El Colombiano, 30 de septiembre
El caso es sugerente en sí mismo, ¿de quién son los triunfos futbolísticos? ¿De los administradores? ¿De los deportistas? ¿De la afición? Y también lo es en relación con los dineros del narcotráfico. Si es loable la propuesta de Gaitán, ¿debe devolver el cardenal Darío Castrillón las limosnas recibidas? ¿Cómo hacer para que Ernesto Samper devuelva la presidencia? Algunos congresistas, alcaldes y reinas de belleza, ¿entran? ¿Y las casas de “Medellín sin tugurios”? La relación puede ser infinita. Y la tentación de hablar de todo, también.
Me interesa la manera como se ha vuelto habitual en Colombia pensar la justicia. Entre las tipologías de la justicia existe una muy elemental. Justicia retroactiva y justicia prospectiva. La justicia retroactiva busca en el pasado y trata de corregir las desviaciones de una distribución inicial que se cree justa o legítima. La justicia prospectiva se piensa en términos del futuro inmediato; su asunto es fijar las reglas para una distribución justa dadas unas condiciones determinadas.
Es muy inquietante percibir que la moda para hablar de justicia en Colombia se enmarca en la justicia retroactiva. Por varias razones: primero, porque pone a la sociedad a mirar hacia atrás en lugar de pensar en su futuro; segundo, porque consagra el supuesto falso y reaccionario de que “todo tiempo pasado fue mejor” y que lo que hay que hacer es corregir los agravios acumulados para volver a la situación original.
La tercera razón es práctica y es la que me parece más importante. La justicia retroactiva es muy compleja en el mundo real y con mayor razón en Colombia. Venimos en tiempos tan recientes como 1990 de un Estado con baja capacidad, en un país en el que los títulos de propiedad son relativamente nuevos y en su mayor parte de orígenes discutibles. Gran parte de nuestras instituciones sociales y de nuestra economía son informales. En cierto modo, apenas estamos empezando a organizar una comunidad política moderna con la Constitución de 1991 y el fortalecimiento del Estado en los últimos 15 años. Una inserción de las guerrillas residuales a esa comunidad política sería otro paso adelante.
Hacer justicia hacia el pasado es imposible y tiene un peligroso efecto distractor. Nos distrae de pensar en las condiciones de la justicia en el presente y para las próximas generaciones. Y ni hablemos de lo lastimoso que resulta dar golpes de pecho, pero en pecho ajeno.
El Colombiano, 30 de septiembre
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