Hace dos semanas se efectuó la consulta interna del Partido Liberal en medio de la apatía general de la ciudadanía y de la opinión pública. Solo hubo ruido en los medios de comunicación y entre muchos columnistas, lo que da a entender que el Partido está sobrerrepresentado en esas esferas. Un partido que es como un espectro; como algunos de esos santos a los que la Iglesia bajó hace tiempos de los altares pero que todavía tienen devotos despistados que gastan plata en veladoras y tiempo en oraciones.
Tristes los argumentos del debate sobre la consulta. Que el problema era la plata –los benditos 40 mil millones–, que se agravará cuando nos cuenten que la dirección liberal se embolsillará 3 mil millones por reposición de votos. Otra letanía fue que la consulta era democrática porque hubo urnas: es una concepción estrecha de la democracia, por parte de opinadores que no me molestaré en citar. Urnas hubo en Cuba esta semana y hay en Venezuela cada seis meses. Los votos, por otra parte, fueron tan poquitos que no suman ni siquiera la cantidad que se le exige a un candidato que se postule mediante firmas. Es decir, el Partido Liberal se ha deslegitimado a sí mismo.
La consulta acabó con la tradición pluralista del partido pues empezó por descabezar a todos aquellos candidatos que no adhirieron a un llamado “Manifiesto liberal”, redactado para sacar a las senadoras Vivian Morales y Sofía Gaviria, y afinó su tradición oportunista sacando a Juan Manuel Galán, ya no por motivos ideológicos sino de interés inmediato. César Gaviria y los otros le pusieron una mortaja a eso que se supone era el liberalismo y que el politólogo Francisco Gutiérrez llama “partido ancho” (La destrucción de una república, 2017), el partido de matices con el que se llenaban la boca Lleras y López, los de los billetes nuevos.
Sirvió, eso sí, para comprobar el hecho de que el liberalismo ya no existe como gran partido y, menos aún, como partido de las mayorías. Fueron 735.957 participantes en esta consulta, el equivalente a un tercio de los que participaron en el 2006 (2.227.484) y a una sexta parte de los que votaron en la consulta de 1990 ( Jorge Bustamante, “La antidemocrática consulta del Partido Liberal”, Razón Pública, 21.11.17). Incluso, a uno le queda la duda de si hay partido propiamente dicho. Esta columna no la titulé “mortaja roja” porque aquí los partidos no se acaban, se vuelven zombies.
Lo deplorable, casi cómico, es que los dirigentes liberales pretendan que una coalición de centro para las elecciones presidenciales gire alrededor del candidato elegido en tal consulta. Como si estuviéramos en 1930 o en 1958. Como si los demás aspirantes y movimientos fueran pequeños satélites que tuvieran que girar alrededor de la supuesta estrella liberal.
El Colombiano, 3 de diciembre
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