Hace casi un año una casa editora estadounidense publicó una revista especial sobre los presidentes de los Estados Unidos con la elección que se avecinaba como pretexto, y que terminó como sabemos. La base informativa fueron cinco encuestas realizadas entre 1996 y 2015 a historiadores, politólogos y otros académicos. Los resultados agruparon a 41 presidentes en cuatro grupos: íconos, grandes, capaces y con “pies de barro”, el más numeroso.
Barack Obama aparece en el grupo de los presidentes competentes y ejecutivos y, desde 1970, solo es superado por Ronald Reagan y William Clinton. Se le adjudican logros como la ampliación de la cobertura de salud y la superación de la crisis financiera, en el campo doméstico; y las negociaciones que detuvieron el programa nuclear iraní, el control de armas ruso y el acuerdo con China sobre cambio climático. No se me haría extraño en que en unos cuantos años Obama mejore su valoración entre los expertos.
A mi manera de ver la gestión de Obama se aprecia mejor cuando se comprende el contexto en el que asumió la presidencia. Estados Unidos estaba sumido en la peor crisis económica desde la Segunda Guerra y empantanado en su peor guerra desde Vietnam. A Obama le tocó sortear ambos problemas y los superó de modo exitoso. Sacó a su país de la crisis más rápido que Europa y creó una geopolítica que reconoce la multipolaridad del mundo y se basa en el poder blando. Hizo a Estados Unidos invulnerable –por un buen tiempo– a los chantajes petroleros.
Las iniciativas que tomó fueron estratégicas. Será muy costoso para cualquier sucesor intentar desarticularlas. Su calidad de estadista se pone de relieve cuando se tiene en cuenta que su gestión se hizo a pesar de una oposición radical, basada en los prejuicios para la creación de mensajes y en el sabotaje como táctica política y parlamentaria. La ironía de la historia yanqui en estos años es que la derecha radical intentó sabotear la solución de los problemas que ella misma había creado.
Además, en el caso de Barack Obama queda un legado enorme de intangibles. Lideró el diálogo de civilizaciones, promovió el pluralismo y la moderación en el lenguaje y la acción políticos. Se convirtió en presidente gracias a su comprensión de las formas de expresión contemporáneas y deja una profunda impresión gracias a su capacidad comunicativa y a su sensibilidad, ajenas a las poses monárquicas que el presidencialismo francés dejó en Occidente. Varios de sus discursos permanecerán como piezas magistrales de retórica y manifiesto.
La comprensión que Obama tiene del papel de los líderes quedó expuesta en su discurso de despedida. Fijar mensajes aspiracionales (cambio), hacer que cada persona y el país busquen sus mejores facetas (sí se puede), mantener una perspectiva de futuro (esperanza), hacer que la ciudadanía sea la protagonista.
El Colombiano, 15 de enero
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