Hay una cosa que se llama la “conciencia pública” que, a pesar de parecer etérea, es fundamental en cualquier sociedad. Y no sólo en las sociedades tradicionales, como algún cínico moderno podría alegar. También en las sociedades contemporáneas en las que incluso se le ha dado status jurídico.
Obviamente, en la conciencia pública todos tenemos alguna participación. Pero hay unos que tienen más responsabilidades, por ejemplo, los medios de comunicación y los representantes populares. Los menciono porque en las últimas semanas ambos han sido protagonistas de hechos que se discutieron poco, pero a mi manera de ver son un síntoma de los males del país.
Todos nos dimos cuenta de la publicación de un nuevo libro sobre Pablo Escobar, firmado por una hermana suya, y destinado a construir otra justificación de los actos que Colombia sufrió durante más de una década. Lo que no se ha contado suficientemente, es que esta empresa tuvo mecenas. Se trata de Felipe López Caballero, hijo y nieto de expresidentes, dueño y jefe de Publicaciones Semana, empresa que publica el tridente de medios impresos más influyente del país.
El señor López publicó el libro y se encargó de publicitarlo, para que el mundo entero recordara que Escobar no era tan malo. Mientras se juzgan los hechos del Palacio de Justicia, financiados por el narcotráfico, y mientras el país sufre todavía los embates de la violencia mafiosa, López arma un tinglado dirigido a limpiarle la cara al mafioso. Bueno. En Colombia es ilegal lavar activos pero no lavar imagen, ¿pero es moral?
Dos semanas después y setenta cuadras al sur, en Bogotá, el Congreso de la República se sentó a elegir los nueve nuevos miembros del Consejo Nacional Electoral. Hay que recordar dos o tres datos relevantes de esta elección. El congreso tiene una mayoría aplastante del 80% de la llamada “unidad nacional”, los únicos partidos independientes respecto a esta mayoría son el Verde y el Polo, y además está el hasta ahora incómodo y cuestionado PIN.
Ni el acuerdo de verdes y amarillos, ni el PIN tenían los votos para alcanzar un asiento en el Consejo. Por lo tanto, quien escogía al noveno miembro no era la propia minoría en competencia sino la mayoría de la “unidad nacional”. Pues bien, el honorable congreso de la nueva época, el emblema de la “unidad” y de la “nación”, escogió al PIN. Dos mensajes quedan claros: la nueva mayoría desconoce a las minorías ciudadanas de personalidad política como la izquierda polista y el centro verde; la nueva mayoría le ha dado reconocimiento a quien hasta la semana pasada fuera apenas su hijo bastardo: el PIN.
Curiosamente, la curul del PIN en el Consejo Nacional Electoral la ocupará un señor de apellido Plata. Yo esperaría que la revista Semana titulara así: “El proyecto de unidad nacional se casa con el PIN”. Semana también podría titular: “El congreso vota por plata”, perdón, “el congreso vota por Plata”. Sarcasmo aparte, mientras en Medellín nos matan las balas del narcotráfico, en Bogotá le tienden la alfombra roja a la élite mafiosa.
Publicado en El Colombiano, 06.09.10.
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