El proceso de negociación que se lleva a cabo en La Habana entre el Gobierno nacional y las Farc tiene muchos puntos positivos respecto a los tres procesos anteriores con el mismo grupo guerrillero. Esos procesos tuvieron una duración, discontinua por supuesto, de nueve años y debieran haber dejado suficientes aprendizajes.
La negociación actual tiene dos falencias que el país debe abocar inmediatamente: la primera, es la carencia de un consenso del campo democrático e institucional respecto a la importancia de la negociación y a las condiciones en que deba desarrollarse la implementación del posible acuerdo. La segunda, dependiente de esta, es la necesidad de una ambiciosa campaña de formación y movilización ciudadana para fortalecer ese consenso.
Cuando hablo de consenso no hablo de los acuerdos ideales en que participan todos. Tal tipo de consensos solo existen en los libros de los teóricos del contractualismo y en las mentes arrebatadas por el idealismo. Los consensos reales siempre son consensos aproximados, acuerdos de las minorías activas o resultado numérico de mayorías calificadas.
Humberto de la Calle –jefe de la delegación gubernamental en la negociación– acaba de expresar su “preocupación de que un eventual acuerdo en La Habana se vuelva inviable por la polarización que hoy vive el país”. Según la misma nota, a su vez, “reiteró la importancia del papel de la crítica de los que no están de acuerdo” (El Colombiano, 19.09.14).
Sin embargo el gobierno y sus partidarios hacen otra cosa. Que Iván Cepeda aliente un debate como el de esta semana contra el senador Álvaro Uribe va y viene, que el Ministro del Interior se apersone del mismo es asunto más grave. El exrector de la Universidad Nacional de Colombia Moisés Wasserman manifestó su preocupación por la ausencia de diálogo social en el país y por la tendencia a descalificar a los críticos como “personas enemigas de la paz” (El Tiempo, 19.09.14). En este problema al gobierno le cabe la mayor responsabilidad pero algunos sus funcionarios actúan como simples bochincheros.
Cualquier efecto que pudiera esperarse de la campaña publicitaria “Soy capaz” quedó anulado por el comportamiento de los congresistas y los miembros del Ejecutivo esta semana. Ya no sabemos si los uribistas y los santistas –el mismo perro con distinta guasca– son capaces pero despistados o simplemente incapaces e irresponsables.
La platica de la campaña no se perdió solo por el ejemplo en contrario que se vio en el Capitolio nacional. La campaña estaba mal diseñada. Se nota que no hubo detrás un solo asesor que supiera del tema. Y lo peor de todo es que se quiera reemplazar la pedagogía ciudadana con publicidad. Si los gestores miraran 25 años hacia atrás encontrarían un modelo exitoso en la campaña “Viva la ciudadanía”. En la vida pública no bastan las buenas intenciones.
El Colombiano, 21 de septiembre
miércoles, 24 de septiembre de 2014
viernes, 19 de septiembre de 2014
Profesionalismo
El detective Kurt Wallander salió a dar un paseo vespertino por la playa, absorto y solitario. Aunque Wallander es un detective peculiar, vive, como todos, absorto en sus preocupaciones y solitario por su excesiva dedicación al trabajo. De repente, un muchacho haciendo cabriolas en una motocicleta apareció y pasó rozándolo. Irritado, Wallander le gritó algo así como: “¿por qué no te metes a un club?”. Así comienza un capítulo de la serie de televisión basada en las novelas del escritor sueco Henning Mankell.
Por qué no te metes a un club. ¿Qué tiene que ver? Pues que la diferencia entre un patán o un charlatán y un profesional puede ser pertenecer a un club. ¿Por qué? Porque las organizaciones profesionalizan. Ellas cuidan de que sus miembros cumplan con determinada formación, establecen criterios para el ejercicio de la actividad, protegen la profesión con protocolos de calidad, ponen límites a sus miembros.
Volviendo al motociclista, un profesional es aquel que usa los equipos y las indumentarias adecuadas, cumple las normas de tránsito y otras que tienen los clubes, se comporta apropiadamente según esté en una calle, una carretera o una competencia. Quien no se ajuste a ese modelo no es un profesional, es un patán.
El profesionalismo entre nosotros es algo relativamente nuevo. De hecho todavía hay algunas actividades, especialmente en los campos de las artes y las humanidades, a las que se les pretende negar su carácter profesional. El profesionalismo va de la mano con la especialización y la sofisticación en los métodos y las técnicas, con la disciplina en todos los sentidos de la palabra. Al principio, el ser profesional se asociaba con la remuneración pero se trata de más que eso.
Ahora bien, a pesar de ser un fenómeno reciente ya empieza a padecer problemas de burocratización. Y es que resultamos envueltos en una maraña de normas, certificaciones y controles que obligan a que las organizaciones y sus profesionales terminen dedicando más tiempo a llenar formatos, presentar informes y atender auditorías que a cumplir su misión. Es un elemento altamente improductivo y representa un costo indirecto que finalmente paga el conjunto de la sociedad.
El laberinto burocrático que presenciamos es, además, un obstáculo para la innovación porque ese enjambre de reglas, que crece día a día, impide que las cosas se hagan de manera distinta a la prescrita y castiga a quienes emprenden cosas distintas a las que están previstas. ¿Tenía Bill Gates, cuando empezó en aquel famoso garaje, sus certificados de normas ISO? De esta manera, parece que el innovador está obligado a ponerse fuera del sistema reglamentario.
Ocasional: las organizaciones altamente profesionales informan al público y son capaces de dar excusas, como hizo Bancolombia esta semana. Pero, ¿no valdría la pena, además, un descargo para los afectados en alguna de las comisiones bancarias?
El Colombiano, 14 de septiembre
Por qué no te metes a un club. ¿Qué tiene que ver? Pues que la diferencia entre un patán o un charlatán y un profesional puede ser pertenecer a un club. ¿Por qué? Porque las organizaciones profesionalizan. Ellas cuidan de que sus miembros cumplan con determinada formación, establecen criterios para el ejercicio de la actividad, protegen la profesión con protocolos de calidad, ponen límites a sus miembros.
Volviendo al motociclista, un profesional es aquel que usa los equipos y las indumentarias adecuadas, cumple las normas de tránsito y otras que tienen los clubes, se comporta apropiadamente según esté en una calle, una carretera o una competencia. Quien no se ajuste a ese modelo no es un profesional, es un patán.
El profesionalismo entre nosotros es algo relativamente nuevo. De hecho todavía hay algunas actividades, especialmente en los campos de las artes y las humanidades, a las que se les pretende negar su carácter profesional. El profesionalismo va de la mano con la especialización y la sofisticación en los métodos y las técnicas, con la disciplina en todos los sentidos de la palabra. Al principio, el ser profesional se asociaba con la remuneración pero se trata de más que eso.
Ahora bien, a pesar de ser un fenómeno reciente ya empieza a padecer problemas de burocratización. Y es que resultamos envueltos en una maraña de normas, certificaciones y controles que obligan a que las organizaciones y sus profesionales terminen dedicando más tiempo a llenar formatos, presentar informes y atender auditorías que a cumplir su misión. Es un elemento altamente improductivo y representa un costo indirecto que finalmente paga el conjunto de la sociedad.
El laberinto burocrático que presenciamos es, además, un obstáculo para la innovación porque ese enjambre de reglas, que crece día a día, impide que las cosas se hagan de manera distinta a la prescrita y castiga a quienes emprenden cosas distintas a las que están previstas. ¿Tenía Bill Gates, cuando empezó en aquel famoso garaje, sus certificados de normas ISO? De esta manera, parece que el innovador está obligado a ponerse fuera del sistema reglamentario.
Ocasional: las organizaciones altamente profesionales informan al público y son capaces de dar excusas, como hizo Bancolombia esta semana. Pero, ¿no valdría la pena, además, un descargo para los afectados en alguna de las comisiones bancarias?
El Colombiano, 14 de septiembre
viernes, 12 de septiembre de 2014
Vuelve la geopolítica
Después de 1989 algunos creyeron que la geopolítica había muerto, que sobre la tierra había desaparecido la enemistad política y que todos los países –uniformados bajo moldes democráticos y mercantiles– serían hermanos como preconizaba el lenonismo (por John Lennon). Aparecieron metáforas como aquella que dice que la tierra es plana y se renovaron otras como la aldea global.
La geopolítica es más que geografía. Algunos estudiosos como Jared Diamond o Robert Kaplan dan a veces la impresión de defender un determinismo geográfico que condenaría y salvaría a perpetuidad a los pueblos. Pero la posición y morfología de los territorios están afectadas directamente por las instituciones políticas y sociales, la cultura de las poblaciones y el proyecto de sus líderes. Tienen razón en cuanto que el espacio sigue siendo un elemento crucial en cualquier política.
La nueva ventura de la geopolítica está ligada a los acontecimientos en Europa y Extremo Oriente. Historiadores y diplomáticos establecen paralelos entre la preguerra de 1914 o la de 1939 para advertir que el mundo vive una tensión peligrosa que exige claridad, propuestas y liderazgo para evitar nuevas guerras entre Estados o bloques de Estados. El historiador Christopher Clark dice que no se deben descartar las preocupaciones derivadas del pasado ya que “la historia no se repite pero rima” (El País, 16.01.14).
Esta tensión nos parece lejana desde Suramérica pero no debiera serlo. Ahora, cuando la Unión Europea estableció sanciones económicas contra Rusia varios países latinoamericanos, como Argentina y Brasil, se lanzaron abiertamente a boicotearlas. Se sabe públicamente que Cuba, Nicaragua y Venezuela son aliados de Rusia y se enmarcan dentro de la estrategia internacional de Putin.
Al respecto, el gobierno colombiano ha decidido meter la cabeza en la arena, aunque no precisamente en la del desierto guajiro. Se entiende la peculiaridad de nuestras relaciones diplomáticas con los países del Alba que, de otro lado, no se comportan amistosamente con Colombia, a pesar de todas las concesiones que se les han hecho. ¿Tiene el gobierno Santos una estrategia? ¿Sabe qué hacer si la crisis se escala entre Occidente y Rusia?
Un espacio suramericano es deseable pero hoy no es posible. Brasil no está pensando en que el continente actúe autónomamente, concilia con el chavismo y el populismo, y está casado con Rusia a través de BRICS. La postulación de Ernesto Samper a la secretaría de Unasur siembra dudas acerca de la política exterior colombiana. Samper es un paria para los Estados Unidos y encaja bien en fotos con Ortega, Maduro y Correa. Ocupando esa posición dará la impresión de que Colombia vacilaría a la hora de enfrentar el islamismo radical o el imperialismo ruso.
Una política internacional oportunista y cortoplacista nos hace perder la confianza en Occidente, y no nos aporta nada ante gobiernos que tienen otra orientación política, económica y diplomática.
El Colombiano, 7 de septiembre
La geopolítica es más que geografía. Algunos estudiosos como Jared Diamond o Robert Kaplan dan a veces la impresión de defender un determinismo geográfico que condenaría y salvaría a perpetuidad a los pueblos. Pero la posición y morfología de los territorios están afectadas directamente por las instituciones políticas y sociales, la cultura de las poblaciones y el proyecto de sus líderes. Tienen razón en cuanto que el espacio sigue siendo un elemento crucial en cualquier política.
La nueva ventura de la geopolítica está ligada a los acontecimientos en Europa y Extremo Oriente. Historiadores y diplomáticos establecen paralelos entre la preguerra de 1914 o la de 1939 para advertir que el mundo vive una tensión peligrosa que exige claridad, propuestas y liderazgo para evitar nuevas guerras entre Estados o bloques de Estados. El historiador Christopher Clark dice que no se deben descartar las preocupaciones derivadas del pasado ya que “la historia no se repite pero rima” (El País, 16.01.14).
Esta tensión nos parece lejana desde Suramérica pero no debiera serlo. Ahora, cuando la Unión Europea estableció sanciones económicas contra Rusia varios países latinoamericanos, como Argentina y Brasil, se lanzaron abiertamente a boicotearlas. Se sabe públicamente que Cuba, Nicaragua y Venezuela son aliados de Rusia y se enmarcan dentro de la estrategia internacional de Putin.
Al respecto, el gobierno colombiano ha decidido meter la cabeza en la arena, aunque no precisamente en la del desierto guajiro. Se entiende la peculiaridad de nuestras relaciones diplomáticas con los países del Alba que, de otro lado, no se comportan amistosamente con Colombia, a pesar de todas las concesiones que se les han hecho. ¿Tiene el gobierno Santos una estrategia? ¿Sabe qué hacer si la crisis se escala entre Occidente y Rusia?
Un espacio suramericano es deseable pero hoy no es posible. Brasil no está pensando en que el continente actúe autónomamente, concilia con el chavismo y el populismo, y está casado con Rusia a través de BRICS. La postulación de Ernesto Samper a la secretaría de Unasur siembra dudas acerca de la política exterior colombiana. Samper es un paria para los Estados Unidos y encaja bien en fotos con Ortega, Maduro y Correa. Ocupando esa posición dará la impresión de que Colombia vacilaría a la hora de enfrentar el islamismo radical o el imperialismo ruso.
Una política internacional oportunista y cortoplacista nos hace perder la confianza en Occidente, y no nos aporta nada ante gobiernos que tienen otra orientación política, económica y diplomática.
El Colombiano, 7 de septiembre
miércoles, 3 de septiembre de 2014
Nubes
Pocas cosas parecen tan fútiles como las nubes. Solo por ejemplificar a partir de algunas aficiones personales, recuerdo un poema de la Nobel polaca Wisława Szymborska y una canción de los Caifanes de México. La primera habla de las nubes “primas lejanas y frívolas”, los segundos dicen que “parecemos nubes que se las lleva el viento”.
Pero a veces, muchas, la ciencia despoetiza la realidad. El científico brasileño Antonio Nobre plantea que existe un “polvo de hadas” sobre la Amazonia que permite que la selva más grande del mundo produzca “20.000 millones de toneladas de agua” al día y la lance a la atmósfera para beneficio del resto del planeta (El País, 22.08.14). Los investigadores Ángela Rendón y Juan Fernando Salazar de la Universidad de Antioquia encontraron otro tipo de nubes. Las llaman trampas contaminantes y consisten en masas de polución que quedan atrapadas sobre la ciudad y no circulan, o circulan sin desalojar el espacio urbano que las creó (El Colombiano, 23.08.14).
Son dos fenómenos muy distintos. El primero es un auténtico milagro de la naturaleza. El agua que la selva amazónica pone en el aire es mayor que la que el río Amazonas lleva al océano Atlántico. Alguien decidió llamar al resultado de este fenómeno un “río volador”. Lo que los científicos nuestros encontraron, el segundo caso, se parece más a un basurero aéreo algo así como si tuviéramos varios morros de Moravia suspendidos sobre los habitantes del valle de Aburrá.
El sistema de producción también es diferente. En la gran selva suramericana cada árbol tira al aire mil litros de agua diarios y, en su conjunto, el bosque puede llevar esta agua hasta lugares situados en un radio de cuatro mil kilómetros. En nuestra pequeña selva artificial –la región metropolitana de Medellín– producimos toneladas de partículas contaminantes provenientes principalmente de la industria de la construcción y después del consumo de combustibles fósiles (automotores).
Mientras el señor Nobre asegura que los bosques son “como una póliza de seguros” ya que donde existen no hay sequías pero tampoco huracanes, la trampa contaminante detectada por los estudios de la Universidad de Antioquia es una calamidad. El valle de Aburrá hoy es la zona más contaminada del país y la región con la tasa más alta de enfermedades infecto respiratorias agudas. No es un fenómeno natural; es el resultado de la manera como producimos y consumimos, como nos desarrollamos y nos gobernamos.
Hay nubes de nubes. Y esto tiene que ver con todo: con el plan de ordenamiento territorial y con los túneles, el de oriente o el túnel verde; con la idea del desarrollo como la fórmula de cemento más comisión o con la prioridad a la protección del ambiente; con la preferencia por usar la bicicleta y el metro o montarse en un carro.
El Colombiano, 31 de agosto.
Pero a veces, muchas, la ciencia despoetiza la realidad. El científico brasileño Antonio Nobre plantea que existe un “polvo de hadas” sobre la Amazonia que permite que la selva más grande del mundo produzca “20.000 millones de toneladas de agua” al día y la lance a la atmósfera para beneficio del resto del planeta (El País, 22.08.14). Los investigadores Ángela Rendón y Juan Fernando Salazar de la Universidad de Antioquia encontraron otro tipo de nubes. Las llaman trampas contaminantes y consisten en masas de polución que quedan atrapadas sobre la ciudad y no circulan, o circulan sin desalojar el espacio urbano que las creó (El Colombiano, 23.08.14).
Son dos fenómenos muy distintos. El primero es un auténtico milagro de la naturaleza. El agua que la selva amazónica pone en el aire es mayor que la que el río Amazonas lleva al océano Atlántico. Alguien decidió llamar al resultado de este fenómeno un “río volador”. Lo que los científicos nuestros encontraron, el segundo caso, se parece más a un basurero aéreo algo así como si tuviéramos varios morros de Moravia suspendidos sobre los habitantes del valle de Aburrá.
El sistema de producción también es diferente. En la gran selva suramericana cada árbol tira al aire mil litros de agua diarios y, en su conjunto, el bosque puede llevar esta agua hasta lugares situados en un radio de cuatro mil kilómetros. En nuestra pequeña selva artificial –la región metropolitana de Medellín– producimos toneladas de partículas contaminantes provenientes principalmente de la industria de la construcción y después del consumo de combustibles fósiles (automotores).
Mientras el señor Nobre asegura que los bosques son “como una póliza de seguros” ya que donde existen no hay sequías pero tampoco huracanes, la trampa contaminante detectada por los estudios de la Universidad de Antioquia es una calamidad. El valle de Aburrá hoy es la zona más contaminada del país y la región con la tasa más alta de enfermedades infecto respiratorias agudas. No es un fenómeno natural; es el resultado de la manera como producimos y consumimos, como nos desarrollamos y nos gobernamos.
Hay nubes de nubes. Y esto tiene que ver con todo: con el plan de ordenamiento territorial y con los túneles, el de oriente o el túnel verde; con la idea del desarrollo como la fórmula de cemento más comisión o con la prioridad a la protección del ambiente; con la preferencia por usar la bicicleta y el metro o montarse en un carro.
El Colombiano, 31 de agosto.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)