Con ocasión del bicentenario del Acto de Independencia de Antioquia, la Gobernación tomó la iniciativa de indagar por las características culturales de las gentes que hoy pueblan el departamento. Sura respaldó la propuesta y en la Universidad Eafit desarrollamos una parte importante del trabajo, en asocio con Invamer. Los resultados están a punto de publicarse.
Uno de los asuntos identificados fue el que llamamos “reto fundamental de la sociedad antioqueña: combinar pujanza con legalidad”. Tratándose de valores y preferencias un estudio sobre Antioquia tenía que incluir eso que aquí llamamos pujanza, berraquerra (a veces con v), empuje, contemporáneamente emprendimiento, innovación, etc. En tanto cualidad se destaca como la primera (52%) con mucha diferencia respecto a la segunda (amabilidad, 28%).
Sin embargo, la pujanza por sí sola es ambigua. Se pueden tener iniciativa y creatividad tanto para el bien como para el mal, para construir o para destruir, para el beneficio propio exclusivo o para aportarle a la sociedad. La pujanza sin la observación de las reglas sociales conduce a comportamientos que pueden ir desde la temeridad hasta el crimen. Por esa razón, quisimos cruzar la preferencia por la pujanza con la expectativa de cumplimiento de la ley. La matriz nos mostraría subregiones pujantes y legales, pujantes e ilegales, menos pujantes y menos legales, menos pujantes y más legales.
La expectativa de cumplimiento de la ley en Antioquia es baja, apenas 31%. Es decir, el parámetro no es muy exigente. El resultado no es sorprendente pero sí descorazonador: ni el departamento como conjunto ni las subregiones logran combinar pujanza con legalidad. El cuadrante “muy pujante y muy legal” quedó vacío. En la categoría “más pujante y menos legal” solo se ubicó una subregión: Valle de Aburrá. Una pista sobre la ubicación de nuestros problemas con la economía ilegal.
El único trabajo que conozco, similar a este, lo hizo el Pew Research Center en países que integraron la antigua Unión Soviética (Global Attitudes Project, 2011). Allí se consultó si se cree que el progreso de la gente se da por el esfuerzo propio (pujanza) o a costa de los demás (ilegalidad). En Rusia y Ucrania predominó este segundo aspecto. La conclusión de los investigadores es que esta característica debilita la democracia y el capitalismo en estos países.
Un empresario que no cumple la ley no es un capitalista en el sentido weberiano de la palabra, ya que este implica respeto de la ley y de la lógica del mercado. Es un rentista, alguien que acumula riqueza gracias a la corrupción, el incumplimiento de las normas, las relaciones clientelares con las instituciones públicas, la obtención de privilegios y prebendas por parte del Estado.
Nuestro reto sería una sociedad predominantemente pujante con alto respeto por la ley, de lo contrario seguiremos viendo casos como los de Interbolsa y Space.
El Colombiano, 27 de octubre
miércoles, 30 de octubre de 2013
lunes, 28 de octubre de 2013
Lou Reed, la pérdida
En domingo, en octubre, Lou Reed se encontró con una vieja conocida. La muerte es tan familiar al rock como a cualquier otro arte, pero en el caso de Lou Reed parecía su impronta personal, en su trayectoria vital y en su obra.
Las generosas reseñas de la prensa culta se han concentrado en su primera década como artista, la que va entre 1967 y 1976, si se hace caso omiso a la prehistoria de The velvet underground. Sin embargo, el propio Reed en la introducción a Pass Thru Fire. The Collected Lyrics le presta más atención a otra época, la que va entre 1989 y 1996. Alguien pudiera decir que está reivindicando el periodo más cercano a la edición de sus letras (2000), pero él lo deja claro: “muchas de mis líneas favoritas están en el álbum Magic and Loss”.
Pocas veces las preferencias del artista coinciden con las del espectador, pero en este caso estoy con Lou Reed contra sus críticos. Magic and Loss (1992) es su gran obra así apenas se haya mencionado en los obituarios. Magic and Loss es el abordaje más ambicioso y conmovedor que el rock haya hecho sobre la enfermedad y la muerte. Su profundidad fue intuida por los productores que publicaron el disco con las letras en cinco idiomas, algo inusual para cualquier género de la música.
Si la selección 1001 discos que escuchar antes de morir fuera congruente, el único álbum que ameritaría estar allí es este, pero no está. Si la expresión “antes de morir” no se trivializara con el tipo de actitud que puede hacer que en un ataque de furor alguien se imagine a sí mismo pidiendo en su lecho de muerte La vida es una carnaval, Magic and Loss sería el disco para escuchar y leer como propedéutica para dejar el mundo.
Las generosas reseñas de la prensa culta se han concentrado en su primera década como artista, la que va entre 1967 y 1976, si se hace caso omiso a la prehistoria de The velvet underground. Sin embargo, el propio Reed en la introducción a Pass Thru Fire. The Collected Lyrics le presta más atención a otra época, la que va entre 1989 y 1996. Alguien pudiera decir que está reivindicando el periodo más cercano a la edición de sus letras (2000), pero él lo deja claro: “muchas de mis líneas favoritas están en el álbum Magic and Loss”.
Pocas veces las preferencias del artista coinciden con las del espectador, pero en este caso estoy con Lou Reed contra sus críticos. Magic and Loss (1992) es su gran obra así apenas se haya mencionado en los obituarios. Magic and Loss es el abordaje más ambicioso y conmovedor que el rock haya hecho sobre la enfermedad y la muerte. Su profundidad fue intuida por los productores que publicaron el disco con las letras en cinco idiomas, algo inusual para cualquier género de la música.
Si la selección 1001 discos que escuchar antes de morir fuera congruente, el único álbum que ameritaría estar allí es este, pero no está. Si la expresión “antes de morir” no se trivializara con el tipo de actitud que puede hacer que en un ataque de furor alguien se imagine a sí mismo pidiendo en su lecho de muerte La vida es una carnaval, Magic and Loss sería el disco para escuchar y leer como propedéutica para dejar el mundo.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Pacto por la ciudad
Fue el pensador argentino José Luis Romero (1909-1977) quien postuló la tesis de que los países están moldeados por sus élites. Esa tesis resulta plausible, al menos para el caso de al configuración de las ciudades colombianas.
La pauta residencial de las élites colombianas –en Bogotá o Medellín– siempre ha sido la de abandonar el centro y deambular cada dos décadas abriendo el perímetro urbano, para terminar en las laderas. En Medellín las élites dejaron La Candelaria en la cuarta década del siglo pasado para irse a Prado, y después abandonarlo en los cincuentas por Laureles, para cambiarlo por El Poblado en los setentas y Envigado en los noventa.
Esta pauta de las élites explica la fisonomía general del urbanismo de nuestras ciudades: ciudades para carros y no para personas, prioridad al espacio privado sobre el público, sobreestimación del lucro a corto plazo y subestimación del impacto ambiental. Las ciudades en las que vivimos hoy –es cierto– son el fruto de una red compleja de arreglos legales pero también informales, una combinación frankesteniana de algo de interés público con muchos intereses privados.
Hasta aquí nada que no ocurra de manera pública y que no sea relativamente común en otras latitudes. Lo particular de nuestro caso es que la configuración de la política pública en el país haya estado desproporcionalmente afectada por los intereses del sector de la construcción, que históricamente ha tenido una gran capacidad de presión sobre las decisiones de los gobiernos locales y nacional. Véase, si no, la influencia de Pedro Gómez Barrero en el Palacio de Nariño y de Álvaro Villegas Moreno en Antioquia, para poner dos ejemplos.
Lo peor. A buena parte del sector de la construcción no le ha bastado la existencia de una ley benévola y ha recurrido a mecanismos ilegales. Es un hecho ampliamente reconocido que algunos constructores trabajan con dos planos: uno para la curaduría y otro el real; cuando no con tres, porque a veces lo que venden no coinciden con las especificaciones técnicas que el comprador no tiene por qué conocer.
La tragedia de Space hoy, como la de Alto Verde hace cinco años, debieran llamar a un pacto de ciudad sobre las políticas de urbanismo y construcción. Y deben ampliarse claramente a los valles de Aburrá y San Nicolás. Los desastres que se vienen con la voracidad urbanística en Envigado, Sabaneta y La Estrella pueden ser mucho mayores. Los únicos muertos nos serán los tigrillos lanudos ni los túneles verdes.
En ese pacto las voces de los ciudadanos deberían tener más peso que las de los gremios, y los gremios deberían llegar con el compromiso previo de adoptar un código ético superior a la ley. No hay opción, porque como dijo el poeta Cavafis: “No hallarás nuevas tierras… la ciudad te seguirá”.
El Colombiano, 20 de octubre
La pauta residencial de las élites colombianas –en Bogotá o Medellín– siempre ha sido la de abandonar el centro y deambular cada dos décadas abriendo el perímetro urbano, para terminar en las laderas. En Medellín las élites dejaron La Candelaria en la cuarta década del siglo pasado para irse a Prado, y después abandonarlo en los cincuentas por Laureles, para cambiarlo por El Poblado en los setentas y Envigado en los noventa.
Esta pauta de las élites explica la fisonomía general del urbanismo de nuestras ciudades: ciudades para carros y no para personas, prioridad al espacio privado sobre el público, sobreestimación del lucro a corto plazo y subestimación del impacto ambiental. Las ciudades en las que vivimos hoy –es cierto– son el fruto de una red compleja de arreglos legales pero también informales, una combinación frankesteniana de algo de interés público con muchos intereses privados.
Hasta aquí nada que no ocurra de manera pública y que no sea relativamente común en otras latitudes. Lo particular de nuestro caso es que la configuración de la política pública en el país haya estado desproporcionalmente afectada por los intereses del sector de la construcción, que históricamente ha tenido una gran capacidad de presión sobre las decisiones de los gobiernos locales y nacional. Véase, si no, la influencia de Pedro Gómez Barrero en el Palacio de Nariño y de Álvaro Villegas Moreno en Antioquia, para poner dos ejemplos.
Lo peor. A buena parte del sector de la construcción no le ha bastado la existencia de una ley benévola y ha recurrido a mecanismos ilegales. Es un hecho ampliamente reconocido que algunos constructores trabajan con dos planos: uno para la curaduría y otro el real; cuando no con tres, porque a veces lo que venden no coinciden con las especificaciones técnicas que el comprador no tiene por qué conocer.
La tragedia de Space hoy, como la de Alto Verde hace cinco años, debieran llamar a un pacto de ciudad sobre las políticas de urbanismo y construcción. Y deben ampliarse claramente a los valles de Aburrá y San Nicolás. Los desastres que se vienen con la voracidad urbanística en Envigado, Sabaneta y La Estrella pueden ser mucho mayores. Los únicos muertos nos serán los tigrillos lanudos ni los túneles verdes.
En ese pacto las voces de los ciudadanos deberían tener más peso que las de los gremios, y los gremios deberían llegar con el compromiso previo de adoptar un código ético superior a la ley. No hay opción, porque como dijo el poeta Cavafis: “No hallarás nuevas tierras… la ciudad te seguirá”.
El Colombiano, 20 de octubre
miércoles, 16 de octubre de 2013
Moralistas
En un país donde los argumentos no abundan, los expedientes más habituales para cancelar el razonamiento y los debates son la calumnia, el insulto y la descalificación. Pareciera que esto hubiera ocurrido en un abrir y cerrar de ojos; que la dirigencia nacional y los medios de comunicación hubieran adoptado el léxico de un viernes a medianoche en cualquier bar popular.
No es así. Desde siempre, vocablos como “godo” o “chusma” han sido comunes entre nosotros; qué después se hayan sustituido por “ultraderecha” o “terrorista” no hace ninguna diferencia. Insultar mediante calificativos que se consideran negativos por ideología o por tradición, se entiende aunque sea inaceptable. Más incomprensible es que en Colombia empiecen a usarse como insultos adjetivos que por sí mismos y universalmente son positivos.
Mi caso: No hay que hacer muchos esfuerzos para demostrar que el principal problema del país hoy es la corrupción y que crece exponencialmente con los años. Y queda una sensación de desesperanza cuando los generadores de opinión hacen mutis por el foro, cuando el congreso le hace paro al país (porque nadie dijo que eso era un paro) ni cuando el gobierno sale a comprar al congreso con un cheque de ocho millones mensuales (porque nadie dijo que ese era el precio de volver a sentar a los congresistas).
Pues bien. Resulta que en un contexto como estos, está haciendo carrera un nuevo insulto: moralista. Todo aquel que denuncie la corrupción, que hable de cultura ciudadana, que invite a la autorregulación, la sobriedad o el buen decir, que pregone el respeto a la ley y el comportamiento recto, es despachado sumariamente con el sambenito de ser un moralista.
Pero, ¿quién es un moralista? Hace poco encontré un libro del filósofo español Aurelio Arteta titulado “Tantos tontos tópicos” (Ariel, 2012). El propósito de Arteta es desmontar lugares comunes que resultan inaceptables a la luz de una reflexión detenida. Todo un manual para educar comunicadores y maestros. El libro comienza con “Eres un moralista”.
Según Arteta, moralista es aquella persona que posee la “conciencia de constituir un ser moral”, no un simple individuo que come, duerme y se reproduce; alguien que tiende a juzgar los actos de la vida cotidiana bajo el cristal de lo “bueno y lo malo”; alguien a quien “no le avergüenza hablar de virtud” y que “antepone el punto de vista moral a cualquier otra perspectiva”. El filósofo defiende al moralista porque “la excelencia moral es la que más vale”. El moralista vive haciendo un compromiso público y personal de comportarse correctamente.
Una sociedad donde la trasgresión de la ley es constante, donde se vulnera el valor de la vida detrás de un arma o de una cabrilla, donde el robo se considera destreza y la corrupción sagacidad, necesita moralistas. Cuando tengamos suficientes, veremos como los moderamos.
El Colombiano, 13 de octubre
No es así. Desde siempre, vocablos como “godo” o “chusma” han sido comunes entre nosotros; qué después se hayan sustituido por “ultraderecha” o “terrorista” no hace ninguna diferencia. Insultar mediante calificativos que se consideran negativos por ideología o por tradición, se entiende aunque sea inaceptable. Más incomprensible es que en Colombia empiecen a usarse como insultos adjetivos que por sí mismos y universalmente son positivos.
Mi caso: No hay que hacer muchos esfuerzos para demostrar que el principal problema del país hoy es la corrupción y que crece exponencialmente con los años. Y queda una sensación de desesperanza cuando los generadores de opinión hacen mutis por el foro, cuando el congreso le hace paro al país (porque nadie dijo que eso era un paro) ni cuando el gobierno sale a comprar al congreso con un cheque de ocho millones mensuales (porque nadie dijo que ese era el precio de volver a sentar a los congresistas).
Pues bien. Resulta que en un contexto como estos, está haciendo carrera un nuevo insulto: moralista. Todo aquel que denuncie la corrupción, que hable de cultura ciudadana, que invite a la autorregulación, la sobriedad o el buen decir, que pregone el respeto a la ley y el comportamiento recto, es despachado sumariamente con el sambenito de ser un moralista.
Pero, ¿quién es un moralista? Hace poco encontré un libro del filósofo español Aurelio Arteta titulado “Tantos tontos tópicos” (Ariel, 2012). El propósito de Arteta es desmontar lugares comunes que resultan inaceptables a la luz de una reflexión detenida. Todo un manual para educar comunicadores y maestros. El libro comienza con “Eres un moralista”.
Según Arteta, moralista es aquella persona que posee la “conciencia de constituir un ser moral”, no un simple individuo que come, duerme y se reproduce; alguien que tiende a juzgar los actos de la vida cotidiana bajo el cristal de lo “bueno y lo malo”; alguien a quien “no le avergüenza hablar de virtud” y que “antepone el punto de vista moral a cualquier otra perspectiva”. El filósofo defiende al moralista porque “la excelencia moral es la que más vale”. El moralista vive haciendo un compromiso público y personal de comportarse correctamente.
Una sociedad donde la trasgresión de la ley es constante, donde se vulnera el valor de la vida detrás de un arma o de una cabrilla, donde el robo se considera destreza y la corrupción sagacidad, necesita moralistas. Cuando tengamos suficientes, veremos como los moderamos.
El Colombiano, 13 de octubre
lunes, 14 de octubre de 2013
Diálogos VI: Medellín, fútbol
Sexta y última parte de la conversación con Carlos Vásquez Tamayo (09.10.12).
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CVT: “Factor de identidad urbana. En el Medellín pasea el espíritu de universal de la ciudadanía. Ser hincha del Medellín es una forma de ser ante de la vida, una forma de ser democrática, ser hincha del Medellín es tener un gran sentido de la estética”, he ahí algunos de los piropos que le dedica Jorge Giraldo a una de sus pasiones. Yo voy a emplear una palabra que él me autoriza, porque leí en su blog eso, es un fanatismo. Jorge Giraldo dice que es el único fanatismo que él se permite, y ahí la palabra fanatismo se suaviza, casi se dulcifica y se vuelve un gesto del humor. Jorge Giraldo no es, a mi modo de ver, un sociólogo del juego, del deporte, Jorge Giraldo es un filósofo, pero al mismo tiempo, Jorge Giraldo es un hincha del Medellín y yo creo que a él, esa definición de hincha de Medellín le interesa tanto como la definición de doctor en filosofía o la definición de decano de una facultad o incluso más; hablemos de eso ser hincha no de cualquier equipo, no se puede generalizar, sino ser hincha del poderoso DIM.
JGR: Carlos, claro que no se puede generalizar –no sé si lo digo en ese escrito, pero sí lo digo en la calle– porque hinchas no tiene sino el Medellín; los demás equipos tienen admiradores o seguidores, ese es mi decir. Esta es una pasión que se trata de racionalizar, de verbalizar que, después, se convierte en un propósito de construir una identidad alrededor de ello. De pronto viste en mi blog, que hace ocho años (y más) me metí en la idea loca de editar un libro sobre esta condición de ser hincha del Medellín. Puedo decir con cierta razón de que el Medellín es un equipo de poetas, de escritores. En ese libro colaboran Darío Jaramillo Agudelo, Juan Manuel Roca, Darío Ruiz Gómez, Juan José Hoyos, hasta Carlos Mario Aguirre (El águila descalza). Tuve la gran dicha de que lo prologara el escritor argentino Roberto Fontanarrosa. Es una reflexión sobre la condición de ser hincha, porque creo que –aunque tengamos otras urgencias más grandes– el fútbol es una parte muy importante de la cultura popular contemporánea. Por eso es tan triste la incursión de la violencia en el fútbol que –esto sonará a queja de viejito– impide que podamos ir al estadio en familia, con los hijos pequeños, como cuenta (en ese mismo libro) Héctor Abad Faciolince que hacía con su papá a quien no le gustaba el fútbol y mientras Héctor veía jugar al Medellín, su padre se llevaba todas las revistas y los periódicos de la semana para leerlos mientras duraba el partido.
Indudablemente que en el fútbol –a propósito del gran historiador Eric Hobsbawm, que murió la semana pasada– hay arte, pasión, belleza, que son cosas que nos ayudan a hacer comuniones. Debo aclarar que mi esposa y mis padres son hinchas del otro equipo (cuyo nombre no se debe mencionar) y que estas comuniones no son obligatorias y no nos impiden convivir, ni siquiera en las relaciones más íntimas y fuertes que tenemos.
CVT: Ahora que hablaba Jorge Giraldo, mencionaba a los poetas y al equipo de los poetas, hay una anécdota que él cuenta que es muy hermosa. El poeta Tartarín Moreira, poeta popular en el bello sentido de la palabra se fugaba del manicomio para ir al estadio para ir ver a jugar al Medellín, me interesa mucho esa figura del hincha, así como me interesa esa idea suya de que el Medellín o el fútbol en general, es una religión pagana y me interesa mucho porque la figura del hincha podría ser una de esas figuras que propicie formar comunidades en el sentido más lúdico de la palabra, más pleno, más de bendición del presente que no implique competencia odiosas o movimientos de segregación y por eso preocupan fenómenos, por ejemplo, como las denominadas barras bravas que son fenómenos contemporáneos muy inquietantes a nivel mundial, como piensa esa figura del hincha como forma de comunidad y las ventajas que tiene en relación con otras formas segregadoras de formar comunidades sociales.
JGR: Carlos, de esto sabes más vos que yo. En muchos sentidos, yo me siento aristotélico y creo que el juego y el arte cumplen una función catártica, una función sublimadora; ayudan a comprender, pero por cierta desgracia, nuestra sociedad se va fragmentando también, tenemos unas comunidades de platónicos que quieren desterrar la poesía, también el fútbol y los fervores que se viven alrededor del arte y del deporte. Me parece que una de las cosas importantes es tratar de entender que allí hay otras cosas distintas al atletismo, la competencia, el folclor (porque una de las cosas interesantes que tiene el fútbol es el folclor). Yo veía aquí a nuestros dos acompañantes con una risa un poco irónica cuando oían mis expresiones acerca del Deportivo Independiente Medellín; eso hace parte de ese folclor revitalizante en el deporte. A parte de eso, creo también alrededor del fútbol hay muchas posibilidades de diálogo, conversación, en fin, de comunicación. Creo que cada vez hay más países del mundo en los que este es uno de los principales motivos de acercamiento con otra persona. Allí hay otro lenguaje universal, distinto a la música, distinto a los lenguajes formales de las matemáticas. El fútbol se volvió un lenguaje universal, en cualquier lugar del mundo donde vas te podés encontrar con un taxista, con una persona totalmente ajena y podés encontrar un objeto que une a las personas. Si se mira de esa forma también podemos hacer relaciones más constructivas alrededor del deporte y de las pasiones futbolísticas, no sólo las de los clubes, también las de las selecciones. Esta es una semana en la cual que juega la selección Colombia, con la cual estamos muy animados otra vez y que por fortuna tiene nuestros colores en la pantaloneta y en las medias. Eso es algo que no debemos abandonar los llamados intelectuales, académicos y filósofos.
CVT: Jorge Giraldo dice también que el fútbol es quizás el único espectáculo que uno paga para ir a sufrir, en Medellín sabemos que hay piropos, por ejemplo, el Poderoso o la Danza del sol, que no sé qué poeta se inventó ese calificativo, pero también hay expresiones que son un poco del humor popular, el equipo que da lástima o el equipo del año entrante. Vamos a cerrar esta conversación por desgracia se nos fue yendo el tiempo como en los partidos de fútbol que están muy buenos y se le van a uno como nada, con dos preguntas puntuales, que serían algo así como dos dilemas éticos ligados a este asunto del deporte, en relación con los cuales quiero una opinión lo más precisa o lo más puntual de Jorge, lo primero, este asunto que se volvió a mover ahora de la presencia de dineros ilegales en los equipos de fútbol en Colombia y el planteamiento que hizo un directivo de devolver títulos que se llaman en el lenguaje futbolístico “estrellas” que fueron conseguidas con esos dineros ilegales, eso generó a mi parece un debate saludable porque toca el corazón de los dilemas éticos, que es el corazón siempre más rico de la ciudadanía, ¿cuál es la postura suya ante ese dilema, devolver o no devolver la estrella y por qué?. El segundo dilema ético implica el Medellín, pero aunque de una manera retrospectiva, en la selección Colombia se produjo un cambio de técnico, él que ahora es el técnico del Medellín, Hernán Darío Gómez porque en su conducta privada hizo algo absolutamente negado con lo que debe ser el ejemplo de un hombre público ante los niños, la ciudadanía, la juventud, etc., cual es el maltratar a una persona, particularmente a una mujer; eso le significo salir de la selección Colombia en su calidad de técnico, que hubiera planteado en ese momento o a lo mejor lo planteó Jorge Giraldo, dos dilemas éticos para un intelectual como cierre de esta conversación con Jorge Giraldo.
JGR: Bueno sobre la primera escribí una columna, entonces me queda muy fácil responder. Mi planteamiento es que estos problemas éticos tienen que servir siempre hacia el futuro, a mí me parece que hacer justicia para atrás es muy difícil y sobre todo hacer justicias con cosas que son intangibles, cosas que los economistas tienen una denominación que son bienes preferentes, yo preguntaba en esa columna ¿de quién es una estrella que simboliza un campeonato, de un administrador, de un dueño o de una afición? Yo creo que eso es un bien preferente que no es posible expropiárselo a nadie, así se borre una estrella, esos logros deportivos están en el corazón de los aficionados, mi equipo no ganó ninguna estrella en esos años por fortuna aunque tampoco está libre de esas malas relaciones, pero me parece que el dilema de las discusiones éticas sobre hechos pasados tiene que servir para alimentar hechos futuros y no para tratar de enderezar algo que ya no se pueda enderezar, que ya pasó. En lo segundo, aunque me coge un poco de sorpresa, yo diría que la decisión que se tomó en su momento era razonable por una razón, porque los líderes deportivos, los emblemas deportivos son –junto con los artistas de música popular– los héroes contemporáneos y yo creo que esa figura de héroe contemporáneo sí requiere ciertas salvaguardas. Creo que hay unos prototipos que son imitables por nuestra juventud y creo que hay que escoger esos prototipos; me parece que en ese caso la decisión que se tomó era sana, aunque hubiera podido perjudicar después los logros deportivos del país –lo que afortunadamente no ha pasado– pero me parece que ahí hay que mantener un cuidado sí queremos tratar de hacer una educación ética y estética que tenga impacto en nuestras comunidades.
CVT: Soy Carlos Vásquez y ustedes tienen ahora la palabra.
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CVT: “Factor de identidad urbana. En el Medellín pasea el espíritu de universal de la ciudadanía. Ser hincha del Medellín es una forma de ser ante de la vida, una forma de ser democrática, ser hincha del Medellín es tener un gran sentido de la estética”, he ahí algunos de los piropos que le dedica Jorge Giraldo a una de sus pasiones. Yo voy a emplear una palabra que él me autoriza, porque leí en su blog eso, es un fanatismo. Jorge Giraldo dice que es el único fanatismo que él se permite, y ahí la palabra fanatismo se suaviza, casi se dulcifica y se vuelve un gesto del humor. Jorge Giraldo no es, a mi modo de ver, un sociólogo del juego, del deporte, Jorge Giraldo es un filósofo, pero al mismo tiempo, Jorge Giraldo es un hincha del Medellín y yo creo que a él, esa definición de hincha de Medellín le interesa tanto como la definición de doctor en filosofía o la definición de decano de una facultad o incluso más; hablemos de eso ser hincha no de cualquier equipo, no se puede generalizar, sino ser hincha del poderoso DIM.
JGR: Carlos, claro que no se puede generalizar –no sé si lo digo en ese escrito, pero sí lo digo en la calle– porque hinchas no tiene sino el Medellín; los demás equipos tienen admiradores o seguidores, ese es mi decir. Esta es una pasión que se trata de racionalizar, de verbalizar que, después, se convierte en un propósito de construir una identidad alrededor de ello. De pronto viste en mi blog, que hace ocho años (y más) me metí en la idea loca de editar un libro sobre esta condición de ser hincha del Medellín. Puedo decir con cierta razón de que el Medellín es un equipo de poetas, de escritores. En ese libro colaboran Darío Jaramillo Agudelo, Juan Manuel Roca, Darío Ruiz Gómez, Juan José Hoyos, hasta Carlos Mario Aguirre (El águila descalza). Tuve la gran dicha de que lo prologara el escritor argentino Roberto Fontanarrosa. Es una reflexión sobre la condición de ser hincha, porque creo que –aunque tengamos otras urgencias más grandes– el fútbol es una parte muy importante de la cultura popular contemporánea. Por eso es tan triste la incursión de la violencia en el fútbol que –esto sonará a queja de viejito– impide que podamos ir al estadio en familia, con los hijos pequeños, como cuenta (en ese mismo libro) Héctor Abad Faciolince que hacía con su papá a quien no le gustaba el fútbol y mientras Héctor veía jugar al Medellín, su padre se llevaba todas las revistas y los periódicos de la semana para leerlos mientras duraba el partido.
Indudablemente que en el fútbol –a propósito del gran historiador Eric Hobsbawm, que murió la semana pasada– hay arte, pasión, belleza, que son cosas que nos ayudan a hacer comuniones. Debo aclarar que mi esposa y mis padres son hinchas del otro equipo (cuyo nombre no se debe mencionar) y que estas comuniones no son obligatorias y no nos impiden convivir, ni siquiera en las relaciones más íntimas y fuertes que tenemos.
CVT: Ahora que hablaba Jorge Giraldo, mencionaba a los poetas y al equipo de los poetas, hay una anécdota que él cuenta que es muy hermosa. El poeta Tartarín Moreira, poeta popular en el bello sentido de la palabra se fugaba del manicomio para ir al estadio para ir ver a jugar al Medellín, me interesa mucho esa figura del hincha, así como me interesa esa idea suya de que el Medellín o el fútbol en general, es una religión pagana y me interesa mucho porque la figura del hincha podría ser una de esas figuras que propicie formar comunidades en el sentido más lúdico de la palabra, más pleno, más de bendición del presente que no implique competencia odiosas o movimientos de segregación y por eso preocupan fenómenos, por ejemplo, como las denominadas barras bravas que son fenómenos contemporáneos muy inquietantes a nivel mundial, como piensa esa figura del hincha como forma de comunidad y las ventajas que tiene en relación con otras formas segregadoras de formar comunidades sociales.
JGR: Carlos, de esto sabes más vos que yo. En muchos sentidos, yo me siento aristotélico y creo que el juego y el arte cumplen una función catártica, una función sublimadora; ayudan a comprender, pero por cierta desgracia, nuestra sociedad se va fragmentando también, tenemos unas comunidades de platónicos que quieren desterrar la poesía, también el fútbol y los fervores que se viven alrededor del arte y del deporte. Me parece que una de las cosas importantes es tratar de entender que allí hay otras cosas distintas al atletismo, la competencia, el folclor (porque una de las cosas interesantes que tiene el fútbol es el folclor). Yo veía aquí a nuestros dos acompañantes con una risa un poco irónica cuando oían mis expresiones acerca del Deportivo Independiente Medellín; eso hace parte de ese folclor revitalizante en el deporte. A parte de eso, creo también alrededor del fútbol hay muchas posibilidades de diálogo, conversación, en fin, de comunicación. Creo que cada vez hay más países del mundo en los que este es uno de los principales motivos de acercamiento con otra persona. Allí hay otro lenguaje universal, distinto a la música, distinto a los lenguajes formales de las matemáticas. El fútbol se volvió un lenguaje universal, en cualquier lugar del mundo donde vas te podés encontrar con un taxista, con una persona totalmente ajena y podés encontrar un objeto que une a las personas. Si se mira de esa forma también podemos hacer relaciones más constructivas alrededor del deporte y de las pasiones futbolísticas, no sólo las de los clubes, también las de las selecciones. Esta es una semana en la cual que juega la selección Colombia, con la cual estamos muy animados otra vez y que por fortuna tiene nuestros colores en la pantaloneta y en las medias. Eso es algo que no debemos abandonar los llamados intelectuales, académicos y filósofos.
CVT: Jorge Giraldo dice también que el fútbol es quizás el único espectáculo que uno paga para ir a sufrir, en Medellín sabemos que hay piropos, por ejemplo, el Poderoso o la Danza del sol, que no sé qué poeta se inventó ese calificativo, pero también hay expresiones que son un poco del humor popular, el equipo que da lástima o el equipo del año entrante. Vamos a cerrar esta conversación por desgracia se nos fue yendo el tiempo como en los partidos de fútbol que están muy buenos y se le van a uno como nada, con dos preguntas puntuales, que serían algo así como dos dilemas éticos ligados a este asunto del deporte, en relación con los cuales quiero una opinión lo más precisa o lo más puntual de Jorge, lo primero, este asunto que se volvió a mover ahora de la presencia de dineros ilegales en los equipos de fútbol en Colombia y el planteamiento que hizo un directivo de devolver títulos que se llaman en el lenguaje futbolístico “estrellas” que fueron conseguidas con esos dineros ilegales, eso generó a mi parece un debate saludable porque toca el corazón de los dilemas éticos, que es el corazón siempre más rico de la ciudadanía, ¿cuál es la postura suya ante ese dilema, devolver o no devolver la estrella y por qué?. El segundo dilema ético implica el Medellín, pero aunque de una manera retrospectiva, en la selección Colombia se produjo un cambio de técnico, él que ahora es el técnico del Medellín, Hernán Darío Gómez porque en su conducta privada hizo algo absolutamente negado con lo que debe ser el ejemplo de un hombre público ante los niños, la ciudadanía, la juventud, etc., cual es el maltratar a una persona, particularmente a una mujer; eso le significo salir de la selección Colombia en su calidad de técnico, que hubiera planteado en ese momento o a lo mejor lo planteó Jorge Giraldo, dos dilemas éticos para un intelectual como cierre de esta conversación con Jorge Giraldo.
JGR: Bueno sobre la primera escribí una columna, entonces me queda muy fácil responder. Mi planteamiento es que estos problemas éticos tienen que servir siempre hacia el futuro, a mí me parece que hacer justicia para atrás es muy difícil y sobre todo hacer justicias con cosas que son intangibles, cosas que los economistas tienen una denominación que son bienes preferentes, yo preguntaba en esa columna ¿de quién es una estrella que simboliza un campeonato, de un administrador, de un dueño o de una afición? Yo creo que eso es un bien preferente que no es posible expropiárselo a nadie, así se borre una estrella, esos logros deportivos están en el corazón de los aficionados, mi equipo no ganó ninguna estrella en esos años por fortuna aunque tampoco está libre de esas malas relaciones, pero me parece que el dilema de las discusiones éticas sobre hechos pasados tiene que servir para alimentar hechos futuros y no para tratar de enderezar algo que ya no se pueda enderezar, que ya pasó. En lo segundo, aunque me coge un poco de sorpresa, yo diría que la decisión que se tomó en su momento era razonable por una razón, porque los líderes deportivos, los emblemas deportivos son –junto con los artistas de música popular– los héroes contemporáneos y yo creo que esa figura de héroe contemporáneo sí requiere ciertas salvaguardas. Creo que hay unos prototipos que son imitables por nuestra juventud y creo que hay que escoger esos prototipos; me parece que en ese caso la decisión que se tomó era sana, aunque hubiera podido perjudicar después los logros deportivos del país –lo que afortunadamente no ha pasado– pero me parece que ahí hay que mantener un cuidado sí queremos tratar de hacer una educación ética y estética que tenga impacto en nuestras comunidades.
CVT: Soy Carlos Vásquez y ustedes tienen ahora la palabra.
miércoles, 9 de octubre de 2013
Populismo punitivo
Cárcel larga y sin piedad. Tal es el lema de nuestros políticos desde hace algunos años y una de las frases preferidas del gobierno y sus funcionarios: cárcel para los conductores borrachos, para el cartel de los vándalos, para los hinchas violentos. Ya hace algunos años la fallecida senadora Gilma Jiménez había ganado prestigio con la simple idea de encerrar perpetuamente a los pederastas.
El fenómeno ni es nuevo ni es colombiano. Ha sido estudiado por el sociólogo David Garland quien lo ha llamado “giro punitivo en el derecho penal contemporáneo” (Crimen y castigo en la modernidad tardía, Universidad de Los Andes, 2007). Dice además, que se trata de una tendencia populista. De allí que el término populismo penal o populismo punitivo se haya extendido entre los expertos.
El supuesto básico de los políticos que se decantan por el populismo penal es que la opinión pública es dominantemente partidaria de toda retaliación y, por tanto, que prometer condenas expeditas y largas da popularidad y, sobre todo, votos. Los populistas punitivos están convencidos de que la sociedad está aprisionada por el miedo –que los medios de comunicación alimentan cotidianamente– y que la vida de la gente está llena de “microfascismos emocionales”.
Pero ese supuesto es falso. Por lo menos así lo demuestra un trabajo de grado en maestría de la Escuela de Derecho de la Universidad Eafit. El ahora magíster Juan Pablo Uribe encontró que para el 40% de la gente la criminalidad debe enfrentarse, primero, desde la familia y las instituciones educativas; otro 30% piensa en medidas de tipo socioeconómico; mientras solo el 10% opta por el derecho penal. Otras dos conclusiones del estudio son interesantes: la gente parece pedir más imaginación a la hora de tratar el delito y no limitarse a la rutina de busque, capture y encarcele; y parece pensar en penas menos severas que las que aplican los jueces.
Sin embargo, las discusiones sobre populismo punitivo suelen dejar de lado otros aspectos no menos importantes.
Uno, es el sesgo clasista que tiene. El populismo punitivo se enfoca básicamente en los delitos menores (como la violencia callejera) o en los eslabones más débiles de la cadena (como el robo de celulares). Los populistas punitivos se hacen los de la vista gorda con los delitos de mayor impacto como la corrupción o el contrabando, y eluden tocar los factores más eficaces y menos costosos de las cadenas criminales. Por ejemplo, el robo de celulares se combatiría más eficientemente con el control desde las compañías operadoras que buscando rateros en las grandes ciudades.
El segundo aspecto son los problemas que entraña para la cadena penal. El populismo punitivo somete a un enorme degaste a la fuerza pública, especialmente a la policía en materia de legitimidad, y se olvida del terrible problema que supone el régimen carcelario.
El Colombiano, 6 de octubre.
El fenómeno ni es nuevo ni es colombiano. Ha sido estudiado por el sociólogo David Garland quien lo ha llamado “giro punitivo en el derecho penal contemporáneo” (Crimen y castigo en la modernidad tardía, Universidad de Los Andes, 2007). Dice además, que se trata de una tendencia populista. De allí que el término populismo penal o populismo punitivo se haya extendido entre los expertos.
El supuesto básico de los políticos que se decantan por el populismo penal es que la opinión pública es dominantemente partidaria de toda retaliación y, por tanto, que prometer condenas expeditas y largas da popularidad y, sobre todo, votos. Los populistas punitivos están convencidos de que la sociedad está aprisionada por el miedo –que los medios de comunicación alimentan cotidianamente– y que la vida de la gente está llena de “microfascismos emocionales”.
Pero ese supuesto es falso. Por lo menos así lo demuestra un trabajo de grado en maestría de la Escuela de Derecho de la Universidad Eafit. El ahora magíster Juan Pablo Uribe encontró que para el 40% de la gente la criminalidad debe enfrentarse, primero, desde la familia y las instituciones educativas; otro 30% piensa en medidas de tipo socioeconómico; mientras solo el 10% opta por el derecho penal. Otras dos conclusiones del estudio son interesantes: la gente parece pedir más imaginación a la hora de tratar el delito y no limitarse a la rutina de busque, capture y encarcele; y parece pensar en penas menos severas que las que aplican los jueces.
Sin embargo, las discusiones sobre populismo punitivo suelen dejar de lado otros aspectos no menos importantes.
Uno, es el sesgo clasista que tiene. El populismo punitivo se enfoca básicamente en los delitos menores (como la violencia callejera) o en los eslabones más débiles de la cadena (como el robo de celulares). Los populistas punitivos se hacen los de la vista gorda con los delitos de mayor impacto como la corrupción o el contrabando, y eluden tocar los factores más eficaces y menos costosos de las cadenas criminales. Por ejemplo, el robo de celulares se combatiría más eficientemente con el control desde las compañías operadoras que buscando rateros en las grandes ciudades.
El segundo aspecto son los problemas que entraña para la cadena penal. El populismo punitivo somete a un enorme degaste a la fuerza pública, especialmente a la policía en materia de legitimidad, y se olvida del terrible problema que supone el régimen carcelario.
El Colombiano, 6 de octubre.
lunes, 7 de octubre de 2013
Diálogos V: Medellín, ciudad
Quinta parte de la conversación con Carlos Vásquez Tamayo (09.10.12).
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CVT: Estamos inmersos en la conversación y lo digo porque a medida que oigo a Jorge Giraldo su concisión, su tranquilidad eso se va contagiando. Estamos en esta querida Universidad Antioquia, leo en la puerta de la biblioteca, el alma de la universidad. Este espacio está recién digamos recuperado, digámoslo así, actualizado, y los muchachos están entregados ahí, a sus propias derivas, sus quehaceres, la universidad está completamente tranquila, cada individuo, cada pareja, cada grupo en lo suyo. Como debería ser siempre.
Yo lo digo en este momento porque estoy con personas que quieren y que queremos profundamente a la universidad pública, privada, es lo mismo en realidad aunque haya diferencias y sé que Jorge Giraldo es estudiante de filosofía como él dijo, con todo y que es doctor en filosofía, sigue siendo estudiante y ha querido siempre mucho su Universidad de Antioquia. Ahora es decano de la facultad de humanidades de la Universidad EAFIT que es una universidad hermana. Hablemos Jorge de la ciudad de Medellín, porque sé que también usted la ha querido, es su ciudad, la ha pensado, la ha sufrido. Nosotros en los últimos años siento yo, Jorge, Luis Germán, hemos hecho como ciudadanía un esfuerzo muy grande por comprendernos como ciudad. A esta ciudad le han ocurrido avalanchas culturales, políticas; muy buenas unas, muy terribles otras. La ciudad ha cambiado vertiginosamente y hay cosas al mismo tiempo que por desgracia se resisten a cambiar, por ejemplo, sigue siendo una ciudad en que miles y miles de personas siguen reducidas a la miseria, sin oportunidades. Jóvenes completamente volcados en la calle y la ciudad cerrándoles toda puerta de acceso a la cultura, a la educación, a la convivencia creativa y eso nos sigue pues, digamos, preocupando, doliendo y debería también, motivar mucho nuestra imaginación y compromiso. Esta ciudad, se ha pensado por ejemplo en lo que tiene que ver con disposición de comunas, los flujos de jóvenes, los problemas de las bandas, el tema del micro y el macro tráficos de sustancias ilícitas. Al mismo tiempo hay unas culturas de barrio, por ejemplo, unos movimientos de grupos musicales, grupos de teatro, talleres de literatura. Medellín para Jorge Giraldo, su rápida visión de los que es esta ciudad hoy.
JGR: Carlos, el tema de Medellín es muy importante. Y abordándolo no dejo la filosofía; mi manera de ver la filosofía es muy telúrica. Yo creo que uno está instalado en un lugar, en una cultura. Eso supone un peso de la tradición, pero también una responsabilidad hacia el futuro. Una visión como esta no necesariamente tiene que ser conservadora y por eso he mantenido una preocupación por la ciudad hace muchos años. Prácticamente desde antes de la mayoría de edad, he estado involucrado en movimientos estudiantiles, cívicos, sindicales, en el mundo de las organizaciones no gubernamentales y creo que el cambio de Medellín es una cosa indudable. En mis funciones universitarias, no recibo no menos de tres o cuatros visitas mensuales de estudiosos o administradores que vienen de distintos países del mundo porque quieren conocer la experiencia de Medellín.
Creo que la experiencia de Medellín, en buena medida se anida en esta conversación de la que estábamos hablando ahora. En particular, recuerdo el año 1991 cuando se creó en Medellín un espacio que se llamaba Alternativas de futuro para Medellín, que fue un espacio inédito porque a él llegaban empresarios, organizaciones cívicas, grupos juveniles, sindicatos, academia. De eso quedó una memoria, cinco libros, fruto de cinco encuentros que se hicieron entre 1991 y 1994. Yo quisiera creer que ese ejercicio ha sido uno de los elementos más decisivos de la transformación de Medellín. Creo en el optimismo que hay en la ciudad, a pesar de los problemas que mencionaste –y que son esos y otros más– precisamente porque ha logrado hacer una transformación más importante que la que se ve por los ojos, que también es importante, y es que hemos logrado transformar un poco también nuestra alma. Eso hace que podamos ser optimistas. Cierto que hay unos consensos que están relativamente amenazados y que cada cuatro años sufrimos tratando de revitalizarlos en la lid política, pero lo que vivimos en Medellín obedece a eso, y ya que estamos en la Universidad de Antioquia que bueno sería, que ese espíritu que se vive fuera del campus pudiera impregnar y convertirse también en característica distintiva del campus universitario.
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CVT: Estamos inmersos en la conversación y lo digo porque a medida que oigo a Jorge Giraldo su concisión, su tranquilidad eso se va contagiando. Estamos en esta querida Universidad Antioquia, leo en la puerta de la biblioteca, el alma de la universidad. Este espacio está recién digamos recuperado, digámoslo así, actualizado, y los muchachos están entregados ahí, a sus propias derivas, sus quehaceres, la universidad está completamente tranquila, cada individuo, cada pareja, cada grupo en lo suyo. Como debería ser siempre.
Yo lo digo en este momento porque estoy con personas que quieren y que queremos profundamente a la universidad pública, privada, es lo mismo en realidad aunque haya diferencias y sé que Jorge Giraldo es estudiante de filosofía como él dijo, con todo y que es doctor en filosofía, sigue siendo estudiante y ha querido siempre mucho su Universidad de Antioquia. Ahora es decano de la facultad de humanidades de la Universidad EAFIT que es una universidad hermana. Hablemos Jorge de la ciudad de Medellín, porque sé que también usted la ha querido, es su ciudad, la ha pensado, la ha sufrido. Nosotros en los últimos años siento yo, Jorge, Luis Germán, hemos hecho como ciudadanía un esfuerzo muy grande por comprendernos como ciudad. A esta ciudad le han ocurrido avalanchas culturales, políticas; muy buenas unas, muy terribles otras. La ciudad ha cambiado vertiginosamente y hay cosas al mismo tiempo que por desgracia se resisten a cambiar, por ejemplo, sigue siendo una ciudad en que miles y miles de personas siguen reducidas a la miseria, sin oportunidades. Jóvenes completamente volcados en la calle y la ciudad cerrándoles toda puerta de acceso a la cultura, a la educación, a la convivencia creativa y eso nos sigue pues, digamos, preocupando, doliendo y debería también, motivar mucho nuestra imaginación y compromiso. Esta ciudad, se ha pensado por ejemplo en lo que tiene que ver con disposición de comunas, los flujos de jóvenes, los problemas de las bandas, el tema del micro y el macro tráficos de sustancias ilícitas. Al mismo tiempo hay unas culturas de barrio, por ejemplo, unos movimientos de grupos musicales, grupos de teatro, talleres de literatura. Medellín para Jorge Giraldo, su rápida visión de los que es esta ciudad hoy.
JGR: Carlos, el tema de Medellín es muy importante. Y abordándolo no dejo la filosofía; mi manera de ver la filosofía es muy telúrica. Yo creo que uno está instalado en un lugar, en una cultura. Eso supone un peso de la tradición, pero también una responsabilidad hacia el futuro. Una visión como esta no necesariamente tiene que ser conservadora y por eso he mantenido una preocupación por la ciudad hace muchos años. Prácticamente desde antes de la mayoría de edad, he estado involucrado en movimientos estudiantiles, cívicos, sindicales, en el mundo de las organizaciones no gubernamentales y creo que el cambio de Medellín es una cosa indudable. En mis funciones universitarias, no recibo no menos de tres o cuatros visitas mensuales de estudiosos o administradores que vienen de distintos países del mundo porque quieren conocer la experiencia de Medellín.
Creo que la experiencia de Medellín, en buena medida se anida en esta conversación de la que estábamos hablando ahora. En particular, recuerdo el año 1991 cuando se creó en Medellín un espacio que se llamaba Alternativas de futuro para Medellín, que fue un espacio inédito porque a él llegaban empresarios, organizaciones cívicas, grupos juveniles, sindicatos, academia. De eso quedó una memoria, cinco libros, fruto de cinco encuentros que se hicieron entre 1991 y 1994. Yo quisiera creer que ese ejercicio ha sido uno de los elementos más decisivos de la transformación de Medellín. Creo en el optimismo que hay en la ciudad, a pesar de los problemas que mencionaste –y que son esos y otros más– precisamente porque ha logrado hacer una transformación más importante que la que se ve por los ojos, que también es importante, y es que hemos logrado transformar un poco también nuestra alma. Eso hace que podamos ser optimistas. Cierto que hay unos consensos que están relativamente amenazados y que cada cuatro años sufrimos tratando de revitalizarlos en la lid política, pero lo que vivimos en Medellín obedece a eso, y ya que estamos en la Universidad de Antioquia que bueno sería, que ese espíritu que se vive fuera del campus pudiera impregnar y convertirse también en característica distintiva del campus universitario.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Espejo de nuestras pesadillas
La historia completa del narcotráfico en Colombia –negocio, complicidad, farándula, violencia– es perfectamente paralela con la historia del fútbol en los últimos 35 años. Basta leer los libros “Pena máxima” (1995) de Fernando Araújo Vélez y “El 5-0” (2013) de Mauricio Silva o la novela de Ricardo Silva Romero “Autogol” (2009) o escarbar los archivos de prensa.
La diferencia entre el narcotráfico y el fútbol consiste en que los carteles desaparecieron, sus jefes murieron o están extraditados, pero en el fútbol las cosas siguen casi iguales, con un poco más de cosmética. Las declaraciones de esta semana de ministros y funcionarios, los dirigentes de la Dimayor y la prensa son muy parecidas a las de 1980 cuando todo el mundo fingía que no pasaba nada. Ahora se quieren inventar el cuento de que el único problema son las barras bravas; que ni los clubes ni la dirigencia tienen velas en el entierro, y que los agentes de la prensa deportiva no saben nada, y que los políticos no tienen nada qué ver (dos senadores son dueños de sendos equipos).
Dejemos a un lado las interpretaciones del pasado y vengamos a los tiempos recientes.
Hace un par de años escribí una columna sobre la ley del fútbol. Se tituló “Ley boba para fútbol avispado” (El Colombiano, 18.04.11) y sostenía que la ley no cambiaría nada en el panorama de los equipos de fútbol y que la intención punitiva que sembró Vargas Lleras en ella no daría resultados. Dos años después nadie da cuentas del esperpento, todos se hacen los de las nuevas y todos eluden sus responsabilidades.
Volvimos a escuchar las letanías leguleyas de Luis Bedoya, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, diciendo que el Estado tiene la obligación constitucional de proteger la vida de los colombianos y que, por tanto, la dirigencia deportiva no está llamada a responder por la violencia. En otra columna (“Violencia en el fútbol”, 29.05.13) intenté demostrar que los clubes tienen una relación directa con el fenómeno de las barras y su gestión. La única diferencia significativa entre el andamiaje político y violento de la organización Hinchadas Unidas Argentinas, la AFA y el gobierno de Cristina Fernández con el caso colombiano es que allá eso es más visible y opresivo.
El expediente del fútbol está abierto y nadie se atreve a tocarlo. Hay muchos intereses económicos y políticos en juego. Unos legales, aunque no necesariamente legítimos, otros claramente ilegales. Además están los fueros de impunidad con los que la Fifa suele amparar a sus afiliados. Después, la coyuntura de un gobierno que bufa mucho y hace poco.
Todo ello hace que hoy –en palabras de Carlos González Puche, director de la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales– el fútbol sea menos “el reflejo de nuestras alegrías” que “el espejo de nuestras pesadillas”.
El Colombiano, 29 de septiembre
La diferencia entre el narcotráfico y el fútbol consiste en que los carteles desaparecieron, sus jefes murieron o están extraditados, pero en el fútbol las cosas siguen casi iguales, con un poco más de cosmética. Las declaraciones de esta semana de ministros y funcionarios, los dirigentes de la Dimayor y la prensa son muy parecidas a las de 1980 cuando todo el mundo fingía que no pasaba nada. Ahora se quieren inventar el cuento de que el único problema son las barras bravas; que ni los clubes ni la dirigencia tienen velas en el entierro, y que los agentes de la prensa deportiva no saben nada, y que los políticos no tienen nada qué ver (dos senadores son dueños de sendos equipos).
Dejemos a un lado las interpretaciones del pasado y vengamos a los tiempos recientes.
Hace un par de años escribí una columna sobre la ley del fútbol. Se tituló “Ley boba para fútbol avispado” (El Colombiano, 18.04.11) y sostenía que la ley no cambiaría nada en el panorama de los equipos de fútbol y que la intención punitiva que sembró Vargas Lleras en ella no daría resultados. Dos años después nadie da cuentas del esperpento, todos se hacen los de las nuevas y todos eluden sus responsabilidades.
Volvimos a escuchar las letanías leguleyas de Luis Bedoya, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, diciendo que el Estado tiene la obligación constitucional de proteger la vida de los colombianos y que, por tanto, la dirigencia deportiva no está llamada a responder por la violencia. En otra columna (“Violencia en el fútbol”, 29.05.13) intenté demostrar que los clubes tienen una relación directa con el fenómeno de las barras y su gestión. La única diferencia significativa entre el andamiaje político y violento de la organización Hinchadas Unidas Argentinas, la AFA y el gobierno de Cristina Fernández con el caso colombiano es que allá eso es más visible y opresivo.
El expediente del fútbol está abierto y nadie se atreve a tocarlo. Hay muchos intereses económicos y políticos en juego. Unos legales, aunque no necesariamente legítimos, otros claramente ilegales. Además están los fueros de impunidad con los que la Fifa suele amparar a sus afiliados. Después, la coyuntura de un gobierno que bufa mucho y hace poco.
Todo ello hace que hoy –en palabras de Carlos González Puche, director de la Asociación Colombiana de Futbolistas Profesionales– el fútbol sea menos “el reflejo de nuestras alegrías” que “el espejo de nuestras pesadillas”.
El Colombiano, 29 de septiembre
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