miércoles, 13 de marzo de 2013

Twitter, negativismo e innovación

Si un extraño leyera las reacciones al premio que obtuvo Medellín como ciudad innovadora mundial, tal vez se formaría la idea de que aquí la gente opina sin leer. Los comentarios descalificadores –que fueron los que circularon con profusión– desconocen la cadena de hechos que derivó en esa distinción.

Desconocen, primero, que el Urban Land Institute es una entidad no gubernamental con más de 70 años de tradición y presencia global. Segundo, que en el concurso las evaluaciones técnicas tenían una ponderación cercana a las dos terceras partes, de tal modo que influyeron mucho más que los votos en la red. Tercero, que el dictamen dice, a la vez, que “pocas ciudades se han trasformado de tal modo” y que Medellín “todavía tiene muchos retos”. La aspiración del perfeccionismo es para tontos.

También desconocen esta realidad apabullante que descresta a compatriotas (Semana, 04.03.13) y a extranjeros como Francis Fukuyama, quien desde la distancia académica y geográfica nos llamó “medio milagro” (Foreign Policy, 06.11). La lista de las innovaciones en Medellín no es corta, pero deja de lado el hecho de que la principal innovación es que nos reinventamos a nosotros mismos, como ciudad y como ciudadanos.

No quiero decir que esta mayoría de opinadores sufra de ignorancia supina. No. Simplemente, rechaza todo aquello que no encaja en sus esquemas mentales, tesis ampliamente demostrada por la sicología y la sociología. En el alboroto de la semana pasada hubo dos tipos de reaccionarios: los de Twitter y los de la prosa.

Las reacciones en redes sociales no las puedo citar; mi mala educación no llega hasta allá. Pero casualmente el Pew Research Center (04.03.13) acaba de realizar un estudio convincente de un año de duración sobre el uso de Twitter con dos conclusiones. La primera es que los comentarios trinantes suelen diferir en gran medida de la opinión pública técnicamente medida por encuestas; la segunda conclusión es que los tuiteros suelen ser radicales hacia cualquiera de los dos extremos del espectro político y, sobre todo, negativistas.

Las reacciones narrativas de 400 palabras y más no fueron mejores. Acá la explicación puede ser otra. En Antioquia han convivido siempre los defensores de “este es el cielo” y los de “este es el infierno”. Los poetas de la raza y de Antioquia la Grande tienen su alter ego en los aúlicos del escritor que pedía a gritos que bombardearan a Medellín. Parecen distintos pero son iguales: ejemplares de la exageración y la cantaleta, epítomes de lo que Thomas Mann llamó la “desmesura libre de toda comprobación”.

Sabiduría: un antiguo libro sapiencial dice que hay un tiempo para cada cosa; puede ser que tengamos un día para celebrar y 6 para lamentarnos. No falta quien nos quiera decir que ni siquiera tenemos derecho a un día de celebración.

El Colombiano, 10 de marzo

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