En los análisis de coyuntura basados en cifras se suelen utilizar dos tipos de indicadores: objetivos, que resultan de las mediciones establecidas en distintas disciplinas sociales, y subjetivos, que resultan de las mediciones sobre la percepción de las personas. Ambos tipos de indicadores son técnicos. En contra de cierto pensamiento tradicional, los indicadores objetivos no son más importantes que los subjetivos, al fin y al cabo, los ricos también lloran o no solo de pan vive el hombre (la que escojan). Y en contra de cierta respuesta refleja e ingenua, la percepción no se resuelve con propaganda ni con “happycracia”.
Los indicadores objetivos sobre Colombia son negros. Hablen el Fondo Monetario Internacional o la Cepal, el Dane o los expertos en los renglones específicos, el porvenir luce áspero. Dos años duros, al menos, y más duros, como siempre, para los pobres y los vulnerables. No es la primera ni será la última vez que nos toca algo así. Al menos mi generación —la del Frente Nacional— vivió saltando matones.
Los indicadores subjetivos del país están empeorando a pasos agigantados. Al menos eso se deduce de los resultados de Gallup Poll publicados el pasado 2 de julio. El pesimismo general de los colombianos es igual al máximo histórico desde que se efectúa la medición, es decir, a El Caguán y la crisis asiática. La preocupación sobre temas específicos, incluyendo seguridad y salud ha caído, en medio de la consigna falaz de que todo lo que se hace es por la vida de los colombianos.
Los resultados más escandalosos, aunque nada nuevos, tienen que ver con la corrupción y la confianza pública. La corrupción ha pasado a ser el problema más importante para los colombianos, desplazando a la seguridad y al empleo. Al respecto, me basta remitir a los lectores a la columna de don Alberto Velásquez en este diario (“Lo increíble”, 08.07.20). No se podía esperar más cuando el hecho de que el director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres compre mercados con sobrecostos del 40% no produce sanciones, según denuncia hecha por La W Radio. Esa oficina depende de la Presidencia de la República.
El tema que leo como confianza pública se deriva de la percepción de que la gente solo encuentra consuelo en su familia y en sus redes sociales cercanas; nada reciben y poco esperan de las instituciones públicas y privadas. Esa ha sido una fortaleza oculta del país, pero en una circunstancia como la que vivimos puede conducir a un “sálvese quien pueda”.
El desgaste del régimen político y su confluencia en un momento en el que carecemos de liderazgo y unidad nacional, con un gobierno insensible e inmaduro, las cosas tenderán a empeorar. Taparse la boca puede ayudar con el virus, pero no le servirá de nada al país.
El Colombiano, 12 de julio
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