Dos documentales han generado escozor nacional en los últimos meses; el uno con alharaca y el otro con mutismo. Se trata de La negociación de Margarita Martínez y The Smiling Lombana de Daniela Abad. El primero sobre el proceso de diálogos entre el gobierno y las Farc y el segundo sobre la vida de Tito Lombana, a quien cierto lenguaje le llamaría hoy emprendedor. Ambos pueden considerarse escandalosos, pero son distintos en el motivo de escándalo.
La histeria —ya tan habitual en Colombia— que produjo La negociación se debe a la clara diferenciación política entre las Farc y el resto de la sociedad colombiana. Cierto es que algunos pequeños sectores de la izquierda sonámbula mantuvieron una confusión visceral, a pesar de rechazar racionalmente la violencia. Pero desde hace mucho tiempo, al menos desde 1991 y con más veras después de 2008, el asunto con las Farc era entre ellos y nosotros, como suele suceder en los momentos de expresión más nítida de lo político.
Con The Smiling Lombana no pasa lo mismo. No porque el narcotráfico no sea un crimen de consecuencias atroces y masivas, en particular en el sur global. Detestamos al Pablo Escobar del periodo 1984-1993, así como nos parecía admirable antes y como nos parecen tolerables sus sucesores en el fútbol, la farándula, los negocios y la política… también en el edificio o en la unidad residencial. Detestamos a Escobar cuando demarcó la línea de enemistad entre él y nosotros.
Pero Lombana y todos los émulos que tiene en Colombia no nos plantean un problema político. Lombana no es otro extraño, no amenaza nuestra existencia ni nuestro modo de vida. Al contrario, la existencia nuestra es como la de él y su modo de vida es el que quisiéramos tener (muchos lo lograron: casa en las lomas, decoración costosa, autos de lujo, vida social exclusiva, celebración cotidiana).
Lombana no solo se lucró del dinero de los narcos sino también del tráfico, es cierto, pero ese es un matiz que no cambia el núcleo del problema. Este consiste en que mientras casi todos los colombianos sienten a los guerrilleros como infrahumanos o monstruos, millones de colombianos vemos a los narcotraficantes como a un próximo: familiares, amigos o vecinos; clientes, proveedores o socios; patrocinadores o mecenas. La cadena del narcotráfico es larga y va desde la fiesta casi inocente hasta el sicario pasando por el blanqueo de dinero. Lombana era sonriente, festivo, cálido; lo contrario de cualquier comandante.
Se puede demoler el Edificio Mónaco, pero mientras haya tantas ganas de dinero rápido en el espíritu, tanta ansiedad por el estatus en la mente, tanto desprecio por la ley en el corazón, será difícil romper con la herencia del narcotráfico. Los narcos son el gran rompecabezas colombiano porque no son un ellos, son parte del nosotros.
El Colombiano, 10 de febrero
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