El asalto al Capitolio en Washington representó la trasgresión de una línea roja en la política estadounidense. El jefe de la bancada republicana Mitch McConell lo llamó “una fallida insurrección”; medios de comunicación serios, como The Atlantic y The Washington Post hablan de “golpe de estado”. El discurso de los líderes demócratas sugiere una severa retaliación. Hasta ahora la lista de los potenciales blancos no es muy larga: Donald Trump, los jefes de los grupos insurgentes y Colombia. Como lo oyen. El torpe alineamiento del gobierno de Iván Duque con las aspiraciones de Trump y la intromisión abierta de senadores del Centro Democrático en la campaña electoral en Estados Unidos fueron notados por los estrategas demócratas y por el propio presidente electo Joe Biden. De darse, el castigo será variado: duro para los senadores Cabal y Vélez, cuatro años de suspensión al Centro Democrático, endurecimiento de las condiciones durante el año y medio que nos queda de mal gobierno.
Pero las consecuencias del trumpismo en el país podrían ser peores que esto. El populismo tiene una de sus fortalezas en su capacidad de movilización, pero la regla general es que su dirigencia no ha promovido la violencia. El ataque al Capitolio, con cuatro muertos civiles y uno policial, marca la conjunción entre violencia callejera y liderazgo populista. Y ese ejemplo será imitado en otras partes del mundo. Tampoco es que se necesite que el jefe populista haga llamados directos. Basta que cultive un marco mental conspirativo, que use el discurso del odio, que aliente a los grupos más fanáticos; el desenlace vendrá por sí solo, como ocurrió el 6 de enero.
Estos tres elementos existen en Colombia. Teorías conspirativas como la entrega del país a las Farc o el gobierno oculto de los empresarios, el castrochavismo o la hegemonía paramilitar. Narrativas insidiosas como la traición de Santos o el uribismo de Fajardo. El lenguaje intolerante y ladino de los principales jefes políticos y de figuras parlamentarias como Bolívar, Benedetti o Cabal. La emergencia de grupos virtuales de fanáticos en un país en el que, según Gallup Poll, la gente les cree más a los medios sociales que a la prensa. La latencia de la agrevisidad física en una sociedad con altos índice de violencia y mucha permisividad frente a la agresividad verbal. Todo esto apoyado en el crecimiento exponencial del descontento, impulsado por los efectos perversos del manejo gubernamental de la pandemia y su mezquindad con la pequeña empresa y los más vulnerables.
La ventaja colombiana es que la matriz populista está dividida entre el uribismo y el petrismo. Nuestra amenaza está en que la indignación y el resentimiento puedan ser canalizados mayoritariamente por uno de ellos. La desventaja es que nuestras instituciones son más débiles. Nuestra oportunidad consiste en la construcción de una candidatura de centro.
El Colombiano, 27 de diciembre
No hay comentarios.:
Publicar un comentario