En su reciente artículo sobre los debates constitucionales en Estados Unidos (Time, 04.07.11), Richard Stengel usa las imágenes de “guide rails” y “cops” para ilustrar uno de los puntos de controversia en torno a la función constitucional, expresamente referida al texto constitucional o a la guarda de la constitución por extensión. Llamémoslos “vallas” –para el caso podrían ser las señales de tránsito, incluso– y “guardas” o “policías”.
Con ellas se pretende señalar las diferencias entre quienes esperan de la constitución –o del tribunal constitucional– respuestas específicas u orientaciones sustantivas ante cada contingencia de la vida social y quienes se inclinan por funcionalidades más generales, indicativas, que dejan un amplio margen para la acción del ejecutivo y la vivacidad de la vida democrática.
Stengel, en el pasado director del National Constitution Center y ahora editor de Time, se pronuncia a favor de la segunda opción. La función constitucional no debe inmiscuirse en la cotidianidad de la actividad política y administrativa. Su papel es más parecido a los carriles que señalan las autopistas, a los separadores y vallas de seguridad, que a los policías de tránsito, que a veces con criterio y otras más arbitrariamente, dan paso, detienen o cambian la orientación.
lunes, 27 de junio de 2011
domingo, 19 de junio de 2011
Big Man
En la época heroica del rock solíamos enterrar jóvenes a nuestros ídolos. Después de 1971, la tragedia perdió atractivo para las masas y los artistas se cuidaron de la atracción del vacío. La muerte de Kurt Cobain veintitrés años después de Hendrix, Joplin y Morrison resultó insólita y le añadió poco a su leyenda musical.
Ha llegado el tiempo de lutos tranquilos y profundos por los veteranos, activos o retirados, vigentes o archivados, que han colaborado inconcientemente en la banda sonora de nuestras vidas.
El triste sábado 18 de junio, a las colombianas 8 de la noche, murió en La Florida Clarence Clemons, el Big Man de una de las bandas de respaldo más sólidas de la historia del rock: la E Street Band. Bruce Springsteen la jubiló en la extensa gira de Working on a Dream y en el directo sin público del tracklist completo de Darkness on the Edge of Town.
The New York Times abrió su obituario señalándolo como “uno de los acompañantes más queridos del rock” y lo cierra con la expresión de Big Man sobre el mítico momento de su encuentro con Bruce en 1971: “Me miró, le miré, nos enamoramos. Y así sigue siendo”.
Ha llegado el tiempo de lutos tranquilos y profundos por los veteranos, activos o retirados, vigentes o archivados, que han colaborado inconcientemente en la banda sonora de nuestras vidas.
El triste sábado 18 de junio, a las colombianas 8 de la noche, murió en La Florida Clarence Clemons, el Big Man de una de las bandas de respaldo más sólidas de la historia del rock: la E Street Band. Bruce Springsteen la jubiló en la extensa gira de Working on a Dream y en el directo sin público del tracklist completo de Darkness on the Edge of Town.
The New York Times abrió su obituario señalándolo como “uno de los acompañantes más queridos del rock” y lo cierra con la expresión de Big Man sobre el mítico momento de su encuentro con Bruce en 1971: “Me miró, le miré, nos enamoramos. Y así sigue siendo”.
domingo, 12 de junio de 2011
La hybris judicial
La hybris de la justicia en Colombia es evidente. Las altas cortes han desbordado su labor de control negativo y de garantía de la observancia de la ley, avasallando a los demás poderes públicos, primero, y a todos los ciudadanos miembros de la comunidad política, después. Haciéndolo, se están llevando por delante el mandato constitucional (Art. 113) que establece la armonía de los poderes y que deja claro que los jueces tienen una función específica, pero que el Estado tiene unos fines únicos.
Es difícil ubicar el origen de esta hybris. A lo mejor los magistrados se han comido el cuento de que esta es la época del gobierno de los jueces. Digo cuento, porque tal cosa no sucede en la teoría –ni siquiera es una idea dominante en el paradigma del idealismo jurídico– ni en la práctica –si hay algún caso de gobierno judicial tal vez sea Irán, donde los ayatolas fungen como salvaguardas de El Corán por encima del resto del sistema institucional.
Una de las manifestaciones de tal hybris es la creencia de que los jueces son intocables. Intocables para cualquier otra institución estatal, claro está. Porque son muy “tocables” para otros poderes, el de la corrupción, por ejemplo. En el último año el presidente de una corte le dio serenata a un mafioso, otro presidente consiguió apartamento en Dubai regalado por los Nule, un alto magistrado más aparece en las listas de pagos del mismo grupo con un cheque por cien millones. Mientras tanto algunos jueces de a pie fallan contra el Estado en muchas zonas del país, donde la fuerza de las mafias y de las Farc los mantiene en vilo.
La rama judicial requiere una reforma urgente para protegerla más, para que se ajuste al mandato constitucional, para que no sirva de último recurso a la criminalidad.
Es difícil ubicar el origen de esta hybris. A lo mejor los magistrados se han comido el cuento de que esta es la época del gobierno de los jueces. Digo cuento, porque tal cosa no sucede en la teoría –ni siquiera es una idea dominante en el paradigma del idealismo jurídico– ni en la práctica –si hay algún caso de gobierno judicial tal vez sea Irán, donde los ayatolas fungen como salvaguardas de El Corán por encima del resto del sistema institucional.
Una de las manifestaciones de tal hybris es la creencia de que los jueces son intocables. Intocables para cualquier otra institución estatal, claro está. Porque son muy “tocables” para otros poderes, el de la corrupción, por ejemplo. En el último año el presidente de una corte le dio serenata a un mafioso, otro presidente consiguió apartamento en Dubai regalado por los Nule, un alto magistrado más aparece en las listas de pagos del mismo grupo con un cheque por cien millones. Mientras tanto algunos jueces de a pie fallan contra el Estado en muchas zonas del país, donde la fuerza de las mafias y de las Farc los mantiene en vilo.
La rama judicial requiere una reforma urgente para protegerla más, para que se ajuste al mandato constitucional, para que no sirva de último recurso a la criminalidad.
sábado, 4 de junio de 2011
Dos inconsistencias de Mockus
Cuando Antanas Mockus decidió meterse a la política estaba claro para todos que lo hacía como un monista, es decir, como alguien que cree que los caminos entre la moral y la política están despejados. Los monistas son una rareza en el mundo político; los únicos políticos que se comportan como monistas son los estadounidenses y la teocracia iraní. En el resto del mundo lo que hay son básicamente algunos dualistas y muchos cínicos.
Ahora. Los monistas pueden ser de dos clases. Los moderados que entienden las excepciones y aceptan que en política la contingencia suele ser la cara de la normalidad. Los radicales que creen a pie juntillas en la política de principios y tratan de acomodar el mundo a su horma. Los moderados suelen responder las preguntas políticas con un “depende”, mientras los radicales consultan su decálogo con la certeza de encontrar allí una respuesta. Los moderados están bien preparados para la política y suelen ser exitosos en ella. Los radicales suelen perfilarse como “antipolíticos” y normalmente les va mal.
Quince años después del ingreso de Mockus a la política, y casi diez de yo apoyarlo, voy arribando a la conclusión de que Mockus es un monista radical y que es muy difícil hacer un proyecto político exitoso bajo su jefatura. Un monista radical puede funcionar bien en muchas esferas pero en política no sólo resulta disfuncional, sino que puede ser peligroso. Esa es la primera inconsistencia de Mockus.
La segunda es anecdótica: hace un año cuando ÉL era candidato, Uribe no era malo y Petro no era bueno; hoy, cuando el candidato es OTRO, el Partido de la U es horrible, y Petro no es tan malo. Pareciera que Mockus sólo dice “depende” cuando se trata de él y no de la circunstancia. Aquí se pierde el filósofo y aparece el rey.
Ahora. Los monistas pueden ser de dos clases. Los moderados que entienden las excepciones y aceptan que en política la contingencia suele ser la cara de la normalidad. Los radicales que creen a pie juntillas en la política de principios y tratan de acomodar el mundo a su horma. Los moderados suelen responder las preguntas políticas con un “depende”, mientras los radicales consultan su decálogo con la certeza de encontrar allí una respuesta. Los moderados están bien preparados para la política y suelen ser exitosos en ella. Los radicales suelen perfilarse como “antipolíticos” y normalmente les va mal.
Quince años después del ingreso de Mockus a la política, y casi diez de yo apoyarlo, voy arribando a la conclusión de que Mockus es un monista radical y que es muy difícil hacer un proyecto político exitoso bajo su jefatura. Un monista radical puede funcionar bien en muchas esferas pero en política no sólo resulta disfuncional, sino que puede ser peligroso. Esa es la primera inconsistencia de Mockus.
La segunda es anecdótica: hace un año cuando ÉL era candidato, Uribe no era malo y Petro no era bueno; hoy, cuando el candidato es OTRO, el Partido de la U es horrible, y Petro no es tan malo. Pareciera que Mockus sólo dice “depende” cuando se trata de él y no de la circunstancia. Aquí se pierde el filósofo y aparece el rey.
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