El profesor británico James Robinson escribió un artículo que cuestionaba la potencia modernizadora de una reforma agraria y planteaba que, en cambio, la educación era un camino más expedito y más cierto para el desarrollo (“¿Cómo modernizar a Colombia?”, El Espectador, 13.12.14). La posición de Robinson ha contribuido con valentía a abrir un debate necesario en el país. Por supuesto, se le vino el mundo encima con cierta pugnacidad, algunos argumentos y muchos actos reflejos.
Esquematizando, diré que los principales argumentos –en cuanto recogen opiniones bien instaladas en la opinión pública– consisten en contradecir a Robinson diciendo que la reforma agraria sí genera desarrollo, uno, y en criticarlo por pensar en el desarrollo sin tener en cuenta la justicia, especialmente la que ahora se engloba bajo la etiqueta de reparación, del otro. Paso a examinarlos.
La discusión sobre los efectos de la reforma agraria en la productividad la resumió el historiador marxista Eric Hobsbawm hace 20 años. A su manera de ver, las reformas agrarias no fueron un factor decisivo en materia económica. En países atrasados, como Bolivia e Irak, llevaron a una disminución de la producción, mientras en países “más preparados” contribuyó a aumentarla. Fueron la tecnología y el espíritu comerciales los que condujeron a la revolución verde.
El énfasis sobre la justicia correctiva, llamada ahora reparación, es más problemático. Como sabemos, se trata de volver a la situación anterior a la guerra. Esa posición supone que antes de la guerra la distribución de la tierra era casi justa y legal. En Colombia eso no es cierto. Antes de la guerra la desigualdad en la tenencia de la tierra ya era muy alta y gran parte de los títulos de propiedad eran muy dudosos.
Queda la igualdad. Hobsbawm sostiene que el mejor argumento a favor de la reforma agraria es la igualdad, no la productividad. Por supuesto, en un país con un cuarto de la población en el campo la distribución de la tierra tiene sentido mayormente para uno de cada cuatro colombianos. Como dijo hace poco Thomas Piketty –el intelectual que más acapara titulares a punta de trivialidades– la clave para atacar la desigualdad, desde la economía, está en los ingresos. Más que en la tierra, añado.
Pero mantener la discusión sobre el desarrollo, la justicia correctiva o la equidad en el terreno exclusivamente económico es coger el rábano por las hojas. Los problemas de la modernización y la justicia social son básicamente políticos, como sostiene Robinson en Por qué fracasan los países. Pero no dejemos el asunto en la vaguedad de la política. El filósofo Paolo Flores D'Arcais hizo una lista de obstáculos para la productividad y la igualdad social que es relevante para Colombia: la corrupción, la evasión fiscal, la negligencia burocrática y las mafias. Aquí está el poder verdadero.
El Colombiano, 25 de enero.
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