La principal preocupación del país, es decir, de la sociedad y de los dirigentes debería ser la reconciliación, aunque lo que uno ve en la escena pública es la lucha ciega entre el miedo y el odio. La frase es de Álvaro Gómez Hurtado (1919-1995) a propósito de las elecciones de 1970; un tema sobre el que volveré cuando se acerque mayo del 2018. La reconciliación necesita reflexión, comprensión, distancia, discusión informada. Eso nos lo ofrecen cuatro libros publicados durante 2017. Será mi recomendación para vacaciones.
Empiezo por el que abarca el periodo más largo de la historia colombiana. Daniel Pécaut acaba de publicar una larga y magnífica conversación con el profesor Alberto Valencia Gutérrez de la Universidad del Valle (En busca de la nación colombiana, Debate). Pécaut recaba en su caracterización de Colombia como un país fragmentado no solo desde el punto de vista territorial, sino también social y político. El mensaje duro es que necesitamos avanzar en “la construcción de una voluntad nacional y de una visión de futuro”.
El trabajo que se remonta más atrás es de Francisco Gutiérrez Sanín, profesor de la Universidad Nacional (La destrucción de una república, Taurus - Universidad Externado). Trata del periodo de la república liberal (1930-1946) a través de la manera como se estructuraron y se condujeron los partidos tradicionales, pero hace un contraste esclarecedor sobre la llamada “hegemonía conservadora”, destrozando las caricaturas que se hacen sobre ambos periodos. La república destruida no fue solo la liberal sino la colombiana.
Eduardo Pizarro Leongómez publicó Cambiar el futuro (Debate). Se trata de la historia de los acuerdos de paz desde 1984 hasta el 2016. Una panorámica necesaria que muestra cómo este país se empecinó en buscar la paz casi desde el momento mismo en que comenzaron las guerras insurgentes. Y cómo los méritos de esta paz parcelada están muy repartidos. Puede verse que a lo largo de 35 años el país construyó instituciones, reglas y capacidades que terminan por configurar una política de Estado, sinuosa pero productiva a fin de cuentas.
En No hubo fiesta (Debate), Alonso Salazar narra una docena de historias de personajes que se fueron pa’l monte, como solía decirse. Alonso volvió a la crónica después de un largo paréntesis y lo hizo en un campo muy complicado, porque se atreve a contar historias de amigos, compañeros de estudio, familiares. La gran virtud del libro es que humaniza los personajes que detrás de una capucha o un camuflado eran vistos solo como fichas de juego de guerra o encarnaciones de la maldad.
Estas lecturas nos llaman a cambiar el futuro, frase de Carlos Pizarro. El riesgo de los colombianos es quedarnos pegados del pasado, dándole de comer al miedo y al odio, en lugar de ocuparnos de lo que viene para nosotros y los que nos seguirán.
El Colombiano, 10 de diciembre
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