Durante la inauguración del Teatro Jardín, en 2019, Mary Luz Peláez protestó, invitó, advirtió, agradeció, todo a la vez, con su voz suave y su rostro sereno como siempre. El nuevo teatro municipal es en realidad una reconstrucción, adaptada técnicamente, del viejo lugar donde los jardineños sufrimos y gozamos veladas y películas durante décadas. Un lugar que antes había sido un negocio y que algún delirante alquiló para llevar entretenimiento y cultura al último rincón del suroeste. Protestó Mary Luz por dos décadas de abandono, agradeció por la reconstrucción, invitó a que todos se hicieran responsables del patrimonio del pueblo y recordó que muchas personas y algunas entidades —sobre todo la Corporación Cultural de Jardín— aportaron su esfuerzo para que fuera posible la recuperación de ese espacio público. Las cosas marchan bien cuando cada cual hace lo suyo: el estado invirtió, un alcalde atinó entregando a Comfenalco la gestión, los paisanos hacemos de actores y público.
En Colombia, y más aún en cualquier pueblo, la conservación y rescate del patrimonio material y de la memoria cultural son proezas. Resignados a que nuestro país careciera de monumentalidad, las autoridades, el sector privado (esta semana celebran 50 años del Edificio Coltejer) y los pobladores nos acostumbramos a la destrucción de las pequeñas huellas físicas que iban dejando las sucesivas generaciones que construían ciudades, casas, templos, vías, talleres. El patrimonio no es prioridad ni hábito. Lo que subsiste obedece al ritmo espasmódico de la buena suerte: un funcionario público consciente, un empresario o un cura sensibles, un poblador que piensa en su comunidad. Esta enumeración pone de presente que todos podemos hacer algo, pero que no todos podemos hacer todo. La responsabilidad siempre es una función de la capacidad y del poder. Hay individuos y organizaciones que pueden destruir o construir más, y los hay que pueden destruir o construir menos.
Un ejemplo de lo que se acaba de decir es la tarea de cuidado y embellecimiento de los edificios religiosos de Jardín que ha emprendido el párroco Nolberto Gallego. La más notable de ellas, por ahora, es la remodelación de la capilla del beato Juan Bautista Velásquez que cuenta con el concurso de la diócesis de Jericó. La historia de la capilla la contó el escritor Mario Escobar Velásquez, sobrino del mártir, en una crónica que le tributa a su abuelo y a su mamá y que publicó Sílaba en el volumen Itinerario de afinidades (2015). Una capilla “a priori”, como dice Escobar, porque fue construida por el padre antes de que el joven fuera beatificado. Ahora se termina de embellecer en su sencillez. Tendrá en la espadaña un altorrelieve del artista local Felipe Giraldo.
En noviembre será la ceremonia por la renovación. Faltará Mary Luz, quien murió el pasado 21. Faltará en el acto y ya hace falta en la cultura y la historia de Jardín con sus invocaciones al ejemplo, la tenacidad y el emprendimiento de los líderes cívicos.
El Colombiano, 30 de octubre