Alonso Salazar me ahorró la parte informativa de esta columna (“Quintero se desnudó: es una ficha en una toma hostil”, El Colombiano, 12.01.22). En ella actualiza los datos que apuntan a la existencia de una red política, empresarial y mediática en la que participan Gustavo Petro, el grupo Gilinski, la revista Semana y, quien funge como peón, Daniel Quintero. Hay otros personajes en la trastienda: César Gaviria, para mencionar el más notable. Salazar nos previene contra las teorías de la conspiración aunque, como dijo alguien, del hecho de que uno sea paranoico no se deduce que no lo estén persiguiendo.
No todas las piezas de este rompecabezas cuadran de forma evidente. El posible juego de Semana como vocero de la campaña petrista está por verse; hasta ahora es más clara su puja con El Tiempo por el deshonor de ser el principal publicista de Duque y la gratitud del presidente de la república pavimentándole el camino a los Gilinski. Es que si los Gilinski armaron una “toma hostil”, Duque fue quien metió el caballo de Troya. Eso se deduce de la información que proporciona Daniel Coronell: la oferta por Nutresa fue autorizada en tiempo récord, el gobierno se saltó trámites de la Supersalud y la Superfinanciera para avalar la oferta por Sura (“Operación Manuela”, Los Danieles, 09.01.22).
Duque ha dado a entender que ve con buenos ojos la llegada de capitales árabes a las empresas antioqueñas. Por supuesto, es impensable que Duque le preste un servicio consciente a Quintero y al petrismo, efecto concreto e indeseado de su indolencia con lo que pasa en Medellín. Pero ese no es el problema; Duque se va dentro de poco. El problema para la región es que si Quintero hizo y deshizo en dos años con un presidente que se limitó a tirarle regañitos por Twitter, qué no podrá hacer en los dos restantes con Petro como jefe de estado.
Y aquí es donde la puerca tuerce el rabo, porque estamos ante un enorme problema de acción colectiva. Nos enfrentamos a un problema político, en un año electoral. Los principales agentes económicos, sociales y políticos de la región tienen muchas diferencias en torno a la revocatoria y a las opciones presidenciales; incluso, algunos se niegan a hablar de política. Peor aún, carecen de un diagnóstico básico compartido y, por tanto, de un propósito claro más allá del ambiguo e insuficiente llamado a recuperar la ciudad. Escucho llamados al diálogo, todavía precarios, puesto que no sé sabe quiénes y sobre qué dialogarían. Además, toca reflexionar y hablar mientras vamos haciendo porque el calendario es inexorable. Fuera de la modesta tribuna de los opinadores no se ve ninguna convocatoria para poner en marcha un frente común. Huérfanos de líderes previsibles tendremos que salir linterna en mano, como Diógenes, a buscar uno.
El Colombiano, 16 de enero
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