Es un consenso académico que uno de los principales problemas de Colombia es su falta de unidad: integración territorial, homogeneidad social, concordia cívica, unidad política. Uno de los elementos más importantes de la unidad es la comunión simbólica de la ciudadanía. La carencia de una simbólica nacional es uno de los aspectos que más subraya el intelectual franco-colombiano Daniel Pécaut. Muchas veces ha insistido en que las identidades bipartidistas terminaron remplazando u obstruyendo esa unión simbólica.
Las cosas han empeorado. No hay ya identidades bipartidistas, solo adscripciones fugaces y epidérmicas a personalidades. La majestad del poder ejecutivo se ha disuelto en medio del personalismo y las pequeñas vanidades. No hay continuidades institucionales, solo caras de administradores.
El destrozo de las pocas expresiones de la simbólica nacional se puede ejemplificar con la tarea que hizo el congreso con los billetes. Cambió las pocas caras que representaban la unidad política del país por una galería discutible de jefes liberales (Gaitán, López, Lleras), por un lado, y de artistas (Silva, Débora, Gabo), por el otro. Desaparecieron sin explicación alguna Bolívar, Santander, Nariño, Núñez. En Estados Unidos hubo un debate largo e intenso antes de sacar a Andrew Jackson del billete de veinte (fue remplazado por Harriet Tubman) y a nadie se le hubiera ocurrido sustituir a Washington por Poe. Ciertos intelectuales hacen la vista gorda porque creen que el nacionalismo es más problemático que la debilidad identitaria.
Esto parecía entenderlo la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez cuando dijo, el pasado 23 de octubre, que “conmemorar el Bicentenario del nacimiento de la República de Colombia es una ocasión para unirnos los colombianos, para pensar nuestro país hacia el futuro”. Los ritos, la rememoración, la dignificación de los líderes de la construcción del Estado hacen parte de los hilos zurcidos para unir a una comunidad. Y la mirada al pasado sirve para revisar nuestros proyectos, los avances y las faltas, los giros y las continuidades, para iluminar la manera como estamos juntos y para acomodarla a los tiempos que vendrán. Bien comprendido.
Lo que pasa es que, a renglón seguido, la vicepresidenta instaló una Comisión de Expertos repleta de ministros y gobernadores. Comisión y sin expertos. Como era de esperarse no salió nada y lo que pueda salir de aquí al siete de agosto será misérrimo. Otra oportunidad perdida.
Los únicos que han hecho algo desde el 2010 han sido los académicos y las universidades. Mucho; teniendo en cuenta sus limitaciones de recursos. En 2019 parece que le está yendo mejor a Alexander von Humboldt que a la independencia misma y eso se puede explicar, quizá, porque no hubo una comisión de ministros y gobernadores para organizar los festejos. No está mal. Al fin y al cabo, Bolívar creía que la obra de Humboldt era parte de la constitución de nuestras naciones.
El Colombiano, 2 de junio
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