miércoles, 21 de enero de 2015

Ni nueces ni caricaturas

A fines del 2014 la vicepresidenta de Korean Air Lines expulsó a un auxiliar de vuelo por servirle nueces en bolsa de plástico, a ella, directiva de la empresa y pasajera de primera clase. Testigos afirmaron que la ejecutiva “empujó” a sus empleados, “los insultó y les obligó a que se arrodillaran ante ella” (El País, 31.12.14).

Parece un incidente menor originado en un ataque de ira de una mujer altanera o puede reducirse a un problema de relaciones laborales. Hay otra perspectiva de análisis. La de la humillación. Recientemente los filósofos morales que se han venido ocupando de las emociones humanas –un tema abandonado por el racionalismo– llaman la atención sobre la importancia de la humillación.

Ahora que el asesinato de gran parte del equipo de redacción de una revista satírica francesa ha desatado tantas reacciones y comentarios, valdría la pena revisar la literatura sobre la humillación. Recuerdo un libro famoso e influyente en los años sesenta, “Los condenados de la tierra”, escrito por un intelectual antillano, francófono y combatiente en la guerra de liberación de Argelia. Hace 50 años Franz Fanon afirmó que la razón de los levantamientos armados en el tercer mundo no estribaba en asuntos económicos o sociales, ni específicamente políticos. La raíz de la ira está en la humillación, en el desconocimiento de la dignidad de los otros, de aquellos a quienes no se considera iguales.

Y como advirtió alguien, el tercer mundo no es una categoría geográfica. Los negros en Estados Unidos, los musulmanes en Francia, los turcos en Alemania, los judíos y gitanos en Europa, los indios en México o Perú, los pobres en Colombia, las mujeres en el mundo islámico, los homosexuales en Uganda, o todos en muchas partes, esos son el tercer mundo del siglo XXI. Si Fanon o Isaiah Berlin, tienen la razón, la clave del problema está en la decencia.

El filósofo israelí Avishai Margalit dice que una sociedad decente es aquella en la que no se humilla. En Francia hay estado de bienestar, jornada de 35 horas y seguro de desempleo; en Alemania riqueza a borbotones con altos niveles de igualdad; en los Estados Unidos bajas tasas de desempleo y altos niveles de consumo; en Reino Unido, el orgullo de una sociedad multicultural. Nada de eso significa que sean sociedades decentes. Dudo que regalar casas y mantener a los pobres a punta de subsidios proporcione dignidad. Tampoco creo que ayude mucho la reproducción masiva de insultos a Mahoma.

En Corea la sociedad reaccionó masivamente contra la ejecutiva de la aerolínea, la empresa de su propiedad tuvo que despedirla de su cargo, la justicia inició un proceso y se encuentra detenida, el padre se disculpó públicamente diciendo: “No he logrado educar adecuadamente a mi hija”. Es una señal de que la dignidad puede hacerse valer.

El Colombiano, 18 de enero

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