Se murió Rubén Sierra Mejía durante el tiempo en el que los gobernantes decidieron prohibir el culto religioso público y, además, las obras de misericordia. Los gobiernos no dan de comer al hambriento e impiden que visitemos a los enfermos. Los difuntos solo cuentan en la estadística pandémica; no hay espacio para personalizarlos pues todos están ocupados hablando sobre un virus del que casi nadie sabe nada y los que saben algo saben poco. No es impostura mía, lo dicen 22 especialistas en Nature (“Five ways to ensure that models serve society: a manifesto”, 25.06.20).
El filósofo Rubén Sierra Mejía murió en Bogotá el pasado 28 de junio. Había nacido en Salamina, Caldas, en 1937. Su vida estuvo consagrada al estudio y difusión del pensamiento colombiano, especialmente del trabajo filosófico, y a actividades culturales como la orientación y edición de revistas especializadas, dirección de bibliotecas e institutos, amén de las actividades más cotidianas de los profesores universitarios.
Muchos supimos de Sierra cuando Procultura decidió publicar, en 1985, el volumen La filosofía en Colombia (siglo XX) en el que, fungiendo como compilador, seleccionó textos de la mayoría de los principales representantes de la disciplina en el país. Como todo buen trabajo de ese tipo, no sobró nadie y faltaron algunos (González, Torres, Sanín). En lo personal, nos acercamos en la membresía de la Sociedad Colombiana de Filosofía y a propósito de mi trabajo sobre Cayetano Betancur (1910-1982).
Altivo, como buen paisa, pero contenido en el verbo, como pocos coterráneos, Sierra destacaba por su modestia. El mero hecho de dedicarle su vida a divulgar la obra de sus predecesores y colegas lo dice todo. En 2015, cuando publicó sus entrevistas con Danilo Cruz Vélez, dijo que su trabajo había sido “solo el de un amanuense escrupuloso”. Su trabajo sobre el pensamiento colombiano buscó concitar el esfuerzo colectivo de colegas y estudiantes, y era, como los buenos profesores, asiduo escucha en los foros y seminarios.
La entrevista a Cruz Vélez la tituló La época de la crisis. Allí dice que la clase media ilustrada había sido el interlocutor de los intelectuales pero que ella “ha sido absorbida por la masa, y debido a la acción de técnica, desaparece en esa especie de tendencia de lo moderno a convertirlo todo en superfluo”. En otro lugar, dejó claro que en el campo intelectual colombiano todavía no es notable la presencia de los filósofos. Estos no salen de la universidad y no se han lanzado a la controversia.
Después de las muertes de Guillermo Hoyos, Beatriz Restrepo, Daniel Herrera, Germán Marquínez, Adolfo León Gómez, Danilo Cruz, ahora Sierra, es evidente la desaparición de una generación de filósofos, educadores, y, como en el caso de los dos primeros, de intelectuales que contribuyeron a la formación de una opinión más moderna, crítica y situada.
El Colombiano, 5 de julio
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