Todos conocemos la dureza de corazón de los tecnócratas que
viven en mundos de papel y de números, y de los gobiernos —como el de Iván
Duque— que parecen nombrados por la Casa Blanca, las farmacéuticas y quién sabe
quién más. Hablar mal de ellos es fácil, aunque siempre sea necesario, dada la
estolidez de gran parte de nuestra ciudadanía. Criticar a las gentes de corazón
blando, a los agitadores de las banderas de las buenas causas, es más difícil.
La pandemia del Covid-19 y, más precisamente, las
inclementes medidas tomadas por la mayoría de los gobiernos occidentales (el
argentino y el colombiano entre los más brutales), puso a prueba estos
corazones blandos. No la pasaron. ¿Qué se hicieron los defensores del derecho a
la vida, de los pobres, de los niños, de las mujeres, de la educación, de la
paz, de la libertad?
Aunque los datos de mortalidad siguen siendo imprecisos, sabemos
que hay un excedente de muertos que no explica el Covid-19 y que pueden ser
atribuidos a los daños colaterales de las medidas que tomaron los gobiernos y
que incluyen la discriminación contra todos los enfermos que no gozaban del
privilegio de padecer la enfermedad de moda. Japón publicó sus datos mostrando
grandes incrementos en el suicidio. ¿Dónde estaban los defensores del derecho a
la vida?
Los datos mundiales muestran que los pobres, a causa de la
pobreza, han padecido más duramente los efectos de la pandemia. En Bogotá, “enfermarse
de un caso grave de Covid ha sido ocho veces más probable para un individuo en
el estrato más bajo, donde se concentra la población más pobre, en
comparación con la más alta”, según estudio de la Universidad de Los Andes (“The
socioeconomic patterns of COVID outside advanced economies: the case of Bogotá”, Eslava y otros, Documento Cede #45). No debe ser
muy distinto para otras regiones del país, seguramente peor. ¿Dónde estaban los
defensores de los pobres?
Cinco meses de encierro, para encubrir las deficiencias y la
corrupción en el sistema de salud, agravaron la violencia intrafamiliar, el
abuso y el maltrato físico contra los niños y las mujeres. ¿Dónde estaban
quienes en tiempos normales se rasgaban las vestiduras antes estos hechos?
De cuenta de una conectividad y una virtualidad que solo
existen en la imaginación de la ministra de educación, la mitad de la niñez y
la juventud colombiana perdió un año que tendrá efectos duraderos. Las
limitaciones a las libertades coartaron la posibilidad de la movilidad de las
personas y del culto religioso; los defensores de la paz se autocensuraron y no
salieron a la calle de cuenta del virus. La educación, la religión, la paz,
tuvieron que ceder al poder del miedo.
Dicen que el SARS-CoV-2 es un virus pulmonar. Se me hace que
también daña el corazón.
El Colombiano, 6 de diciembre