En 1985 Medellín era la peor cloaca del país, en 1991 el matadero más grande del mundo, en 2002 vivió el mayor episodio de guerra urbana del continente en el siglo XXI. En los últimos 15 años la ciudad ha vivido un florecimiento que el politólogo estadounidense Francis Fukuyama no dudó en calificar de milagro (Fukuyama & Colby, 2011). Textualmente dijo “medio milagro”, pero milagro al fin y al cabo. La academia internacional forjó la expresión modelo Medellín y la ciudad se ha vuelto un objeto de estudio para administradores, políticos e investigadores.
A riesgo de simplificar puede decirse que el modelo Medellín está constituido por seis pilares: transporte masivo y multimodal, gestión fiscal y presupuestal responsables, inclusión social, urbanismo, política local de seguridad y fuertes lazos público-privados. Mi idea es que el modelo está agotado: el metro entró hace seis años en una fase de sobrecarga inocultable que amenaza con destruir la cultura y desestimular su uso; hay pereza fiscal y estamos viviendo del predial (ya Barranquilla nos superó en presupuesto desde 2015); los grandes avances en inclusión (Ayala y Meisel, 2016) están frenados por la desigualdad en ingresos y la tasa desempleo; el urbanismo no ha podido resolver el tema del centro –el más inhóspito del país– y se ha vuelto su nudo gordiano (aprendamos de Santa Marta y Bucaramanga); la tasa de homicidios llegó a un piso de cristal porque ya no funciona la cirugía, se necesita acupuntura, y porque la corrupción y la informalidad le dan oxígeno al crimen; el poder de la alcaldía ha estado silenciando a las organizaciones sociales, a los empresarios y a la academia (twitter no remplaza la participación ni el diálogo social).
Además de esto, algunos eventos recientes insinúan los nuevos desafíos de la ciudad. Desafíos de hoy, no de mañana. Algunos de ellos son: El problema ambiental representado por la pésima calidad del aire que nos convirtió en una urbe mórbida; menos medible, la contaminación por ruido ha llegado a niveles insoportables; mis amigos geólogos lanzan alarmas sobre el futuro del agua por la depredación de la ceja oriental del valle de Aburrá y el crecimiento desordenado en el oriente cercano. La descoordinación regional que exige más instituciones y políticas, a pesar del loable esfuerzo del actual director del Área Metropolitana. La saturación vehicular en una ciudad donde nadie se quiere bajar del carro y las motos carecen de todo control, aumentando la morbilidad y la cultura de la ilegalidad. La casi total ausencia de polos alternativos en el departamento a más de 100 kilómetros de Medellín que le quiten presión a ciudad.
Creo que el señor alcalde debe hacer una convocatoria amplia para abrir la discusión sobre las líneas estratégicas para afrontar estos doce retos y relanzar el desarrollo humano en Medellín hasta el 2030.
El Colombiano, 22 de enero.
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