Hace 40 años diciembre duraba 15 días: siete y ocho, la novena, el 31 y el 6 de enero. Se festejaba con fervor religioso el siete, matada de marrano en la calle el 24, pólvora pequeña pero agresiva, y bailes familiares y barriales con música de las grandes orquestas criollas y venezolanas, amenizada con discos de verdad y tocadiscos (el dispositivo que retornará). Era una celebración simple, rústica, pero comunitaria y con un sentido preciso.
Después, con la nueva oleada migratoria, la violencia y la subcultura del narcotráfico hubo muchos cambios. Ahora diciembre dura seis semanas. La religiosidad y los bailes desaparecieron, la pólvora se hizo más detonante, dañina y cotidiana, la borrachera se multiplicó y la música se volvió una excusa para la grosería. No hay discos, solo emisoras llenas de gritos que repiten incesantemente la misma docena de temas.
Estoy hablando del valle de Aburrá y algunas regiones de Antioquia. Pero el provinciano cree que diciembre es así en todo el mundo. Falso. La vida me ha permitido pasar diciembre en otras cuatro regiones del país y sendos países latinoamericanos. En Bogotá la pólvora es, por comparación, casi inexistente; en la costa Caribe la música es musical, no líneas con palabras que riman con lulo y con fruta. En Centroamérica se mantiene presente que en Occidente la navidad es una fiesta religiosa. Los argentinos no beben más en diciembre y celebran sin escándalo. Al final del año un taxista peruano es más exquisito, musicalmente hablando, que cualquier profesional paisa.
Hace unos tres años estuve en un seminario académico en Bolivia. Era una concentración de profesionales europeos y americanos en Mecapaca, un pueblito a media hora de La Paz. Con mucho esfuerzo trabajamos. Día y noche sonaron explosiones, como si viéramos Los cañones de Navarone en cuarta dimensión. Los europeos salían en los ratos libres a conocer el pueblo y llegaban con historias de aymaras y mestizos, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, tirados en la calle en medio de tacos de dinamita y botellas de cerveza. Un día sí y otro también. Los anfitriones bolivianos trataron de explicarnos con leves asomos de vergüenza de qué se trataba la cosa. El seis de agosto es el día de la declaración de independencia y en muchos pueblos la gente se dedica la semana entera a la pólvora y al alcohol.
De todo lo que he visto en la vida eso es lo más parecido a una navidad paisa, excepción hecha que los bolivianos no se matan. Medellín y Antioquia se han ido modernizando. Somos más sofisticados en la culinaria y en ciertos aspectos del consumo cultural. Sin embargo, nuestras formas de festejar han perdido trasfondo y se han vuelto cada vez más prosaicas. La crítica a la ordinariez y el primitivismo ayuda al proceso de civilización.
El Colombiano, 17 de enero.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario