lunes, 27 de julio de 2015

Civilización

La semana pasada hice una reflexión sobre el proceso de desarrollo y sus símbolos. Hoy, quiero hacerlo sobre la civilización y los suyos. La civilización, en la etimología y la sociología, está vinculada a la ciudad. La ciudad, la “civitas” en latín, el espacio pequeño en el que miles y millones de seres humanos conviven y llevan a cabo sus proyectos, individuales, colectivos, públicos.

En una obra clásica, el sociólogo alemán Norbert Elias (1897-1990) planteó que la civilización podía entenderse como el proceso de cambios en la conducta de las personas por el cual se refinan las costumbres, se construyen las reglas y las convenciones que hacen que la interdependencia de la vida social sea fluida y respetuosa. La vida urbana implica tener en cuenta al otro y ser susceptible a sus requerimientos para que haya una convivencia tranquila. La civilización supone que las personas tenemos un sentido de la vergüenza, la dignidad y nuestros propios límites. Civilización también es cortesía, y hay que ver el desprestigio que tiene la cortesía hoy.

En países como Colombia, la vida urbana es muy reciente. La mayor parte de los habitantes de nuestras ciudades son, si acaso, urbanos de solo tres generaciones. La guerra de los últimos años y la enorme masa de personas que desplazó, afectó todavía más esta situación.

A veces especulo con algún colega acerca de cuál puede ser un buen indicador de civilización. Los detalles más pequeños pueden ser sorprendentemente difíciles de encontrar como comportamiento regular de nuestra gente. Por ejemplo, circular por la derecha a pie o en vehículo. Para los peatones, andar por los andenes. Para los conductores, respetar una luz amarilla o una prohibición de parqueo. Hablar en voz baja, ¿qué tal? La civilización tiene poco que ver con el nivel social o económico, menos aún –hoy sobre todo–, con el género o la edad.

En otra obra, el mismo Elias sugiere que una sociedad violenta tiene poco que ver con la civilización. Los países civilizados usualmente hacen la guerra pero casi nunca se matan entre ellos. Antanas Mockus ha hecho notar que en los países avanzados hay más suicidios que homicidios; que es más probable que la gente tome su propia vida antes que la de los demás. Mientras bajamos la tasa de homicidios a menos de diez por cada cien mil habitantes –un reto para el próximo alcalde–, yo me conformaría con el respeto de una señal de tránsito: la cebra.

Otro sociólogo, este de Estados Unidos, tiene una propuesta mejor y más difícil: “el índice más seguro del nivel de cultura alcanzado por cualquier comunidad es la posición que en ella ocupan las mujeres” (Thorstein Veblen, Teoría de la clase ociosa, 1899). Habría que examinar las condiciones de sanidad, educación e ingresos de las más pobres y vulnerables.

El Colombiano, 26 de julio

miércoles, 22 de julio de 2015

Comisión Histórica: Foro Universidad de Antioquia

El jueves 16 de julio, se llevó a cabo el Foro Miradas al conflicto armado en Colombia en la Universidad de Antioquia, por invitación del señor rector Mauricio Alviar Ramírez e iniciativa del profesor Francisco Cortés Rodas, Director del Instituto de Filosofía de la misma universidad.

Cuatro de los miembros de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas pudimos aceptar la invitación: Gustavo Duncan, Víctor Moncayo, Sergio de Zubiría y el autor de este blog.

En el siguiente link (copie y pegue), y a partir del minuto 13, puede verse mi presentación y los comentarios del profesor Cortés:
http://original.livestream.com/udeasala3/video?clipId=pla_799d0859-2b3d-4bb2-8ce5-46fb70a05b20

lunes, 20 de julio de 2015

Desarrollo

Hace un par de años, tal vez, Mario Vargas Llosa escribió que el dispositivo emblemático del desarrollo era el sanitario. Creo que ya había escuchado antes la idea, pero en este momento no interesan las autorías. La sugerencia, a primera vista, parece descabellada pero no lo es; depende, eso sí, de la concepción de desarrollo que se postule. El sanitario funcionaría muy bien como símbolo e indicador del desarrollo humano.

La teoría del desarrollo humano la formuló el economista indio Amartya Sen hace casi treinta años junto con otros científicos sociales, en un equipo convocado por Naciones Unidas. Cuando se creó el índice de desarrollo humano (IDH) se simplificó como la sumatoria de esperanza de vida, educación e ingresos. El sanitario se ajusta muy bien al primer factor y es una condición para el segundo, está más lejos del tercero. Pero, además, la presencia de un sanitario funcionando en una casa implica alcantarillado, acueducto y previene la amenaza de plagas e infecciones. Miles y millones de sanitarios exigen una política sistémica respecto a la conservación del agua y las cuencas.

Otro emblema del desarrollo puede ser el automóvil. Hace décadas, algunos propusieron adoptar la producción de acero y el consumo de energía como indicadores de desarrollo. El automóvil representa bien esa idea. Eso sí, no tiene ninguna relación con la salud ni la educación; se relaciona con los ingresos, aunque mucho mejor con lo que el escritor suizo Alain de Botton llamó “la ansiedad por el estatus”. El automóvil es un gran generador de empleo, pero también de contaminación. Cada estadunidense que conduce lanza al aire casi seis mil kilos de dióxido de carbono por año y es, de lejos, el principal factor de contaminación ambiental (Time, 06.07.15).

A no ser que uno tenga una idea del desarrollo similar al modo de vida de los Nukak Maku antes de que supiéramos de ellos (no tengo la más remota idea de cuál sería su símbolo), en el mundo real el desarrollo es una combinación de sanitarios y carros. Países como Estados Unidos o Alemania tiene tantos de los unos como de los otros; en Dinamarca y Suecia, definitivamente hay más sanitarios que carros; en India y China, más carros que sanitarios. En Colombia hay casi diez millones de automotores (contando motos) y es muy probable que falten sanitarios en unos tres millones de hogares, así que pronto estaremos más lejos de los países desarrollados y más cerca de los turbulentos países emergentes.

Sin embargo, la amenaza cotidiana del cambio climático no hace muy plausible esta mezcla homogénea de sanitarios y carros. La prioridad del país debe ser tener al menos un sanitario por hogar. Después de lograr eso, deberíamos pensar en un esquema de desarrollo más sostenible. La bicicleta puede ser un símbolo, el panel solar, otro.

El Colombiano, 19 de julio

lunes, 13 de julio de 2015

Zuleta y la oposición

Este año se están cumpliendo 80 años del nacimiento y 25 de la muerte de Estanislao Zuleta, el filósofo, pedagogo e intelectual antioqueño. Zuleta dejó a un lado su trabajo más académico ante las urgencias que empezó a vivir la sociedad colombiana en la década de 1980. Atendió las invitaciones que le hicieron los gobiernos de Belisario Betancur y Virgilio Barco para acompañar iniciativas en los campos de la educación y los derechos humanos.

Pero sus intereses prácticos eran más amplios. A veces se vio obligado a examinar la situación del país desde una perspectiva sociológica. En un texto escrito durante el último año de su vida efectúa un apunte sobre la oposición en Colombia y dice dos cosas. La primera, que aquí “la oposición no se expresa con su crítica directa”; la segunda, que “la oposición opera como una fuerza de inercia, disolvente, ausentista, capaz de trabar, aplazar e impedir las reformas que casi nunca se atreve a combatir” (Colombia: violencia democracia y derechos humanos, Ariel, 2015, p. 167).

Un cuarto de siglo después gran parte de los analistas y de la prensa especializada sigue sin entender esta diferencia que percibió Zuleta. Aquí mucha gente cree que el opositor es el que critica, con razón o con poca, con urbanidad o sin ella. Es decir, la oposición discursiva y deliberante, llámese Álvaro Uribe o Claudia Gurisatti, que tanto molesta a las mentalidades antiliberales. Lo que sostiene nuestro reconocido intelectual es que esa oposición no opone en el sentido práctico de la palabra, no es una resistencia fáctica ante el poder.

La oposición eficiente es silenciosa, solapada. Pensemos, por ejemplo, en las reformas que Santos enunció (llamarlas intentos puede ser exagerado) en materia de justicia, salud, educación, equilibrio de poderes. ¿Debido a quiénes fracasaron total o parcialmente? A los miembros de las bancadas de los partidos de unidad nacional, a los dos centenares de congresistas anónimos que los jefes políticos han puesto en el congreso para que estorben. Estorbar es la manera como se ejerce la oposición. Los tipos no discuten, no hablan mal del Presidente ni del gobierno: simplemente no van, si van se abstienen, si votan en contra.

A Zuleta no le tocaron estos tiempos en que la oposición eficaz desbordó el perímetro parlamentario. En el siglo veintiuno, cuando el Presidente decidió porcionar el Estado entre las facciones políticas: la fiscalía para el samperismo, la procuraduría para el uribismo, el cemento y la plata para Vargas Lleras, una menuda para Gaviria. Esto ha permitido que la oposición se haga dentro del aparato administrativo del Estado. La oposición real.

Sin entender a Zuleta, los observadores de la política andan como sabuesos persiguiendo el conejo de San Antonio, mientras los verdaderos cazadores tuvieron tiempo de matar, asar y comerse el de ellos. Tanto candor no deja.

El Colombiano, 12 de julio

lunes, 6 de julio de 2015

Aunque usted no lo crea

Hace muchos años, décadas, aparecía en El Colombiano una sección que se llamaba “Aunque usted no lo crea”. Venía en un recuadro, un pequeño texto acompañado por un dibujo, título entre puntos de admiración con un texto –en cursiva, si mal no recuerdo– que decía “por Ripley”. Wikipedia me dice que su autor era un tal Robert Ripley, que la serie comenzó en 1918 y que tuvo versiones para radio, televisión y hasta un museo.

Por algún ardid de la memoria recuerdo mucho una de esas viñetas. Hablaba de José Stalin, el feroz dictador soviético, famoso por el asesinato de sus camaradas y el asesinato en masa de millones de opositores o simples sospechosos de serlo. El cuento de Ripley era que durante la revolución bolchevique Stalin no permitía que se destruyera la infraestructura de Rusia, consciente de que cuando estuviera gobernando tendría que reconstruirla. ¡Aunque usted no lo crea!

Cuando uno ve a las Farc dedicadas a tumbar torres eléctricas, oleoductos, puentes, carreteras, acueductos y más. Cuando ve que no les importa dejar sin luz a centenares de miles de pobladores, sin agua a miles, y humedales, ríos, estuarios y hasta el mar, contaminados de petróleo. Digo, cuando uno ve a las Farc en esas, concluye que, a diferencia de Stalin, ellos no tienen esperanza de vencer. Pero que también los tiene sin cuidado lo que la población piense de ellos. Como si nunca se imaginaran en el trance de pedirle su apoyo y sus votos.

No extrañan, por tanto, los resultados de la encuesta Gallup presentados esta semana. Para el 77% de los colombianos la situación del país ha empeorado en relación con la guerrilla. El apoyo a los diálogos bajó a los niveles que tenía en los tiempos de El Caguán (45%), inferiores a cualquier momento de los últimos tres gobiernos, incluyendo las administraciones de Uribe. En el país hay un “pesimismo con el rumbo del país solo similar a las épocas del presidente Samper, cuando ocurrió el proceso 8000” (Juanita León, “Es la guerrilla, estúpido”, La silla vacía, 01.07.15).

Aparte de Santos, el más damnificado es el proceso de paz de La Habana. Y es que –tal vez esto ya lo había dicho antes– el peor enemigo del proceso son las propias Farc. ¡Qué Procurador, ni qué Uribe! Yo creo que tienen voluntad de firmar, pero sus problemas internos, la desmesura de sus pretensiones y la inercia atávica de matar y bombardear, no los dejan avanzar.

Y el tiempo se acaba. Si las Farc no se apuran van a dejar en entredicho la posibilidad del acuerdo, después de 10 años discontinuos de negociaciones, por cuarta ocasión en 30 años y otra vez por su miopía. En la Mesa de Diálogos el gobierno ya dio lo que podía; ahora les toca a ellos.

El Colombiano, 5 de julio