lunes, 15 de febrero de 2021

Silencio, palabra, grito

Haciendo un pequeño ejercicio tipológico podría decirse que en la política democrática se trabaja con tres tipos de materiales: el silencio, la palabra y el grito. Estos materiales estaban ya presentes en el ágora ateniense y en el senado romano; habría que decir, para no pecar de idealistas, que allí aparecía ocasionalmente el puñal, pero este es un anuncio de la dictadura y como tal cae fuera de lo que debe llamarse la política democrática.

El silencio hace parte de la civilidad y podríamos equipararlo a lo que llamamos la diplomacia. En política, muchas veces se deja pasar, cosa que hacen políticos, expertos y analistas. El silencio ha sido, clásicamente, una manera de crear distensión y dar margen a que los involucrados reflexionen, o simplemente una forma de desentenderse de asuntos que no se consideran importantes o fundamentales. Por supuesto, existe el silencio como máscara de la perfidia, ahora en boga a través de las llamadas “bodegas” que producen información falsa y hacen el trabajo sucio de un jefe particular.

La palabra ha sido siempre la materia privilegiada de la política; la palabra motivante del orador, la palabra persuasiva del intelectual público, la palabra como ejercicio de la libertad y como derecho de todo ciudadano, incluso esa palabra abreviada que es el voto. Desde hace unas cuantas décadas, la palabra se llevó al centro del paradigma democrático cuando se trató de postular la democracia deliberativa como una especie alternativa o complementaria a la representación y a la participación. Poca duda cabe de la desvalorización que ha sufrido la palabra, por obra y gracia de la demagogia y la mentira consuetudinaria de los jefes políticos y sus serviles.

El grito como expresión de indignación, protesta, reproche, siempre ha hecho parte de la política; que no les guste al conservador aristocrático que prefiere la diplomacia o al liberal racionalista que siempre opta por el discurso es otra cosa. El grito volvió a la política democrática hace una década larga como lo prueban los nuevos observatorios (Acled, por ejemplo). La indignación espontánea y significativa es una fuente de información muy valiosa para los gobernantes democráticos; el reflejo autoritario conduce simplemente a mandar la policía. La indignación canalizada bajo la forma de un proyecto político contribuye a producir cambios.

El manejo de los materiales es un arte y arte es considerada la política desde los tiempos clásicos; un arte difícil de consumar. ¿Cuándo callar, dejar pasar? ¿Cuándo debatir? ¿con quién argumentar? ¿cuándo protestar? ¿qué motivo merece una movilización, cuál daría pie a una propuesta? La política es un arte que no se deja engañar por el disfraz de líder o estadista que usa aquel que llega al poder por azar, por descarte o por suerte.

(Impropia forma de celebrar los sesenta años de la publicación de Silence, de John Cage.)

El Colombiano, 14 de febrero

No hay comentarios.: