lunes, 7 de noviembre de 2022

Elasticidad

Me informó en estos días uno de mis hijos —que trabaja en el sector salud, y como quien no quiere la cosa— que mi próximo cumpleaños marcará el cambio en los protocolos médicos. Empezarán a tratarme como viejo. Como todas las especializaciones, la medicina ve por un solo ojo: hay cosas en las que soy viejo hace décadas y otras en la que no parezco o no parecía: el gusto por el rock, el descuido con la contabilidad de los pasos diarios o saber el ritmo cardíaco tres veces al día, el humor y la ironía cotidianos, son cosas de una juventud atemporal, creo.

Nunca me había surgido la pregunta por la vejez. Como estudiante de filosofía me tomé en serio aquello de prepararme para la muerte que es uno de los corolarios de la pregunta por la vida y su sentido, pero la vejez no. Leí a Séneca, claro, y De senectute de Bobbio, también, aunque no lograron interesarme en el tema (la bibliografía crece con Améry, Bruckner, Nussbaum, entre otros). La irreflexiva adulación a la juventud que se desató en los últimos treinta años despertó en mí un sentido crítico parecido al de Fernando Savater —lo bueno de la juventud es que es un mal pasajero, dijo alguna vez— mas no me suscitó la necesidad de reflexionar sobre la vejez.

La preocupación me asaltó casi de repente viendo día a día el envejecimiento de mis papás; mi primera conclusión fue la misma del intelectual español: la vejez también es un mal aunque parece, por desgracia, menos pasajera que la juventud. El quid del asunto sigue siendo qué significa una vida digna de ser vivida —la vita vitalis que planteó Gorgias hace dos milenios y medio— y, entonces, cómo puede ser una vejez digna de ser vivida.

Hay sugerencias sensatas, es decir, nada de las mercaderías, cirugías o simulaciones creadas por los comerciantes que prolongan los cuentos sobre Ponce de León y la fuente de la eterna juventud en La Florida. Una de las que más me ha resonado la planteó mi bioenergética: elasticidad. Si se ve la vejez como un proceso de anquilosamiento tratar de conservar la elasticidad puede ser una buena forma de asumir conscientemente la lucha perdida contra el rigor mortis. La palabra anquilosis indica la dificultad de articular. Sus familiares derivadas del griego clásico son ángulos, esquinas, apoyaduras, prótesis, me quedo con soldadura; es muy diciente también la raíz indoeuropea que se traduce como ancla, quizás atadura.

La elasticidad o la resistencia a la anquilosis deben ser físicas y mentales como se predica dados los problemas de invalidez y alzhéimer. Hay que estirar el cuerpo y el cerebro, pero no solo. Desde una perspectiva social, las peores rigideces son las del corazón y del espíritu: la ortodoxia, el dogmatismo, la intolerancia, el sectarismo, son algunos de sus síntomas. Ese conjunto de rasgos, y otros afines, conducen a la decrepitud de una persona y de una sociedad.

El Colombiano, 16 de octubre

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