lunes, 22 de febrero de 2021

La presidencia y la alcaldía

Las relaciones entre la presidencia de la república y las alcaldías tienen un antes y un después cuyo parteaguas es la elección popular de alcaldes, que inició en 1988. Antes, el presidente de la república nombraba al alcalde y era su jefe directo. De algún modo, existía una relación de solidaridad entre ambos y al presidente le incumbía una responsabilidad mediata en la gestión del alcalde. En ese entonces, específicamente entre 1958 y 1982, a Medellín no le fue muy bien: el periodo promedio del alcalde fue de un año, mientras en Cali fue de año y medio y en Bogotá tres años. ¿Podía gobernar así un alcalde? El tiempo alcanzaba para arreglar la oficina, ir a los eventos protocolarios y poco más. La proyección de la ciudad descansaba en el gerente de EPM y en la dirigencia privada. La expansión educativa, hospitalaria, asistencial y recreativa fueron obra, básicamente, de fundaciones cívicas o religiosas y de iniciativa empresarial, como las cajas de compensación, para no ir muy lejos.

Las cosas cambiaron después de 1988. El presidente dejó de ser el jefe directo del alcalde, aunque, como jefe de gobierno es superior jerárquico del mismo. Esta primacía se expresó en la historia reciente en actos como las negociaciones con las milicias populares o la Operación Orión, para mencionar dos casos municipales que eran de competencia presidencial. Un acto más protuberante fue la creación de la Consejería Presidencial para Medellín —punto de inflexión de la transformación de la ciudad— que se constituyó en una auténtica alcaldía ad hoc. En la mayoría de los casos el presidente no le da órdenes al alcalde pero lo condiciona con inversiones nacionales, proyectos de los institutos descentralizados o las empresas estatales, disponibilidad de la policía, o —maliciosamente— usando los órganos de control. Como jefe del estado, además, el presidente de la república tiene la atribución constitucional (art. 189) de ejercer funciones de inspección, vigilancia y control sobre toda actividad que sea de utilidad común. No sobra decir que los presidentes han usado discrecionalmente sus poderes para constreñir a los alcaldes más allá de sus competencias, a veces, simplemente por diferencias políticas.

Esta argumentación preliminar es para decir que una cosa es la intervención administrativa y política que el presidente de la república puede hacer —por ejemplo, en el caso de EPM— y otra distinta la intervención corporativa y legal (Ley 142 de 1994), que dijo que no haría. Duque ya intervino en EPM induciéndola a asumir parte de los restos del naufragio eléctrico en la costa Caribe, lo que supondrá inversiones calculadas en 8 billones de pesos. No tiene excusas para la inacción respecto a EPM, y debería ser corresponsable de lo que ocurra.

Chiche: 

A Venezuela, estado fallido con un régimen inepto y corrupto, llegaron primero las vacunas anticovid que a Colombia.

El Colombiano, 21 de febrero


miércoles, 17 de febrero de 2021

lunes, 15 de febrero de 2021

Silencio, palabra, grito

Haciendo un pequeño ejercicio tipológico podría decirse que en la política democrática se trabaja con tres tipos de materiales: el silencio, la palabra y el grito. Estos materiales estaban ya presentes en el ágora ateniense y en el senado romano; habría que decir, para no pecar de idealistas, que allí aparecía ocasionalmente el puñal, pero este es un anuncio de la dictadura y como tal cae fuera de lo que debe llamarse la política democrática.

El silencio hace parte de la civilidad y podríamos equipararlo a lo que llamamos la diplomacia. En política, muchas veces se deja pasar, cosa que hacen políticos, expertos y analistas. El silencio ha sido, clásicamente, una manera de crear distensión y dar margen a que los involucrados reflexionen, o simplemente una forma de desentenderse de asuntos que no se consideran importantes o fundamentales. Por supuesto, existe el silencio como máscara de la perfidia, ahora en boga a través de las llamadas “bodegas” que producen información falsa y hacen el trabajo sucio de un jefe particular.

La palabra ha sido siempre la materia privilegiada de la política; la palabra motivante del orador, la palabra persuasiva del intelectual público, la palabra como ejercicio de la libertad y como derecho de todo ciudadano, incluso esa palabra abreviada que es el voto. Desde hace unas cuantas décadas, la palabra se llevó al centro del paradigma democrático cuando se trató de postular la democracia deliberativa como una especie alternativa o complementaria a la representación y a la participación. Poca duda cabe de la desvalorización que ha sufrido la palabra, por obra y gracia de la demagogia y la mentira consuetudinaria de los jefes políticos y sus serviles.

El grito como expresión de indignación, protesta, reproche, siempre ha hecho parte de la política; que no les guste al conservador aristocrático que prefiere la diplomacia o al liberal racionalista que siempre opta por el discurso es otra cosa. El grito volvió a la política democrática hace una década larga como lo prueban los nuevos observatorios (Acled, por ejemplo). La indignación espontánea y significativa es una fuente de información muy valiosa para los gobernantes democráticos; el reflejo autoritario conduce simplemente a mandar la policía. La indignación canalizada bajo la forma de un proyecto político contribuye a producir cambios.

El manejo de los materiales es un arte y arte es considerada la política desde los tiempos clásicos; un arte difícil de consumar. ¿Cuándo callar, dejar pasar? ¿Cuándo debatir? ¿con quién argumentar? ¿cuándo protestar? ¿qué motivo merece una movilización, cuál daría pie a una propuesta? La política es un arte que no se deja engañar por el disfraz de líder o estadista que usa aquel que llega al poder por azar, por descarte o por suerte.

(Impropia forma de celebrar los sesenta años de la publicación de Silence, de John Cage.)

El Colombiano, 14 de febrero

lunes, 8 de febrero de 2021

Terminator

Empieza Jorge Orlando Melo las conclusiones de su Historia mínima de Colombia (2017), diciendo que “la mirada de conjunto a Colombia desde la Independencia permite ver un desarrollo económico rápido y mejoras notables de las condiciones de vida de la población, en especial después de 1850. Esto fue obra sobre todo de los ciudadanos”. De los ciudadanos más que del estado, es decir, del esfuerzo familiar, asociativo y empresarial. En Medellín no fue diferente y es, básicamente, nuestra historia, incluyendo la de Empresas Públicas de Medellín.

El brusco despido del Gerente de EPM, anunciado por un medio independiente dos semanas antes y negado categóricamente por el alcalde, fue un acto grotesco pero ante todo la muestra de la situación en que está la gran empresa de los antioqueños. En la entrevista que le realizó el periodista Juan Diego Ortiz de El Colombiano contó el señor Álvaro Rendón la forma intrusiva, arbitraria y personalista como el alcalde se comporta en EPM. En nombre de una lucha fantasiosa contra el empresariado antioqueño, Daniel Quintero está realizando la peor de las privatizaciones posibles: la apropiación de una empresa pública por parte de un individuo.

EPM es la pieza más visible y estratégica entre todos los objetos atacados por el alcalde, pero no es el único. Hace poco han salido a relucir los casos de Buen Comienzo y el Jardín Botánico. El programa Buen Comienzo está siendo destrozado, perjudicando a los niños más pobres de Medellín para favorecer a una empresa contratista vinculada con los peores políticos de Bello. El Jardín Botánico está siendo asfixiado económicamente con la suspensión de todos los contratos municipales, ¿a quién se los dará?

Detrás de cientos de programas e instituciones como estas hay cientos de organizaciones de la sociedad civil tan antiguas y venerables como la Sociedad de Mejoras Públicas o la Fundación Carla Cristina. El programa político del alcalde Quintero es copar las instituciones y programas del municipio de Medellín, tomar la nómina, canalizar los presupuestos o, directamente, favorecer bolsillos particulares por donde se puedan capturar las rentas públicas. La única manera de hacerlo es destruyendo el tejido asociativo y empresarial que ha hecho posible el mejoramiento de las condiciones de vida de los medellinenses y nuestro desarrollo económico, para usar las expresiones de Melo.

Los antioqueños nos resignamos a que algunos alcaldes hicieran y deshicieran en La Alpujarra, creyendo que esa era su casa y que parte del precio a pagar era con la burocracia para la clientela y el 15% para el jefe. Quintero empezó haciendo y deshaciendo a un costado, en el edificio inteligente, con el aplauso de algunos incautos. Ahora hace y deshace a lo largo y ancho de la ciudad, a costa de los sectores populares y las entidades cívicas que la construyeron. Y le faltan tres años.

El Colombiano, 7 de febrero

lunes, 1 de febrero de 2021

Algunos pioneros

No sorprende que Colombia esté entre los tres peores países del mundo en el manejo de la pandemia, ni que el cuarto (Irán) duplique nuestro puntaje. Cuando el Lowy Institute incorpore la gestión de la vacuna quedaremos de últimos; no es un pronóstico arriesgado. Mirar al gobierno y lo malo (que en estos años vienen siendo lo mismo) debe llevarnos a buscar lo bueno, que está casi todo en la iniciativa de personas e instituciones privadas.

Les cuento cuatro historias breves.

El señor Juvenal Marín decidió realizar uno de los objetivos de su vida: abrir una librería. En plena cuarentena arrendó un local al frente de su tradicional tienda de artesanías en Jardín, lo adecuó y cuando menos pensamos, abrió. Libros, pintura, fotografía, juegos, café para charlar. “Algún día se acaba esto”, me dijo. El hecho es que, aunque no se acabe, Martín Fierro ya es un triunfo para la literatura y el arte.

El colegio Avanzar queda en Envigado y pocos lo conocen; me enteré por los padres de mi nieta. Es una institución privada fundada en 1988. Apenas terminó la cuarentena, Avanzar decidió volver a la educación presencial. Mientras otros se sometían a la idea dominante del cierre, directivos y profesores le dieron esa oportunidad a los menores y sus familias. El lema de Avanzar es “Fomentamos la libertad de crear, pensar, expresar y hacer desde la responsabilidad y la esencia”. La decisión de abrir respalda la seriedad de su propósito.

El liderazgo cultural de Roberto Ojalvo en Jericó es un secreto a voces. Es ingente contar qué iniciativas promovió y, más aún, qué nuevas ocurrencias estará moviendo. Me dejó boquiabierto la semana pasada al escucharle la enumeración de conciertos, exposiciones y actividades comunitarias efectuadas desde septiembre pasado. Todas con presencia física de la gente. De ñapa, la Casa Museo José Tomás Uribe y el nuevo museo de música mantienen sus puertas abiertas, además del Maja.

Claudia Patricia Restrepo, la rectora de la Universidad Eafit, dio una explicación contundente esta semana sobre la importancia de hacer la vida: si necesitamos adaptarnos a la situación presente, la educación es el ámbito de aprendizaje para desarrollar nuevos hábitos, nuevas formas de comportamiento y nuevas maneras de relacionarnos. El campus universitario se está abriendo, además, con la convicción de que la universidad debe hacer pedagogía con estudiantes, profesores, familias y la sociedad en general.

Hay muchos ejemplos de coraje e imaginación en la sociedad civil que merecerían destacarse. Mencioné algunos que conozco. Me ocupé de ejemplos provenientes de los ámbitos de la educación y la cultura porque han sido los principales marginados por las autoridades gubernamentales, por muchos colegas profesores y por padres de familia. Estos ejemplos debieran animar a los directivos del sector y a los educadores, artistas, empresarios a moverse.

El Colombiano, 1 de febrero