Para que dejemos de mirarnos el ombligo y de creernos tan especiales, sobre todo en lo malo, quiero echar una mirada a la discusión en la sociología europea sobre el problema de la seguridad. Porque está muy bien caminar los barrios y entender parlache, pero si no se hace análisis caemos en el tremendismo –auténtico uno, intencionado otro– que estamos padeciendo en Medellín.
Hay dos posiciones básicas sobre el tema de la seguridad en un mundo altamente inseguro, no sólo en los aspectos civiles sino también en los sociales. La primera la formula el sociólogo alemán Ulrich Beck quien acuñó la afortunada expresión “sociedad del riesgo”. El problema con Beck es que pone la situación en términos de estado permanente de emergencia. De hecho, dice que deberíamos estar sentados en una silla expulsora durante las 24 horas del día.
La otra posición la plantea el sociólogo francés Robert Castel quien se hace consciente de todas las amenazas que existen en el mundo contemporáneo, pero rechaza las posiciones catastróficas. ¿Por qué? Porque los catastrofistas no analizan, hacen consideraciones generales; no comparan, sino que absolutizan; no ponderan, sino que escandalizan. Pero la razón más importante es que “este tipo de discurso mantiene el miedo y conduce a la impotencia y a la resignación”.
Simplificando, llamemos a estas dos actitudes histérica y calmada. Los histéricos, con sus exageraciones y expresiones de desespero aumentan el problema, por la sencilla razón de que tan importantes como son los indicadores objetivos de inseguridad (número y tasas de los delitos de alto impacto), son los indicadores de percepción. Los bandidos dañan los indicadores objetivos, los histéricos dañan los indicadores subjetivos.
Eric Hobsbawm, el magnífico científico social inglés, plantea que toda estrategia de seguridad tiene que basarse en tres elementos equilibrados: fuerza, confianza e información. La fuerza y la información dependen del gobierno (aunque no sólo), la confianza depende de las organizaciones y los líderes de opinión (aunque no sólo). Los histéricos deterioran la confianza, los calmados procuran incrementar la confianza sin engaños. Aunque tenga buenas intenciones, el histérico es más lo que estorba que lo que ayuda.
Terminemos con un poco de filosofía. Inmediatamente después de discutir los asuntos de la guerra, la sedición y la riña, Santo Tomás de Aquino se dedica a estudiar el escándalo. Para el sabio cristiano el escándalo consiste en “las palabras y acciones que inducen a la ruina espiritual”. El histérico siempre cae en la falta del escándalo. Pero, ¿por qué el escándalo produce ruina espiritual? Porque las palabras del escandaloso martillan sobre la conciencia del otro alimentando el miedo, produciendo zozobra, invitándolo a la sospecha permanente, arrastrándolo a la paranoia.
Los histéricos desesperan al ciudadano de la calle y hostigan a la autoridad responsable. Así, menoscaban el capital social, deterioran las posibilidades de la cooperación y debilitan las relaciones sociales.
Publicado en El Colombiano, 08.02.10
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