La senadora Claudia López anunció su renuncia al Senado y el impulso a una coalición política independiente para buscar la presidencia de la república en el 2018 bajo la bandera de la lucha contra la corrupción. En sus declaraciones mencionó la cifra de 14 billones de pesos anuales que “se roban”, dijo, los mismos políticos que aprobaron la reforma tributaria (“Se necesita una coalición contra la corrupción: Claudia López”, El Tiempo, 15.01.2017). Eso vale la integración de la periferia colombiana si se ejecutaran en un cien por ciento los acuerdos que se hicieron con las Farc.
Todas las cifras la respaldan. Acaba de salir el Índice de Percepción de Corrupción de Transparency International que le pone a Colombia 36 puntos (menos de 50 califica como corrupto) y la ubica en la posición 90 entre 176 países. En lo que va corrido del siglo las calificaciones colombianas han oscilado entre 35 y 39, siendo la peor la del 2010 cuando Álvaro Uribe estaba haciendo todos los arreglos para que su candidato Juan Manuel Santos derrotara a Antanas Mockus. Las posiciones del país se hunden en el tercer quintil entre 179 países del mundo y la peor (94) fue en 2014 cuando Santos se reeligió, esta vez con el empujoncito del ala populista del Polo. Uribe, Santos y Germán Vargas son la trinidad tutelar de estas calificaciones (Aurelio Suárez, “Otto Bula: un Aladino del siglo XXI”, El Tiempo, 26.01.17) y ellos nos dejaron nombres emblemáticos como Reficar, Nule, Samuel Moreno, Brigard & Urrutia, Kiko Gómez, Odebrecht.
Más datos. La Encuesta de Opinión Empresarial de Fedesarrollo, correspondiente al último trimestre de 2016 denota un incremento del contrabando en el país. La Encuesta de Impacto de la Corrupción en la Actividad Empresarial, que realizó la Andi, muestra que los trámites aduaneros son el renglón más susceptible de corrupción y que, por otro lado, el 21,4% de empresarios “han recibido insinuaciones de pagos para agilizar o hacer efectivo un trámite o solicitud” (“Encuesta empresarial arroja tolerancia alta a la corrupción en Colombia”, El Colombiano, 24.01.17). Y la sal se corrompió: la manera como las altas cortes le torcieron el cuello a la ley para darle curso al proceso con las Farc, es un caso; la crisis de la policía nacional, de la que nadie se hace cargo, es otro.
En medio de esta pequeña conmoción –y en su penúltimo año de mandato– el Presidente se acordó de tomar algunas medidas. Santos expidió el decreto 092 para detener los contratos directos con fundaciones. Una medida que pretende evitar que las gobernaciones sigan repartiendo a discreción más de un billón de pesos anuales (El Tiempo, 21.01.17). Todos los partidos, jefes y columnistas han salido a criticar la corrupción, y entonces ¿los corruptos vienen de otro planeta? ¿Como los ladrones clásicos gritan “agarren al corrupto”?
El Colombiano, 29 de enero.
lunes, 30 de enero de 2017
lunes, 23 de enero de 2017
Alcalde, Medellín es frágil
En 1985 Medellín era la peor cloaca del país, en 1991 el matadero más grande del mundo, en 2002 vivió el mayor episodio de guerra urbana del continente en el siglo XXI. En los últimos 15 años la ciudad ha vivido un florecimiento que el politólogo estadounidense Francis Fukuyama no dudó en calificar de milagro (Fukuyama & Colby, 2011). Textualmente dijo “medio milagro”, pero milagro al fin y al cabo. La academia internacional forjó la expresión modelo Medellín y la ciudad se ha vuelto un objeto de estudio para administradores, políticos e investigadores.
A riesgo de simplificar puede decirse que el modelo Medellín está constituido por seis pilares: transporte masivo y multimodal, gestión fiscal y presupuestal responsables, inclusión social, urbanismo, política local de seguridad y fuertes lazos público-privados. Mi idea es que el modelo está agotado: el metro entró hace seis años en una fase de sobrecarga inocultable que amenaza con destruir la cultura y desestimular su uso; hay pereza fiscal y estamos viviendo del predial (ya Barranquilla nos superó en presupuesto desde 2015); los grandes avances en inclusión (Ayala y Meisel, 2016) están frenados por la desigualdad en ingresos y la tasa desempleo; el urbanismo no ha podido resolver el tema del centro –el más inhóspito del país– y se ha vuelto su nudo gordiano (aprendamos de Santa Marta y Bucaramanga); la tasa de homicidios llegó a un piso de cristal porque ya no funciona la cirugía, se necesita acupuntura, y porque la corrupción y la informalidad le dan oxígeno al crimen; el poder de la alcaldía ha estado silenciando a las organizaciones sociales, a los empresarios y a la academia (twitter no remplaza la participación ni el diálogo social).
Además de esto, algunos eventos recientes insinúan los nuevos desafíos de la ciudad. Desafíos de hoy, no de mañana. Algunos de ellos son: El problema ambiental representado por la pésima calidad del aire que nos convirtió en una urbe mórbida; menos medible, la contaminación por ruido ha llegado a niveles insoportables; mis amigos geólogos lanzan alarmas sobre el futuro del agua por la depredación de la ceja oriental del valle de Aburrá y el crecimiento desordenado en el oriente cercano. La descoordinación regional que exige más instituciones y políticas, a pesar del loable esfuerzo del actual director del Área Metropolitana. La saturación vehicular en una ciudad donde nadie se quiere bajar del carro y las motos carecen de todo control, aumentando la morbilidad y la cultura de la ilegalidad. La casi total ausencia de polos alternativos en el departamento a más de 100 kilómetros de Medellín que le quiten presión a ciudad.
Creo que el señor alcalde debe hacer una convocatoria amplia para abrir la discusión sobre las líneas estratégicas para afrontar estos doce retos y relanzar el desarrollo humano en Medellín hasta el 2030.
El Colombiano, 22 de enero.
A riesgo de simplificar puede decirse que el modelo Medellín está constituido por seis pilares: transporte masivo y multimodal, gestión fiscal y presupuestal responsables, inclusión social, urbanismo, política local de seguridad y fuertes lazos público-privados. Mi idea es que el modelo está agotado: el metro entró hace seis años en una fase de sobrecarga inocultable que amenaza con destruir la cultura y desestimular su uso; hay pereza fiscal y estamos viviendo del predial (ya Barranquilla nos superó en presupuesto desde 2015); los grandes avances en inclusión (Ayala y Meisel, 2016) están frenados por la desigualdad en ingresos y la tasa desempleo; el urbanismo no ha podido resolver el tema del centro –el más inhóspito del país– y se ha vuelto su nudo gordiano (aprendamos de Santa Marta y Bucaramanga); la tasa de homicidios llegó a un piso de cristal porque ya no funciona la cirugía, se necesita acupuntura, y porque la corrupción y la informalidad le dan oxígeno al crimen; el poder de la alcaldía ha estado silenciando a las organizaciones sociales, a los empresarios y a la academia (twitter no remplaza la participación ni el diálogo social).
Además de esto, algunos eventos recientes insinúan los nuevos desafíos de la ciudad. Desafíos de hoy, no de mañana. Algunos de ellos son: El problema ambiental representado por la pésima calidad del aire que nos convirtió en una urbe mórbida; menos medible, la contaminación por ruido ha llegado a niveles insoportables; mis amigos geólogos lanzan alarmas sobre el futuro del agua por la depredación de la ceja oriental del valle de Aburrá y el crecimiento desordenado en el oriente cercano. La descoordinación regional que exige más instituciones y políticas, a pesar del loable esfuerzo del actual director del Área Metropolitana. La saturación vehicular en una ciudad donde nadie se quiere bajar del carro y las motos carecen de todo control, aumentando la morbilidad y la cultura de la ilegalidad. La casi total ausencia de polos alternativos en el departamento a más de 100 kilómetros de Medellín que le quiten presión a ciudad.
Creo que el señor alcalde debe hacer una convocatoria amplia para abrir la discusión sobre las líneas estratégicas para afrontar estos doce retos y relanzar el desarrollo humano en Medellín hasta el 2030.
El Colombiano, 22 de enero.
lunes, 16 de enero de 2017
Obama
Hace casi un año una casa editora estadounidense publicó una revista especial sobre los presidentes de los Estados Unidos con la elección que se avecinaba como pretexto, y que terminó como sabemos. La base informativa fueron cinco encuestas realizadas entre 1996 y 2015 a historiadores, politólogos y otros académicos. Los resultados agruparon a 41 presidentes en cuatro grupos: íconos, grandes, capaces y con “pies de barro”, el más numeroso.
Barack Obama aparece en el grupo de los presidentes competentes y ejecutivos y, desde 1970, solo es superado por Ronald Reagan y William Clinton. Se le adjudican logros como la ampliación de la cobertura de salud y la superación de la crisis financiera, en el campo doméstico; y las negociaciones que detuvieron el programa nuclear iraní, el control de armas ruso y el acuerdo con China sobre cambio climático. No se me haría extraño en que en unos cuantos años Obama mejore su valoración entre los expertos.
A mi manera de ver la gestión de Obama se aprecia mejor cuando se comprende el contexto en el que asumió la presidencia. Estados Unidos estaba sumido en la peor crisis económica desde la Segunda Guerra y empantanado en su peor guerra desde Vietnam. A Obama le tocó sortear ambos problemas y los superó de modo exitoso. Sacó a su país de la crisis más rápido que Europa y creó una geopolítica que reconoce la multipolaridad del mundo y se basa en el poder blando. Hizo a Estados Unidos invulnerable –por un buen tiempo– a los chantajes petroleros.
Las iniciativas que tomó fueron estratégicas. Será muy costoso para cualquier sucesor intentar desarticularlas. Su calidad de estadista se pone de relieve cuando se tiene en cuenta que su gestión se hizo a pesar de una oposición radical, basada en los prejuicios para la creación de mensajes y en el sabotaje como táctica política y parlamentaria. La ironía de la historia yanqui en estos años es que la derecha radical intentó sabotear la solución de los problemas que ella misma había creado.
Además, en el caso de Barack Obama queda un legado enorme de intangibles. Lideró el diálogo de civilizaciones, promovió el pluralismo y la moderación en el lenguaje y la acción políticos. Se convirtió en presidente gracias a su comprensión de las formas de expresión contemporáneas y deja una profunda impresión gracias a su capacidad comunicativa y a su sensibilidad, ajenas a las poses monárquicas que el presidencialismo francés dejó en Occidente. Varios de sus discursos permanecerán como piezas magistrales de retórica y manifiesto.
La comprensión que Obama tiene del papel de los líderes quedó expuesta en su discurso de despedida. Fijar mensajes aspiracionales (cambio), hacer que cada persona y el país busquen sus mejores facetas (sí se puede), mantener una perspectiva de futuro (esperanza), hacer que la ciudadanía sea la protagonista.
El Colombiano, 15 de enero
Barack Obama aparece en el grupo de los presidentes competentes y ejecutivos y, desde 1970, solo es superado por Ronald Reagan y William Clinton. Se le adjudican logros como la ampliación de la cobertura de salud y la superación de la crisis financiera, en el campo doméstico; y las negociaciones que detuvieron el programa nuclear iraní, el control de armas ruso y el acuerdo con China sobre cambio climático. No se me haría extraño en que en unos cuantos años Obama mejore su valoración entre los expertos.
A mi manera de ver la gestión de Obama se aprecia mejor cuando se comprende el contexto en el que asumió la presidencia. Estados Unidos estaba sumido en la peor crisis económica desde la Segunda Guerra y empantanado en su peor guerra desde Vietnam. A Obama le tocó sortear ambos problemas y los superó de modo exitoso. Sacó a su país de la crisis más rápido que Europa y creó una geopolítica que reconoce la multipolaridad del mundo y se basa en el poder blando. Hizo a Estados Unidos invulnerable –por un buen tiempo– a los chantajes petroleros.
Las iniciativas que tomó fueron estratégicas. Será muy costoso para cualquier sucesor intentar desarticularlas. Su calidad de estadista se pone de relieve cuando se tiene en cuenta que su gestión se hizo a pesar de una oposición radical, basada en los prejuicios para la creación de mensajes y en el sabotaje como táctica política y parlamentaria. La ironía de la historia yanqui en estos años es que la derecha radical intentó sabotear la solución de los problemas que ella misma había creado.
Además, en el caso de Barack Obama queda un legado enorme de intangibles. Lideró el diálogo de civilizaciones, promovió el pluralismo y la moderación en el lenguaje y la acción políticos. Se convirtió en presidente gracias a su comprensión de las formas de expresión contemporáneas y deja una profunda impresión gracias a su capacidad comunicativa y a su sensibilidad, ajenas a las poses monárquicas que el presidencialismo francés dejó en Occidente. Varios de sus discursos permanecerán como piezas magistrales de retórica y manifiesto.
La comprensión que Obama tiene del papel de los líderes quedó expuesta en su discurso de despedida. Fijar mensajes aspiracionales (cambio), hacer que cada persona y el país busquen sus mejores facetas (sí se puede), mantener una perspectiva de futuro (esperanza), hacer que la ciudadanía sea la protagonista.
El Colombiano, 15 de enero
lunes, 9 de enero de 2017
Julia Talegos
Era una pequeña mujer rubia que andaba con su hijo gigante y cachetón por las calles de Envigado cargada de rabia y de bultos. Bultos grandes y pequeños y decenas de cosas amarradas con lazos o cables a los bultos. Existió en los tiempos en que estas personas eran parte del folclor pueblerino, famosas, hasta cierto punto atendidas por la comunidad y siempre jugando su papel en los rituales callejeros. Julia y Tiburrillo esperan ser contados por John Saldarriaga (si no lo hizo ya) y sus fotos pueden verse en algunos bares y restaurantes.
Me vino a la mente viendo un escenario ya común en cualquier instalación pública, en este caso, una muchacha elegante tirada (ni sentada ni encuclillada) en el suelo, pegada literalmente de un alambre a la pared. Escuchando a un hombre mayor dejando con urgencia a su mujer y gritándole desde lejos que necesita un tomacorriente. La muchacha y el señor arrastran bultos más grandes e invisibles que los de Julia y su hijo. O no tan invisibles: están atados al edificio de la terminal aérea, del hospital, del templo, si encontraran los tomas de las iglesias. Estamos en la sociedad más alambrada de cualquier época precisamente cuando la palabra inalámbrico parecía describirnos, como escribió Umberto Eco pocos años antes de morir.
En tiempos idos se decía que cada llave era una preocupación y veíamos gentes que andaban con llaveros monumentales: carros, casas, oficinas, candados, cofres. Hoy puede decirse lo mismo y se le añaden las claves de accesos a internet: correos, cuentas bancarias, centenas de sitios que te exigen registro, login, toda la información personal, que te obligan a cargar bultos de cosas, de relaciones, y que te dan la impresión de ser importante, informado, conectado, moderno y te convierten en un depósito de anuncios, ofertas, mensajes dizque personales y cliente potencial de los negocios más insólitos. Y hay que tener los aparatos supuestamente imprescindibles –como dijeron que eran el bíper, la palm y el blackberry – y cargarlos, siempre a la mano, y en muchos casos ostentarlos, porque aparato y estuche son estatus.
De Julia y Tiburrillo podía decirse que eran muy pobres, misérrimos, y se suponía que tenían problemas mentales pero gozaban de una libertad básica y natural que hoy es extraña. Sus bultos y trebejos estaban sujetos a su voluntad; el individuo de hoy está, en ascuas, a merced del titilar de los suyos. Deambulaban por el pueblo y cuando les daba la gana se sentaban en las escalas de Santa Gertrudis a ver atardecer sobre el Manzanillo y pasar la gente por el atrio. No hay atardeceres ya porque los observadores están atrapados por las pantallas, ni a quien saludar porque los prójimos caminan cabeza gacha, absortos en el timbre o los avisos de una novedad en el dispositivo.
El Colombiano, 9 de enero.
Me vino a la mente viendo un escenario ya común en cualquier instalación pública, en este caso, una muchacha elegante tirada (ni sentada ni encuclillada) en el suelo, pegada literalmente de un alambre a la pared. Escuchando a un hombre mayor dejando con urgencia a su mujer y gritándole desde lejos que necesita un tomacorriente. La muchacha y el señor arrastran bultos más grandes e invisibles que los de Julia y su hijo. O no tan invisibles: están atados al edificio de la terminal aérea, del hospital, del templo, si encontraran los tomas de las iglesias. Estamos en la sociedad más alambrada de cualquier época precisamente cuando la palabra inalámbrico parecía describirnos, como escribió Umberto Eco pocos años antes de morir.
En tiempos idos se decía que cada llave era una preocupación y veíamos gentes que andaban con llaveros monumentales: carros, casas, oficinas, candados, cofres. Hoy puede decirse lo mismo y se le añaden las claves de accesos a internet: correos, cuentas bancarias, centenas de sitios que te exigen registro, login, toda la información personal, que te obligan a cargar bultos de cosas, de relaciones, y que te dan la impresión de ser importante, informado, conectado, moderno y te convierten en un depósito de anuncios, ofertas, mensajes dizque personales y cliente potencial de los negocios más insólitos. Y hay que tener los aparatos supuestamente imprescindibles –como dijeron que eran el bíper, la palm y el blackberry – y cargarlos, siempre a la mano, y en muchos casos ostentarlos, porque aparato y estuche son estatus.
De Julia y Tiburrillo podía decirse que eran muy pobres, misérrimos, y se suponía que tenían problemas mentales pero gozaban de una libertad básica y natural que hoy es extraña. Sus bultos y trebejos estaban sujetos a su voluntad; el individuo de hoy está, en ascuas, a merced del titilar de los suyos. Deambulaban por el pueblo y cuando les daba la gana se sentaban en las escalas de Santa Gertrudis a ver atardecer sobre el Manzanillo y pasar la gente por el atrio. No hay atardeceres ya porque los observadores están atrapados por las pantallas, ni a quien saludar porque los prójimos caminan cabeza gacha, absortos en el timbre o los avisos de una novedad en el dispositivo.
El Colombiano, 9 de enero.
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