En un lugar que no recuerdo, Eric Hobsbawm señala que uno de los acontecimientos cruciales de fines del siglo XX es que, por primera vez en la historia de la humanidad, el número de los seres humanos vivos superará al número total de todos los muertos desde que tenemos noticia. Es un apunte filosófico y metapolítico.
El marxista Hobsbawm recela del optimismo de Marx respecto a la novedad que traería al mundo el predominio de los vivos con su lujuria de futuro. ¿Cuáles son las continuidades? ¿Cuáles las tradiciones? ¿Cuáles los aprendizajes con que los noveles habitantes se enfrentarán a los problemas? Por supuesto, esa preocupación valida la importancia de la historia (de la filosofía, con más veras). Se dice: ¡cuán útil les hubiera resultado a los líderes políticos mundiales en 1989 unas cuantas lecciones sobre lo que pasó después de la Segunda Guerra Mundial!
Enseguida vienen preocupaciones más prosaicas. Hobsbawm se torna casi malthusiano pensando en un mundo con 10 mil millones de habitantes y la presión que tal masa ejercerá sobre la naturaleza; un mundo en el que Europa, aparte de pequeña, será cada vez más ridículamente minoritaria; un mundo proclive a conflictos insospechados. Sin embargo, tal vez el más grave de todos hoy sea la resistencia europea a aceptar un mundo diferente, que gira sobre otros ejes y tiene otros valores.
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