jueves, 28 de octubre de 2021

30 años de Achtung Baby

Acróbata

No creas todo lo que escuchas
No creas todo lo que ves
Basta que cierres los ojos
Para sentir al enemigo
Cuando te conocí
Tenías fuego en tu alma
¿Qué pasó en tu cara
De nieve desleída?
Ahora se ve así
Y puedes tragar
O puedes escupir
Puedes vomitar
O ahogarte
No, nada tiene sentido
Nada parece encajar
Sé que golpearías
Si supieras a quien golpear
Y me uniría a un movimiento
Si hubiera uno en el que pudiera creer
Sí, repartiría el pan y el vino
Si hubiera una iglesia a la cual entrar
Porque ahora necesito
Tomar una taza
Para llenarla
Y beberla despacio
No puedo dejarte ir
Debo ser un acróbata
Para hablar así
Y actuar así
Y puedes soñar
Así que sueña en voz alta
Y no dejes que los bastardos te aplasten
Oh, duele
(Que vamos a hacer ahora que todo está dicho)
 (No hay nuevas ideas en casa y se han leído todos los libros)
Puedes soñar
Así que sueña en voz alta
Y puedes encontrar
Tu propia salida
Puedes construir
Yo puedo hacerlo
Y puedes llamar
Puedes esconderte
O puedes aprovechar
En los sueños comienzan
Las responsabilidades
Yo puedo amar
Sé que la marea está cambiando
Así que no dejes que los bastardos te aplasten

Paul Hewson - U2, versión libre

lunes, 25 de octubre de 2021

Patriotismo solidario

Hace 25 años el economista y filósofo Philippe van Parijs formuló una serie de estrategias para afrontar los retos de la libertad y la igualdad en las sociedades capitalistas globalizadas. Una de ellas es el patriotismo solidario. ¿Por qué se necesitaría un patriotismo? ¿Por qué debería ser solidario?

Las fuerzas de la globalización ofrecen fuertes incentivos económicos para que el capital busque salarios precarios, impuestos bajos, menores restricciones de recursos; a los consumidores les permite más variedad en la oferta, precios baratos, ahorros más rentables. En un mercado global, el capital y el consumo se comportan de manera oportunista; no todos pueden hacerlo, pero los que pueden lo hacen. Las personas y organizaciones que actúan guiadas por el puro cálculo económico y el oportunismo subvierten el orden democrático y sus iniciativas sociales. Aquí deberían entrar en juego otro tipo de motivaciones: sentirse parte de una comunidad, compartir una historia y un futuro, contribuir a la construcción de una sociedad decente con instituciones decentes. A eso se le llama patriotismo.

Ese patriotismo es solidario porque hay variables políticas, éticas y sentimentales que se deberían tener en cuenta para tomar las decisiones económicas. El patriotismo incluso puede justificarse desde una narrativa más materialista, como lo vio Alexis de Tocqueville en Estados Unidos: va en beneficio propio actuar en pro del interés de los demás. La forma tradicional de controlar estas tendencias, de carácter coactivo y meramente económico, es el proteccionismo que beneficia al productor ineficiente con influencia política y castiga al consumidor y otros sectores económicos como el comercio o el trasporte internacional. Por ello, el proteccionismo no es patriótico, como dicen nacionalistas y populistas. 

Es patriotismo solidario invertir en la región en la que se vive (aunque los rendimientos sean menores), pagar los impuestos en el país del cual se hace parte (así sean mayores), fijar la residencia principal en el lugar de origen, hacer uso cotidiano de la lengua y los objetos culturales vernáculos, entre ellos las tradiciones y los ritos. Comprar a los productores locales, demandar los servicios que prestan los connacionales, animar las expresiones propias y apoyar el talento criollo, defender las instituciones que encarnan el esfuerzo de nuestra comunidad y que le devuelven a ella sus beneficios, es patriotismo solidario.

La filantropía no tiene nada que ver con el patriotismo solidario. La filantropía es como mandar la limosna por correo sin creer en Dios ni participar en la Iglesia, porque la solidaridad se alimenta de lo que llamo las prácticas de cercanía. Las primeras preguntas que deben hacerse es si una institución fomenta los contactos personales entre diferentes, qué tantos proyectos colectivos entre distintos impulsa, qué tanto integra personal, social, territorial y simbólicamente.

Un detalle. El subtítulo del libro de Van Parijs es Qué puede justificar al capitalismo (si hay algo que pueda hacerlo).

El Colombiano, 24 de octubre

lunes, 18 de octubre de 2021

Solidaridad

Reventaron los Pandora Papers, como antes los Panamá Papers y mañana los Petro Papers, digo yo, porque cada que sale una encuesta con Petro arriba un puñado de adinerados corre a llevarse la plata del país y se apura para conseguir pronto otra nacionalidad con la cual arroparse. En Pandora aparecieron los expresidentes Gaviria y Pastrana, y cuatro funcionarios del gobierno de Duque, la vicepresidente, la ministra de transporte, el embajador en Chile y el director de la Dian (“Estos son los colombianos en los Pandora Papers”, El Colombiano, 03.10.21). 

Estas prácticas son un peligro para la democracia, un sistema que se basa en una identidad, la equidad y un destino común, todo aquello que Aristóteles llamó la “comunidad de vida”. Por eso es particularmente grave que políticos profesionales y funcionarios públicos recurran a esos mecanismos. Algunos empresarios (Gilinsky, Sarmiento) simplemente pelan el cobre. Y la respuesta que ofrecen —cuando la ofrecen— solo empeora las cosas. César Gaviria, por ejemplo, se escudó diciendo que su operación era legal.

La profesora de Columbia Katharina Pistor observó al respecto que “cuanto más insistan las élites ricas y sus abogados en que todo lo que hacen es legal, menos confiará el público en la ley” (“The Pandora Papers and the threat to democracy”, Project Syndicate, 12.10.21). Añade que están olvidando que su riqueza fue posible gracias a la confianza en la ley, y que el deterioro de la confianza pública no fácil de subsanar. Pues la confianza, aunque no aparezca en los balances anuales, sigue siendo el principal activo de la empresa privada.

Siendo esto cierto, el problema más profundo quizás sea que estas élites, de antemano, han “roto prácticamente todos los lazos de solidaridad con las sociedades en las cuales habita” (Juan Carlos Flórez, “La élite María Antonieta y los Pandora Papers”, Semana, 09.10.21). Colombia se ha caracterizado por un débil sentido nacional y los responsables de construirlo hacen poco por fortalecerlo. Entre ellos, algunas franjas intelectuales que alucinan con las teorías cosmopolitas.

La solidaridad —fraternidad en el lenguaje de los republicanos del siglo XVIII— es uno de los pilares de la democracia, junto con la libertad y la igualdad. Y como estas, se trata de un programa, un objetivo, pero también de un ejercicio, de una práctica. Una práctica que depende menos de la bondad o de la generosidad o del discurso edificante que de la vivencia y la conciencia de ser prójimos. Prójimo es el cercano, aquel con quien compartimos la vida, sus problemas y alegrías, sus retos y calamidades. 

Las prácticas de cercanía no existen ya entre las clases altas y se están deteriorando a pasos agigantados en las medias. Sin una sólida comunidad de vida el ejercicio de la solidaridad es más arduo. Gobernantes y empresarios deberían demostrar que están haciendo ese esfuerzo.

El Colombiano, 17 de octubre

lunes, 11 de octubre de 2021

El afanado

La estupefacción que reina en Medellín es inédita; al menos en lo que concierne a mi memoria. Aun si hacemos caso omiso del narcicismo regional que supone que aquí los políticos no han robado en distintas formas a lo largo de los tiempos, lo que estamos presenciando sigue siendo sorprendente.

Nos habíamos acostumbrado al clientelismo como un mal menor e, incluso, necesario. Cínicamente el exgerente del Banco de la República Miguel Urrutia Montoya se atrevió, hace 30 años, a sostener la tesis de que el clientelismo era una forma de política social. De haberlo sabido, Hugo Chávez lo habría condecorado. Después incorporamos al folklor regional expresiones como la que le escuché a un taxista de Envigado: “aquí roban pero también hacen”; o motes legendarios como Luis 15, así en números arábigos, el signo % se sobreentendía.

Es que aquí los corruptos han sido parsimoniosos. Primero porque tienen un sentido de carrera profesional; hay futuro, hoy concejal, mañana congresista, pasado otra cosa. El hurto continuado es más astuto. Segundo porque conservan un instinto político. La política requiere legitimidad, no se debe pelear con todo el mundo al mismo tiempo, no se debe tumbar a todos a la vez. 

El estupor proviene del hecho de que Daniel Quintero quebrantó las reglas del político profesional malvado. Ya no queda sector de la vida pública sin escándalos: Hidroituango era la excusa demagógica, después vinieron los sectores de ambiente, niñez, salud, cultura, innovación, comunicaciones (ya viene tránsito). Todo esto en compañía de una camada de funcionarios cuyo lema es “hacer caso”, como dijo esta semana el gerente de Telemedellín. Que hay que hacer, diga no más. Como el lema de la Fábrica de Licores, “pa’las que sea”. La legitimidad no le interesa; gobierna con una corte burocrática traída de otras regiones y cuando acabe el periodo se irán todos, incluyéndolo, a vivir a otra parte.

Mi intuición es que Quintero tiene mucho afán y que ese afán se debe a que quiere jugar duro en las elecciones a congreso y, quizás, en las presidenciales. Poner una cuota grande en burocracia y dinero implicaba actuar a las malas, sin disimulos. Es posible que les cueste unas cuantas sanciones a él y a los que le “hicieron caso”, pero casa-finca por cárcel en el peor escenario no parece un disuasivo en esta época. Lo que no está claro es quiénes serán los beneficiarios. Iván Darío Agudelo, León Fredy Muñoz, un conservador solapado, casi seguro. ¿Y en las presidenciales?

Pacífico 1: El concesionario que suele ser correcto en el suroeste, dejó la vía intransitable entre Amagá y Salinas. Tres horas y más para transitar cinco kilómetros les costó a quienes retornaban el domingo 3 de octubre a Medellín. ¿Y saben qué? La gente tuvo que pagar el peaje como si no pasara nada.

El Colombiano, 10 de octubre

lunes, 4 de octubre de 2021

Darle las llaves al ladrón

La gobernabilidad en Colombia ha dependido históricamente de las transacciones entre el poder estatal radicado en Bogotá y los poderes concretos de las regiones. Ciertos márgenes autónomos a algunos departamentos, la entrega de funciones administrativas a élites regionales, la negociación cotidiana con los congresistas, todo eso hizo y hace parte de esos intercambios. Esos acuerdos se basan en el respeto la iniciativa presidencial y de la legalidad. El ejecutivo sí tiene la obligación de mantener a raya los apetitos de sus socios y de impedir que conviertan el servicio público en un latrocinio. Así fue hasta que Julio César Turbay inauguró la doctrina de mantener la corrupción en sus justas proporciones.

En situaciones de crisis, lo que hacen los gobernantes es dejar que otros roben: los congresistas y los jefes políticos locales, habitualmente. Ni siquiera de Ernesto Samper —el padre de la quiebra moral del país, si hay alguno— se puede decir que robara. De Gustavo Rojas Pinilla se dijeron muchas cosas (ciertas deben ser algunas), porque como advenedizo no gozaba de fueros. Fueron los nietos de Rojas, con el voraz carrusel de la contratación, los sorprendidos con las manos en la masa. 

Acá entran los hechos insólitos por los cuales este gobierno les entrega las llaves a los ladrones. Nos estamos enterando de que algunos involucrados en el escándalo del ministerio de las telecomunicaciones ya figuraban en los expedientes que llevaron a los hermanos Moreno Rojas a la cárcel (si es que están presos). Al menos cuatro individuos habían sido condenados, entre ellos el célebre Emilio Tapia, que licitó con el gobierno nacional y con varias alcaldías desde la cárcel. Aun así, el congreso hizo la vista gorda con la ministra y algunos columnistas sin vergüenza salieron en su defensa.

Como no pasa nada y los fusibles ya están quemados, el presidente de la república siguió orondo. Su propuesta de modificar la Ley de Garantías y permitir la contratación pública en medio de las elecciones no es otra cosa que darles licencia a alcaldes y gobernadores para intervenir con los dados cargados en las campañas para congreso y presidencia. Imaginen los lectores antioqueños los niveles que alcanzaría el festín que está haciendo Daniel Quintero en Medellín y piensen un momento en quiénes serían los beneficiarios del mismo.

A Duque los juristas le dicen que su propuesta es inconstitucional (Luis Fernando Álvarez, “Presupuesto y ley de garantías”, El Colombiano, 24.09.21); el expresidente Álvaro Uribe le pidió “no derogar ley garantías. Protejamos la honra del Gbno.” (“Álvaro Uribe frustra el plan de Duque de tumbar ley de garantías”, La silla vacía, 28.09.21). El presidente no ve, es sordo o no entiende.

Iglesia de San Ignacio: un anticlericalismo ingenuo y farandulero se organiza para asaltar actos religiosos y dañar el patrimonio histórico. Retorno a prácticas inútiles y condenables.

El Colombiano, 3 de octubre