No es necesario ser un fan para dejarse arrastrar por la probabilidad de ver a Bob Dylan, aun con casi 700 kilómetros de por medio. Ocurrió el 23 de marzo de 1995 en el Vorst Nationaal de Bruselas. Gran fatiga para hora y media de concierto con Dylan siempre mirando el suelo y apenas moviendo su blanco sombrero de ala ancha, para terminar con la única palabra que le dirigió al público: “good night”.
Ver a Bob Dylan representó para mí una obligación cultural y poca satisfacción. Después pasó lo que tenía que pasar, según supe después por el relato de Nick Hornby. Que a uno no le gusta demasiado, pero cuando menos piensa tiene gran parte de su discografía en los estantes de su sala. Y además aceptando que tal vez “Like a Rolling Stone” sea la mejor canción de todos los tiempos.
Se requieren tiempo, paciencia, voluntad para escrutar el enigma de la grandeza de Mr. Zimmerman. Tal vez porque Dylan habla a las mentes. Al menos esa es la interpretación que ofreció Bruce Springsteen en la inducción de Bob Dylan al Salón de la Fama en 1988. “Bob liberó la mente del modo como Elvis liberó el cuerpo”, dijo Bruce. Como sea, por el culto de la intelectualidad, por la manera en que le habló a la generación de 1960, por sus 54 elepés, por su capacidad de actualización… feliz cumpleaños señor Zimmerman.
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