Hay conversaciones sintomáticas. En Medellín, a lo largo de los años noventa hubo decenas de foros sobre ética, relativamente diversos por la convocatoria, los participantes y los enfoques. La crisis moral de Medellín era evidente y esa conversación ayudó a tonificar un poco nuestro cuerpo social. Parcialmente. Después llegó la parapolítica y continuó con peso grande la cultura mafiosa, muy fuerte entre constructores y jóvenes intrépidos de los sectores privado y público. Ya tendremos que volver a hablar de ética.
En el cambio de siglo empezaron conversaciones nacionales sobre el tipo de país que queríamos. Significaba eso, ni más ni menos, que el acto constituyente no bastaba: había que afinar políticas, ampliar acuerdos y trasladar la nueva carta a la cultura política. Es que uno no puede agitar un texto constitucional o sacarle en cara a los inconformes diez millones de votos creyéndose que con eso basta. Ahora recuerdo dos ejercicios. Destino Colombia (1997), que tuvo por escenario a Antioquia y por mentores a importantes franjas del empresariado y la intelectualidad pública, fue uno. El otro, Repensar a Colombia (2002), promovido por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Mírense las fechas: el primero, en plena crisis del proceso samperista; el segundo; en la noche de los últimos días de El Caguán y el pináculo militar de las Farc.
Silenciosamente, en el último año, han ocurrido ejercicios similares. ¿Cómo mejorar a Colombia? (2018), fue una contribución de 25 intelectuales colombianos organizada por Mauricio García Villegas. Reimaginando a Colombia (2019), es un aporte de 47 prácticos de distintos campos promovida por la consultora McKinsey. Era evidente que el acuerdo con las Farc, importante como fue, era insuficiente para la reconstrucción nacional. Ambas reflexiones coincidieron con el inicio de la implementación práctica de los acuerdos y el bicentenario de Boyacá, tristemente desperdiciado por el Estado y las élites políticas y económicas. Síntomas ellas de que nos falta diálogo, estudio, proyección colectiva. Hay mucho trabajo sectorial, como el bienvenido en el sector educativo o el que hicieron las fuerzas militares hace tres años (Damasco), pero una nación es más que la suma de sus partes y una estrategia es más que el pegote de metas específicas. Estos dos ejercicios muestran una fisura preocupante; nosotros —la élite intelectual— por un lado; y la élite práctica —empresarios, periodistas, artistas— por el otro. (La farándula de los conferencistas internacionales no nos une.) Y, además, una falta de socialización y conexión con los políticos y los medios de comunicación que le quita cualquier influencia al esfuerzo.
Ahora que el presidente Duque promueve la “conversación nacional” sería bueno retomar esas y otras reflexiones. Pensar en caliente en medio de cacerolazos y bolillazos es difícil; pensar bien es casi imposible. Ignorar los aportes del pensamiento colombiano —incluso, los de hace dos décadas— sería un desperdicio.
El Colombiano, 15 de noviembre
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