Daniel Samper Pizano ha dedicado sus últimas columnas del 2010 a hacer elegías de Julian Assange. En 40 años nunca lo he leído tan apologético, tan dedicado a la hagiografía como con el fundador de Wikileaks. El argumento más fuerte que ha esgrimido es que prefiere a Assange sobre Kissinger.
Anacronismos aparte –porque tendría que decir que lo prefiere a Hillary Clinton– Samper El Bueno nos pone a escoger entre un tirano y un pirata, lo que desde luego se trata de una falacia. Aquí no hay dicotomía. No tenemos que escoger entre el secretismo del Estado y el panóptico de los piratas 2.0. Entre uno y otro hay muchas posibilidades. Si no lo creen, lean el artículo de Peter Singer “La diplomacia abierta es posible?: http://www.project-syndicate.org/commentary/singer69/Spanish.
Por supuesto, que tiene más glamour Assange que los piratas somalíes del océano Índico pero son lo mismo. Sólo que el australiano opera en escala global y usa recursos a través de los cuales roban todos los días las cuentas de correo, las claves de acceso a sitios comerciales y bancarios, y se vigilan las comunicaciones en internet a centenares de millones de personas.
domingo, 19 de diciembre de 2010
miércoles, 8 de diciembre de 2010
Wikileaks y las tres próximas guerras
Recordaba hace dos años (19 de febrero de 2009, Hipocresía y política IV) que Hannah Arendt había hallado en la lucha contra la hipocresía la explicación del carácter sangriento y terrorífico de la Revolución Francesa. Siguiendo las huellas jacobinas, Marx creía que la tarea de la crítica era despojar a las cadenas de las flores que las mimetizaban.
El trabajo de Wikileaks puede ser visto –y de hecho muchos espíritus liberales lo han visto– como la prosecución de esta supuesta misión moderna. Robert Wright (NYT, 08.12.10) cree lo contrario. El bloguero de Opinionator dice que el señor Assange cree que es un anti-Bush pero que en realidad es un anti-anti-Bush. El argumento es que Wikileaks es la mejor ayuda al neoconservatismo para profundizar las líneas de fractura que crearon los halcones de Bush.
Esto significaría que Wikileaks estaría ayudando sin proponérselo a la prolongación del tipo de guerras que la realpolitik desató durante el siglo XX. El tipo de guerras sobre las que Huntington llamó la atención y que sus malos lectores interpretaron como una prescripción. Las guerras modernas mutadas en guerras de la agonizante hegemonía europea contra las civilizaciones emergentes.
Sin embargo, el ataque frontal de Wikileaks al corazón de la diplomacia estatal es más bushista de lo que Wright percibe. La bandera de la transparencia es la justificación de la guerra preemptiva (preemptive war), núcleo duro de la doctrina de la dupla Bush-Rumsfeld. Sobre estos riesgos ya había advertido Philip Dick en el cuento que dio origen a Minority Report. Assange le estaría sirviendo así a las guerras que el fundamentalismo religioso de la extrema republicana puso en marcha desde el fin de la Guerra Fría, cuyo mejor ejemplo es la de Irak.
El último tipo de guerras parece haber empezado el 7 de diciembre. El ataque de la red de Assange contra los sistemas informáticos de un banco suizo y de Mastercard, precedido por los controles a las cuentas de Wikileaks; las amenazas de los hackers contra twitter y las de los bancos para neutralizar a PayPal; todo ello son los primeros anuncios de la guerra informática. Que por ahora sea la insinuación de una guerra virtual puede significar dos cosas: que tendremos pronto una nueva forma de guerra o que la vieja guerra con “efusión de sangre” usará también nuevas armas.
El trabajo de Wikileaks puede ser visto –y de hecho muchos espíritus liberales lo han visto– como la prosecución de esta supuesta misión moderna. Robert Wright (NYT, 08.12.10) cree lo contrario. El bloguero de Opinionator dice que el señor Assange cree que es un anti-Bush pero que en realidad es un anti-anti-Bush. El argumento es que Wikileaks es la mejor ayuda al neoconservatismo para profundizar las líneas de fractura que crearon los halcones de Bush.
Esto significaría que Wikileaks estaría ayudando sin proponérselo a la prolongación del tipo de guerras que la realpolitik desató durante el siglo XX. El tipo de guerras sobre las que Huntington llamó la atención y que sus malos lectores interpretaron como una prescripción. Las guerras modernas mutadas en guerras de la agonizante hegemonía europea contra las civilizaciones emergentes.
Sin embargo, el ataque frontal de Wikileaks al corazón de la diplomacia estatal es más bushista de lo que Wright percibe. La bandera de la transparencia es la justificación de la guerra preemptiva (preemptive war), núcleo duro de la doctrina de la dupla Bush-Rumsfeld. Sobre estos riesgos ya había advertido Philip Dick en el cuento que dio origen a Minority Report. Assange le estaría sirviendo así a las guerras que el fundamentalismo religioso de la extrema republicana puso en marcha desde el fin de la Guerra Fría, cuyo mejor ejemplo es la de Irak.
El último tipo de guerras parece haber empezado el 7 de diciembre. El ataque de la red de Assange contra los sistemas informáticos de un banco suizo y de Mastercard, precedido por los controles a las cuentas de Wikileaks; las amenazas de los hackers contra twitter y las de los bancos para neutralizar a PayPal; todo ello son los primeros anuncios de la guerra informática. Que por ahora sea la insinuación de una guerra virtual puede significar dos cosas: que tendremos pronto una nueva forma de guerra o que la vieja guerra con “efusión de sangre” usará también nuevas armas.
lunes, 6 de diciembre de 2010
Wikileaks: hipocresía y política V
Dice Umberto Eco que los cables de Wikileaks evidencian el incumplimiento del “deber de hipocresía”. El deber de hipocresía nos obliga a no repetir en público lo que se dice en privado. En este caso ni siquiera se trata de eso. Se trata –sigo parafraseando a Eco– de no repetir oficialmente lo que es de curso corriente en público, pero en medios no oficiales.
Aquí la hipocresía adquiere un matiz asombrosamente tenue. Se trata de que los diplomáticos le “hagan ver” a sus pares “que no saben”, lo que es de dominio público. De ignorar lo que intelectuales, académicos y otros sectores informados saben y promulgan a los cuatro vientos. Por ejemplo, de tratar a Cristina como si no fuera una pelele, a Chávez como un caballero, a Putin como un demócrata y al rey de Arabia como a un ilustrado.
La lucidez de Eco está en elevar la hipocresía a un deber de la política, al menos de la internacional. Y en elevarse por encima de la discusión sobre cierta idea ingenua y maximalista de la transparencia, y del integrismo que desconoce la propiedad de lo político, y con ello sataniza el secreto e, incluso, la discreción.
Véase: http://www.presseurop.eu/es/content/article/414691-hackers-vengadores-y-espias-en-diligencia
Aquí la hipocresía adquiere un matiz asombrosamente tenue. Se trata de que los diplomáticos le “hagan ver” a sus pares “que no saben”, lo que es de dominio público. De ignorar lo que intelectuales, académicos y otros sectores informados saben y promulgan a los cuatro vientos. Por ejemplo, de tratar a Cristina como si no fuera una pelele, a Chávez como un caballero, a Putin como un demócrata y al rey de Arabia como a un ilustrado.
La lucidez de Eco está en elevar la hipocresía a un deber de la política, al menos de la internacional. Y en elevarse por encima de la discusión sobre cierta idea ingenua y maximalista de la transparencia, y del integrismo que desconoce la propiedad de lo político, y con ello sataniza el secreto e, incluso, la discreción.
Véase: http://www.presseurop.eu/es/content/article/414691-hackers-vengadores-y-espias-en-diligencia
domingo, 5 de diciembre de 2010
Wikileaks y Hobbes
Cuando los principales periódicos del mundo llenan sus pantallas a todo lo ancho con los titulares que les proporcionan los cables de Wikileaks, uno no sabe que hacer. Por varias razones: la primera, es que la mayoría de esos datos ya habían sido divulgados y analizados por el periodismo investigativo de revistas como Foreign Policy, por ejemplo. Cuestión de leer un poquito más que los tres renglones de twitter.
Otra, es que se trata de cosas asentadas en las opiniones públicas nacionales y occidentales, que las ha pensado cualquier paisano y ahora se recubren de prestigio porque las afirma un funcionario de embajada: que si a la Kirchner la manejaba el marido, o Zapatero no sabe dónde está parado o el temor mexicano al avance narco, o que los árabes no quieren que los iraníes tengan la bomba (cosa predecible desde hace mil años, por cualquiera que conozca algo de historia).
Sin embargo, lo que más me asusta es volver a saber en qué manos está la información del mundo. Editores y periodistas reputados que se sorprenden como niños con las cosas que ya Cicerón, Bodino y Hobbes habían dicho del poder en una sabiduría bien establecida en el pensamiento político. Se trata de puro “amateurismo”. Y a un amateur lo asalta cualquier vivo como el señor Assange.
Otra, es que se trata de cosas asentadas en las opiniones públicas nacionales y occidentales, que las ha pensado cualquier paisano y ahora se recubren de prestigio porque las afirma un funcionario de embajada: que si a la Kirchner la manejaba el marido, o Zapatero no sabe dónde está parado o el temor mexicano al avance narco, o que los árabes no quieren que los iraníes tengan la bomba (cosa predecible desde hace mil años, por cualquiera que conozca algo de historia).
Sin embargo, lo que más me asusta es volver a saber en qué manos está la información del mundo. Editores y periodistas reputados que se sorprenden como niños con las cosas que ya Cicerón, Bodino y Hobbes habían dicho del poder en una sabiduría bien establecida en el pensamiento político. Se trata de puro “amateurismo”. Y a un amateur lo asalta cualquier vivo como el señor Assange.
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