La escasez de biografías y memorias entre nosotros –a diferencia de lo que pasa en Estados Unidos o Europa– quizá sea un reflejo de la baja estima del papel de los individuos en la sociedad. Encima, la virtual inexistencia de un género menor como la necrología reduce la vida de las personas a estadísticas y contingencias. Mientras en los grandes diarios del mundo el obituario ocupa una sección importante, en Colombia no existe: paga la familia un aviso y el periódico despacha al difunto célebre con un párrafo insulso.
La biografía, la memoria y la necrología ayudan a entender cómo se forjan las personalidades, las carreras, las obsesiones de las personas que lograron destacarse en algún ámbito de la vida social, para bien o para mal. Son parte crucial de la historia de las sociedades y, por ende, de la comprensión del presente. Ayudan a ilustrar las vidas ejemplares y a entender cómo la inteligencia, la sensibilidad, el trabajo y el azar conforman las trayectorias de la gente y de su medio; cómo se cambian a sí mismos y cómo transforman su entorno.
Revisar la sección necrológica de algunos periódicos internacionales muestra las pérdidas que tuvimos casi sin que nos diéramos cuenta. Tal vez uno de los ámbitos menos atendido sea el de las ciencias. En 2016 tuvimos una muerte pública gracias a que el neurocientífico Oliver Sacks decidió contar su enfermedad y su agonía. En cambio, en silencio, se murieron pensadores tan diversos como los sociólogos Ulrich Beck y Benedict Anderson, el politólogo Sheldon Wolin y el economista Douglas North. En Colombia murió Jaime Jaramillo Uribe, el pionero de la llamada “nueva historia”, sin que la prensa se ocupara con seriedad de su vida. Más allá de una nota en Generación, la muerte de Michel Hermelin, maestro de generaciones de geólogos, pasó inédita.
La literatura, y el arte, en general suelen llamar más atención. Un premio Nobel difunto, como Günter Grass, puede obtener un espacio destacado a partir de lo que mandan las agencias de prensa. Un personaje como Eduardo Galeano, cuya celebridad era más mucho más grande que su obra, también. Pero de la muerte de un poeta local, como Jesús Gaviria, no se da cuenta ni la prensa local. Aun así, hay mucha diferencia en el trato a los artistas populares; se notó en el cariño y la dedicación de la prensa estadunidense al deceso de B. B. King y lo que hicieron los medios colombianos con Calixto Ochoa. Un pionero de la música electrónica, que vino a Medellín en 1985, pasó a mejor vida sin que supiéramos, Dieter Moebius se llama.
El obituario nos recuerda la gratitud debida a quien nos hizo la vida mejor: el humor de Daniel Rabinovich, el talante del Doctor Spock, una canción de Celina González.
El Colombiano, 10 de enero.
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