Dos tipos van corriendo a toda velocidad, en cierto momento uno pregunta: ¿para dónde vamos? Y el otro le responde: no sé, pero vamos a llegar tarde. Es un chiste muy viejo. Apelo a este recurso para ilustrar esa manía de los habitantes del Valle de Aburrá de vivir a las carreras. Todo el mundo corre en sus vehículos, a pie por las aceras, dentro de los lugares de trabajo, como si los persiguiera el demonio. O como si quisiéramos demostrar que estamos atareados, que somos diligentes.
Me contaron hace poco que un visitante se había sorprendido con el ritmo febril de Medellín. Que, me dijeron que dijo, solo había visto algo así en Nueva York. Tal vez sí. Solo que en Nueva York no se matan tanto corriendo, literalmente en accidentes de tránsito, y producen mucho más que nosotros. Porque la baja productividad antioqueña, y colombiana en general, se disimula corriendo. O gastando silla o computador. Aquí creemos que el que produce es el tiempo y la presencia física. Una herencia del gamonalismo que predica que “el ojo del amo engorda al ganado”.
De ese modo estamos en el peor de los mundos. Gastamos enormes recursos corriendo, yendo a trabajar, permaneciendo largas jornadas en el puesto, y por el otro lado producimos poco, incluso menos que antes. Santiago Montenegro acaba de divulgar cifras de Planeación Nacional que indican que la productividad nacional “fue negativa en el período 2000-2014” y que “en 2016, la caída fue de -1,1 %” (“Un nuevo enfoque”, El Espectador, 17.09.17). Sigue diciendo Montenegro que, según la OCDE, “hace medio siglo hacían falta tres trabajadores colombianos para producir lo que producía un trabajador de los Estados Unidos” y ahora se necesitan casi cinco. Como tuvimos la bonanza minera, nos cruzamos de brazos.
El mismo día, en el mismo diario, Salomón Kalmanovitz criticó las extensas jornadas de trabajo en el país (“La jornada de trabajo”). Los países más productivos del mundo tienen jornadas de trabajo cortas, vacaciones largas, mucho trabajo flexible y no presencial. Las urbes modernas de Colombia y las medianas y grandes empresas tienen los medios para cambiar esta situación pero no lo hacen. A nadie debe escapársele que la productividad es una responsabilidad primordial de los empresarios. También las condiciones laborales. No hay excusa.
La corredera no implica cumplimiento de metas. Como los personajes del chiste, corremos mucho sin saber cuál es el propósito o postergándolo. Nuestra corredera va de la mano con la tendencia a postergar la realización. Del mismo modo, la lentitud puede llevarse bien con la eficiencia. La lentitud no debe confundirse con el aplazamiento. Tal vez en esto reside la paradoja que encierra la brevedad de la vida: como es breve hay que disfrutarla paso a paso, como es breve hay que hacer algo cada día.
El Colombiano, 24 de septiembre.
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