lunes, 16 de febrero de 2015

Comisión histórica

El pasado 10 de febrero, en La Habana, se hizo la presentación de los trabajos de la “Comisión histórica del conflicto y sus víctimas” acordada por la Mesa de Diálogos entre el Gobierno nacional y las Farc. Fue el punto culminante de casi seis meses de trabajos, de dos relatores y doce comisionados. Me tocó la responsabilidad y la carga de ser uno de ellos. Escribo sobre la comisión con el propósito de aclarar algunas premisas que deben tenerse en cuenta para cualquier ejercicio analítico, comunicativo o pedagógico. Y ello porque desde un principio –cuando se instaló el 21 de agosto de 2014– no han cesado los equívocos, incluso sobre asuntos tan elementales como su composición.

Esta es una de cuatro comisiones históricas principales creadas en Colombia en los últimos 55 años: la Comisión Investigadora de 1958, la Comisión de Expertos de 1987 y el Grupo de Memoria Histórica de 2007. Hay dos diferencias cruciales entre la actual Comisión Histórica y las anteriores. Una, que esta es la primera que surge de un acuerdo entre partes y no como decisión unilateral del gobierno. Otra, que la actual no tenía como misión presentar un informe colectivo.

Estas peculiaridades dieron origen a confusiones. En un país donde el sectarismo todavía es silvestre, la primera originó clasificaciones de izquierda y derecha, descalificaciones por lo uno o lo otro y, ya esta semana, improperios que resultan inculpatorios para quienes los profieren. La segunda dio lugar, al comienzo, a versiones temerosas de que se iba a crear una historia oficial y, ahora, a informes desencantados porque no hubo consensos. Lo cierto es que un examen atento de las funciones de la comisión permitía entender la integración tan variopinta y el resultado tan plural.

La Comisión Histórica es histórica por esas dos características: se proponen interpretaciones desde enfoques, posiciones y experiencias muy diversas, y eso se refleja en el papel sin apresurar acuerdos. Los acuerdos están bien para las negociaciones; la academia es el espacio de la deliberación, la crítica y el disenso. (Los intelectuales orgánicos son otra cosa, excúseme el tecnicismo.) Puede ser histórica si contribuye a organizar discusiones y reflexiones juiciosas y si es considerada útil por una futura comisión de la verdad.

Pude presenciar las reacciones de los miembros de las delegaciones del Gobierno y las Farc en La Habana. Ellas fueron de escucha, respeto, valoración, sin que ello para nada insinuara complacencia o aceptación. Si la opinión pública calificada –intelectuales, académicos, periodistas– aborda estos informes con la mitad de esa actitud, el ejercicio puede tener resultados constructivos.

De todos modos, no sobra advertir que siempre es más importante el porvenir que el pasado, que los esfuerzos de la sociedad colombiana deben enfocarse en el qué y el cómo queremos seguir construyendo país más que en lo que pasó.

El Colombiano, 15 de febrero

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