La conquista de la paz siempre requiere tres pasos: ganar la guerra –como sometimiento de la voluntad del enemigo (Clausewitz), negociar un acuerdo y construir las bases de la convivencia. Lo primero lo hizo Uribe, lo segundo Santos (si gana el Sí) y lo tercero lo hará el próximo presidente. Después del 2 de octubre, el objetivo será consolidar lo acordado. En el futuro este conjunto de procesos será visto como una labor de Estado y nadie podrá reclamar para sí solo ese mérito.
La paradoja en la que se encuentra Colombia es que por distintas razones estamos en condiciones menos buenas para la construcción de la paz que las que teníamos hace cuatro años, cuando se dio a conocer la agenda para la terminación del conflicto con las Farc. De un lado está la desaceleración económica que hará más exigente el esfuerzo para llevar el Estado a la periferia y del otro el desgreño con el cual Santos ha manejado el país en muchos ámbitos.
Son tres los principales errores de este sexenio. Primero, la imprevisión frente al tema del narcotráfico que permitió un crecimiento exponencial de los cultivos ilícitos, que se han triplicado en los últimos dos años. Sostuvo la presión contra algunas bandas criminales pero ha mantenido la tradicional inoperancia ante el lavado de activos. Segundo, la carencia de liderazgo condujo al gobierno a la vía más fácil y más peligrosa para mantener la gobernabilidad: la conversión del clientelismo y la corrupción en reglas generales, no en desviaciones de la conducta presidencial. Hoy tirios y troyanos coinciden en que la corrupción es la principal amenaza para el cumplimiento de los acuerdos y para la estabilidad política del país. Tercero, el gobierno Santos profundizó el proceso de recentralización que trae el país desde hace más de 15 años, politizó los entes autónomos regionales y apoyó sin pudor a mandatarios regionales que no tienen ni la visión ni la voluntad de hacerse cargo de las tareas que demandarán las políticas públicas que se derivan del acuerdo de La Habana.
A esto se le suman los viejos pasivos de reformar la justicia y efectuar una reforma tributaria estructural. Desde la administración pública, Santos le dejará al próximo presidente la oportunidad que brindan los acuerdos pero, también, recursos menos idóneos de los que hubiera podido legar, de haber actuado con más responsabilidad y visión de mediano plazo.
Los mejores acumulados están en la sociedad civil. La generación de colombianos mejor preparados de la historia, como dice Claudia López. Universidades con más investigación y académicos menos banderizos. Gran parte del sector privado moderno con suficiente interés, experiencia social y voluntad como para actuar con asertividad en la nueva situación. Una masa crítica de fundaciones y organismos no gubernamentales más madura y consciente de la necesidad de ser eficaces.
El Colombiano, 11 de septiembre.
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