En su reciente visita a Medellín, por invitación de la Universidad Eafit y los buenos oficios de la Fundación Kreanta, el pensador español Josep Ramoneda presentó un cuadro de la actual situación europea –más bien sombrío, como debe ser. En él, señaló varios problemas entre ellos uno que llamó “desjerarquización”.
Tan horrible, hipersilábica e impronunciable palabra no hace referencia a cosa distinta a la que el filósofo alemán Max Scheler llamara nivelación. Lo que Scheler pone de presente es que el triunfo de la idea de la igualdad generó, tal vez inesperadamente, pérdidas en relación con la idea de la jerarquía. Nuestro colega argentino Alberto Buela, traduce esto al criollo cuando dice que es la misma tesis que Enrique Santos Discépolo expuso en “Cambalache”.
Se está hablando de la relación entre órdenes diversos como el espiritual, el afectivo, el social, y de la relación entre valores, fines e intereses. “Todos es igual, nada es mejor”, dice el poeta. Y aunque no se trata de las jerarquías propias de la sociedad señorial, debe quedar claro que esos órdenes y esos valores se entrañan en personas y en sectores sociales. Por eso los énfasis de Discépolo: “los inmorales nos han igualao”, da lo mismo el que mata que el que cura.
Ahora, no es lo mismo cuando la nivelación se da como un comportamiento cultural en el medio social que cuando proviene de las élites o de las instituciones. Que para alguna gente dé lo mismo el crimen sistemático que el ocasional va y viene, pero cuando la nivelación viene de la autoridad las cosas se ponen graves. Por eso, como ejemplo, me parecieron tan deplorables las posiciones que en este diario plantearon el padre De Roux y el poeta Roca, poniendo en el mismo plano al Ejército y la guerrilla (El Colombiano, 28.03.12).
Otro aspecto de la nivelación al que la filosofía ha prestado poca atención es el que tiene que ver con la abolición del calendario y el aplanamiento del espacio. En cuanto al tiempo, la antigua sabiduría de que hay un tiempo para cada cosa está casi perdida. Los tiempos de lo sagrado, lo afectivo, la labor y el ocio se han difuminado y solo va quedando un solo tiempo plano monótono en el que los dos primeros salen perdiendo. Y lo mismo pasa con los espacios. Con los físicos, porque el templo puede ser locutorio, la biblioteca cafetería, la oficina bar. Y se eliminan los espacios vitales por la publicidad de lo íntimo y lo privado, y la ruptura de los diques que contenían lo público.
Ante este problema –y otros contemporáneos– hay al menos tres actitudes. La respuesta reaccionaria de quejarse y propugnar por una vuelta imposible al pasado. La respuesta liberal, estupefacta y conformista, que se limita a observar el desarrollo del orden espontáneo. Y finalmente está la respuesta republicana, la del humanismo cívico, que, inconforme, busca enfrentar una situación indeseable mediante arreglos que adecúen los valores y la época.
El Colombiano, 1 de abril
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