jueves, 2 de septiembre de 2010

El huracán Lila

Lila Downs se presentó en Medellín, la noche del 1 de septiembre, en un Teatro Metropolitano con las graderías a tres cuartos de la capacidad y, eso, contando con buena parte de la boletería distribuida por cortesía. La verdad: mucha gente, al fin y al cabo, ¿cuántos discos habrán vendido o quemado en la ciudad de la artista mexicana? Un buen indicador es que no se consiguen discos piratas de la artista de Oaxaca.

El riesgo de los organizadores no era menor. ¿Qué canta Lila Downs? ¿Folklor? ¿Indie fusionado? ¿Simplemente pop? Algunos podían sentirse amenazados de ranchera y otros de rock. Al final, una mezcla de generaciones y gustos muy extraña en Medellín, lo que no deja de ser interesante porque devela cierta apertura musical en una ciudad que ha sido de sordos, tradicionalmente.

Después de 85 minutos de concierto, que parecieron dos horas, por la intensidad, todas las dudas previas perdieron sentido. Lila Downs fue un huracán, con una voz cuyos bajos envidiaría un hombre y los altos una mezzosoprano, buena banda de respaldo y un repertorio que se desplazó por buena parte del paisaje mexicano... ante todo, conmovedor. Los viejos salieron asombrados y los jóvenes eufóricos.

4 comentarios:

ratatracapampam dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ratatracapampam dijo...

Este grupillo, que le fascina a Raquel, me lo tengo que oir a toda hora en casa, y nada más desagradable que cuando pongo el playlist en el Windows player y el hijueputa me lo pone por orden aleatorio... je, je
Pero suena, claro que suena con esa superdotada banda; en llorona y en paloma negra, canciones que escuchaba yo de chiquito ahora reencauchadas por esta señora, la descarga de sensaciones son brutales. Quizás sea eso, que Medellín se abra a otros estadios musicales.
Abrazos

Anónimo dijo...

Estimado Profesor. Aprovechando una breve estancia en Medellín, me topé con la noticia del concierto. Francamente, no sé si me fascinó más el espectáculo musical o social. El primero se desarrollaba en el escenario, el segundo, antes de y durante la actuación. Me sentí en una de esas pequeñas ciudades de provincia donde todos se conocen, o hacen que se conocen, y sentí una tristeza profunda, por dos razones: Medellín me pareció pequeño muy pequeño, no por sus dimensiones físicas sino por su estrechez social, y sentí no poder ver al démos, ése en el que paradójicamente se inspira Lilla y muchos otros. Y no es utopía o pedagogía barata; he visto estadios, plazas, llenas de gentes de toda condición social, convocadas por una melodía, pero no en Medellín.

Anónimo dijo...

He visto a la gente pelearse por una boleta para ver cantar a Lila en el Palau de la Música en Barcelona, pero nada más ridículo que una fila de sillas vacías en un concierto de este talante, seguro de invitados entre traquetos y políticos baratos, obviamente todos por rosca que ni saben quién es esta señora. Y otras tantas boletas de menor valor que no han sido adquiridas seguramente porque entre onegeros y amiguitos, vale menos el disco pirateado por internet (forma más sofiticada de obtener la música sin aflojar los 80000 que valía).