Si las cartas parecen haber desaparecido de la vida cotidiana y se han degradado en mensajes electrónicos o –peor– modo Twitter, pueden subsistir como medio de expresión política. Funcionan en la versión virtual de Change.org y pueden hacerlo en forma implícita como manifiestos públicos, sin ánimos de grandilocuencia, sin el peso que heredaron de las epístolas evangélicas o independentistas o artísticas (Pablo, Bolívar, Van Gogh, casos).
El cuatro de mayo empezó a circular en algunos medios una carta firmada por 44 personas –yo, entre ellas. La carta hace “un llamado a todas las partes involucradas en el debate político, incluidos aquellos que participan en las redes sociales, en los foros públicos, los medios de comunicación y en la conversación política de todos los días, a moderar el lenguaje, a discutir de manera razonada, a respetar el derecho del adversario a pensar distinto y a defender su punto de vista, sin descalificarlo ni ofenderlo, ni atribuirle perversas intenciones” (El Tiempo, “Carta de intelectuales, empresarios y directores de ONG al país”, 04.05.16). No sobra subrayar el carácter heterogéneo de la lista de firmantes.
No conozco muchas reacciones a este llamado. Solo una respuesta del comandante de las Farc Timoleón Jiménez, fechada dos días después. Esta otra carta concuerda en que “el lenguaje ofensivo incita a la intolerancia y contribuye a la reactivación de la violencia” y declara que “vamos [las Farc] a la lucha política convencidos de la posibilidad de hacer reales la democracia, la convivencia pacífica, la confrontación civilizada de ideas. El nuevo país que soñamos para nuestros hijos requerirá del más elevado respeto entre adversarios políticos”. Yo grabaría estas palabras sobre piedra (estará en la nube, en que confían tantos).
La conexión entre la cultura política y las guerras civiles no ha sido un gran tema de estudio, pero tiene antecedentes. Ejemplos: The Rethoric of Conflict and Compromise de Don Edward Beck (2014), un trabajo sobre la Guerra de Secesión en Estados Unidos; otro, Las ideas en la guerra (Debate, 2015), de mi autoría. En el primero se relaciona la polarización política con la emergencia bélica; en el segundo, la justificación de la violencia y el recurso de las armas. El mensaje es el mismo, las palabras importan y crean condiciones para acciones trágicas.
Las cartas son apenas un grano en el mar de la retórica social. Sus autores aspiran siempre a que tengan capacidad persuasiva, influencia. Ha sido Eduardo Posada Carbó el promotor de la idea de que una carta aparecida en 1992, dirigida por Gabriel García Márquez y otras figuras a las Farc, marcó un hito en la ruptura de los intelectuales con la lucha armada. Cabría ilusionarse con la idea de que esta carta, la del 2016, señale la ruptura de los ideólogos con los discursos de la ilegalidad, la ruptura y el odio.
El Colombiano, 15 de mayo.
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