El homicidio en Medellín, en tiempos recientes, está originado por tres tipos de determinadores: la criminalidad organizada connatural a las economías ilegales, las bandas juveniles territorializadas y enardecidas y un alto porcentaje de individuos que están dispuestos a disparar en medio de cualquier contrariedad cotidiana. Cada uno de ellos requiere medidas distintas.
La clase más espectacular se refiere a los asesinatos que producen las pandillas juveniles, localmente llamadas combos, y que suelen ser muy endógenas al barrio, lo que significa que homicidas y occisos suelen vivir en la misma zona del acto violento o muy cerca, como lo demostraron Carlos Medina y sus colaboradores del Banco de la República en un estudio.
Este tipo de violencia está fuertemente enraizada en unos barrios y articulada a la vida comunitaria de los mismos. Si algunos habitantes de estos barrios son victimizados con el destierro o la muerte, otros muchos conviven y a menudo son cómplices de los actos criminales de quienes son, por supuesto, hijos, novios, vecinos. No es gratuito que en los últimos 3 años la policía se encuentre con amotinamientos de vecinos que tratan de impedir la captura de algún bandido o que participen en agresiones contra casas y personas de barrios en conflicto.
Esto supone que la violencia armada en algunos barrios está fuertemente vinculada con el tejido social de los mismos y que, por tanto, el problema no se reduce a individuos descarriados que tienen comportamientos desviados, sino que más bien parece que nos enfrentamos a pequeñas comunidades locales altamente refractarias a las normas de convivencia, legales o morales.
Si este diagnóstico fuera medianamente plausible, significaría que las medidas policiales no bastan para enfrentar este fenómeno. Operativos y concentraciones de fuerza como los que se realizaron esta semana pasada (desde el 18 de marzo) serían necesarias pero insuficientes. Usualmente emerge el estribillo de la inversión social, pero las comunas más violentas han sido objeto de una alta y sistemática atención del municipio de Medellín en la última década. Por ejemplo, la comuna 13 recibió en los últimos 9 años una inversión social localizada superior al promedio de lo que recibieron las demás comunas, sin contar la inversión en infraestructura y la que proviene de programas nacionales como Familias en Acción.
Medellín debe preguntarse si las medidas asistencialistas, bien intencionadas y necesarias en un primer momento, siguen siendo eficaces y positivas. El asistencialismo está atrayendo nuevos habitantes (25 mil anuales) y está creando un tipo de habitante acostumbrado a recibir inconcientemente diversos servicios del Estado local y nacional, sin ninguna contraprestación.
Pregunto: ¿No ha llegado la hora de condicionar los subsidios, dádivas e inversiones focalizadas a que las comunidades se comprometan a mantener un entorno social favorable a la convivencia pacífica y a una conducta cívica comprometida con los demás habitantes de Medellín?
El Colombiano, 24 de marzo
1 comentario:
Querido Jorge, buen día. He leído "Dar sin recibir", y quisiera entender lo que propones porque, de entrada, no alcanzo a comprender el argumento. ¿Hablas de condicionar inversiones sociales a que existan compromisos comunitarios en convivencia y civismo? Como las autoridades no pueden con los gatilleros, ¿propones quitarle derechos a la gente inerme? ¿No sería "el poder del fierro definiendo la política social"?
Gracias.
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