lunes, 26 de octubre de 2020

Derrumbe educativo

Cuando uno mira el informe de la Unesco sobre el cierre de establecimientos educativos en el mundo, decretado por los gobiernos con ocasión del covid-19, se encuentra con que ni los centros de la civilización ni los países destacados como modelo en la contención del virus clausuraron completamente los centros educativos. Con excepción de España, Gran Bretaña, Italia y Canadá, el mapa del cierre se concentra en el mundo en desarrollo: África, América Latina, Europa Oriental y el subcontinente indio (https://en.unesco.org/covid19/educationresponse). Estas regiones —que el diseñador de la gráfica puso en un morado mortuorio— muestran pequeñas islas de sensatez, entre las cuales se destaca Uruguay.

Se nos hizo creer que clausurar la educación era lo normal y lo correcto, pero no fue así. Ningún ejemplo y ninguna cifra respalda esa decisión. El Secretario General de la ONU Antonio Guterres caracterizó la situación como una “catástrofe generacional” y planteó que el retorno de los estudiantes era prioritario (CNN, “We're facing a 'generational catastrophe' in education, UN warns”, 04.08.20). Estudios han demostrado los efectos perversos de esa medida y centenares de expertos, exministros de educación y administradores educativos les pidieron a los gobiernos que la detuviera (incluyendo al colombiano). Esta catástrofe, básicamente, será una responsabilidad de los gobiernos.

Digo básicamente, porque no es solo de ellos; al menos no es solo responsabilidad del gobierno de Duque. El caso del sindicalismo magisterial, organizado en Fecode, es patético. Su oposición a la alternancia “bajo ninguna modalidad” en las actividades escolares demuestra que les importa más su posición laboral que el estado de los menores y jóvenes y, ya lo sabíamos, que la educación. He escuchado y visto muchos casos de esfuerzo denodado de maestros, por lo cual no quiero inculparlos. La responsabilidad recae en el sindicato, los jefes de núcleo y los secretarios de educación que se fueron por la fácil y ahora se oponen a las medidas de retorno, agravando la situación de la población estudiantil y sus familias.

El otro actor importante son las familias. No tengo datos, pero da la impresión de que la mayoría de las familias han enviado a sus hijos a estudiar desde que empezó la reapertura. Si es así, se demostraría que las asociaciones de padres que se estaban oponiendo tampoco reflejan el sentir de sus afiliados. Ahora bien, a esa minoría, que en los casos que he consultado representa el 20% o menos, debería cuestionársele y pedírsele muy buenas razones para que actúen como lo está haciendo.

Todas las previsiones apuntan a un aumento de la brecha educativa, laboral y económica entre países y grupos poblacionales como consecuencia de esta y otras medidas primitivas. Es un grave daño a los más jóvenes y, entre ellos, a las mujeres y a los de menores ingresos. Se sabe pero no se aplica: la educación importa.

El Colombiano, 25 de octubre.

jueves, 22 de octubre de 2020

Diez máximas de Nassim Taleb

Que no haya... 

Amistad sin confianza,

Opinión sin consecuencias,

Vida sin esfuerzo,

Amor sin sacrificio,

Poder sin justicia,

Hechos sin rigor,

Enseñanza sin experiencia,

Valores sin prácticas,

Virtud sin riesgo,

Ciencia sin escepticismo.

Mi selección de la última página de

Nassim Nicholas Taleb (2017), Jugarse la piel: asimetrías ocultas en la vida cotidiana. Barcelona: Paidós. Trad. Antonio Rodríguez Esteban.




lunes, 19 de octubre de 2020

Salir de la gallera

Tocó esta semana un tema crucial Alberto Velásquez Martínez (“Exacerbación suicida”, El Colombiano, 14.10.20). En sus palabras, se trata de “la degradación que tiene la lucha política colombiana, en donde los adversarios no son contradictores sino enemigos”. Es una tesis fundamental para entender la situación del país. ¿Cómo fue posible que pasáramos del pacto de 1991 a la situación de hoy? El 4 de julio de 1991 el acto de firma de la constitución estuvo encabezado por un exguerrillero, la personalidad más brillante del conservatismo y la figura momentánea del progresismo liberal. Recordemos, —casi cogidos de la mano— eran Antonio Navarro Wolf, Álvaro Gómez Hurtado y Horacio Serpa Uribe.

La civilidad, la compostura en la lucha política, la lealtad en la contienda electoral, el uso moderado de las formas en el trato y en el proselitismo partidista dejaron de ser los rasgos dominantes de la vida pública colombiana. Las reglas de juego democráticas fueron desplazadas por la “exacerbación”, la palabra que usa Velásquez Martínez.

A mí me gustan dos imágenes, la de la plaza pública y la de la gallera. En la plaza pública predominan el respeto, arreglos conversacionales y unas pautas básicas de la cortesía, en la gallera —según el estereotipo de la literatura latinoamericana— se imponen el machismo, la altanería y, al final, la violencia. Es difícil pasar por alto el hecho de que la gallera ha sido una obra de Álvaro Uribe quien, según sus propias palabras, vive “cargado de tigre”. Pero como en los gallos se necesitan dos, ahí está Gustavo Petro como imagen especular. Si fueran más divertidos podríamos compararlos con Batman y Guasón, y se necesitan mutuamente, como este último suele decirle al primero.

Este ciclo (radicalismo, incapacidad de pactar y violencia) lo vivió Colombia a finales del siglo XIX y a mediados del siglo XX y ambos momentos condujeron a dos de las guerras civiles más calamitosas. En ese entonces los montones de muertos condujeron, por fortuna, al viraje de los dirigentes y el país logró entrar en sus períodos de paz más largos (1903-1946 y 1958-1980).

Pero no se trata solo de un tema de personalidades. En el país reina la desconfianza general: en las instituciones públicas y privadas, los jefes políticos, y las personas, sean amigos o familiares. Las aguas profundas que han socavado la confianza son, a mi manera de ver, el pacto implícito que sectores políticos mantienen con el narcotráfico; la ruptura de las reglas institucionales generada por la reelección presidencial, que destrozó el equilibrio de poderes, politizó los organismos judiciales e impuso el hiperpresidencialismo; el quebrantamiento de la representación democrática; y la percepción ciudadana sobre el desbordamiento de la corrupción.

Para recomponer el camino lo primero que tenemos que hacer es abandonar la gallera y volver a la plaza pública. Y esto requiere otros líderes.

El Colombiano, 18 de octubre

lunes, 12 de octubre de 2020

Jimi, Janis

Si hubiera nacido ocho o diez años antes, 1970 habría sido uno de los años tristes de mi vida. A mis doce años había pobreza, no tristeza. Era un culicagao que vibraba con Alí, Pelé y Cochise, con el viaje a la luna, el rock brincón en español (que es de los sesenta), las versiones resumidas de los libros clásicos para jóvenes, Batman y El Santo, y las canciones alegres de The Beatles. Ellos no habían llegado a mis oídos; si los hubiera escuchado no los habría comprendido. Jimi Hendrix y Janis Joplin me llegaron después de los quince; con la adolescencia, la callejeadera y la rebeldía.

Su muerte en la cima del reconocimiento —el 18 de septiembre, él; ella, el 4 de octubre— creó muchos mitos: el del club de los 27, que generó imitaciones, muchas de ellas quizás inconscientes y que se llevaron a Andrés Caicedo, y dio lugar a especulaciones esotéricas, no solo con el número, también con la letra jota, por su antecesor Brian Jones y su seguidor Jim Morrison (los cuatro muertos a los 27 en un periodo de 24 meses). Y, hay que decirlo, su propio mito, el de Jimi y el de Janis. Ellos dos son más que materia mórbida para relatos románticos, más que cadáveres exquisitos.

La muerte y la fama —que puede ser otra forma de estar muerto— ocultan la lucha por la vida, la fatiga formativa, la veracidad del arte. Jimi y Janis no eran solo un guitarrista y una cantante, eran, el uno, un artista de la guitarra, la otra, una artista de la voz, como dice Thomas Bernhard de Glen Gould, que era un artista del piano. Como Gould (perdonen los apocalípticos, en la acepción de Umberto Eco), ellos no solo eran distintos, además fueron mucho más que virtuosos y más grandes que los simples virtuosos, porque el arte verdadero siempre supera a la técnica. Sus pares lo sabían. Hay que escuchar a Eric Clapton contando el encandilamiento de los guitarristas británicos viendo en Londres a ese muchacho negro desconocido haciendo cosas que nadie había hecho con los trastes y las cuerdas. O ver la imagen de Mama Cass con la boca abierta y la expresión asombrada escuchando a una joven anónima texana en la tarima del Festival de Monterey.

Hendrix y Joplin establecieron parámetros para sus interpretaciones y estilos que siguen intocables. ¿Quién pensaría que “Summertime” de Gershwin, interpretada por Billie Holiday, Ella Fitzgerald y Nina Simone, quedaría fijada durante más de medio siglo en la versión de Janis? ¿Que la sociedad londinense consagrara un pequeño santuario para recordar a Jimi al lado Georg Friedrich Händel?

Después de medio siglo siguen estremeciéndome, la voz, la guitarra, “Are you experienced”, “Cheap Thrills”.

Saludo a Gabo Ferro (1965-2020), “músico, historiador, poeta y performer”, que nos acompañó.

El Colombiano, 11 de octubre

lunes, 5 de octubre de 2020

Lecturas consoladoras

La 13ª Fiesta del libro y la cultura será poco festiva. No hubo, al parecer, ningún esfuerzo para tratar de hacer eventos presenciales y alternarlos con otras actividades remotas. Y esto, a pesar de que la sede habitual es el Jardín Botánico y de que se podían establecer protocolos y controles de público. Es mejor irse por la fácil, y vender libros no es importante para la gente seria.

Recomiendo unos consuelos.

Pasando fatigas (Interfolio, 2018) es un libro de viajes escrito por Mark Twain (1835-1910), el famoso autor Tom Sawyer y Huckleberry Finn. Una exploración personal, perspicaz, llena de humor, de un viaje entre Missouri y Nevada en plena fiebre de la minería en el Lejano Oeste. Twain nos recuerda los tiempos, que ya parecen lejanos, en que se podían hacer bromas sobre los pobres, los enfermos, los indios, los mormones y toda autoridad, y nos pinta la vida en tierras de todos y de nadie.

Antifrágil (Paidós, 2013), libro del ensayista libanés Nassim Taleb, autor de “El cisne negro”, al cual accedí con retraso. Taleb es un filósofo “empírico escéptico”, según sus palabras; fue corredor de bolsa durante más dos décadas y es un divulgador eximio. Este libro, al que considera su obra más importante, defiende los beneficios que para la vida personal, corporativa y social tienen el azar, la tensión, el desorden y el riesgo, en sus prudentes medidas. Sarcástico, contraintuitivo, bien informado, es una cachetada a la cultura contemporánea, desde el fitness hasta la política.

Esteban Duperly publicó Dos aguas en 2018 (Angosta). Una novela corta, sobria, detrás de la cual se esconde una serie de problemas morales muy actuales. La pluma (¿el computador, debería decir?) de Duperly no se deja arrastrar por la metáfora poderosa de las dos aguas, ni por los lugares comunes sociológicos que aquejan a muchos de nuestros escritores más reconocidos y que echan a perder la prosa y la historia. Una grata sorpresa.

Contexto es un medio digital nacido en Barranquilla en medio de la pandemia, porque hay gente valiente en este país. Un sitio para mirar a Colombia desde el Caribe y para que los demás colombianos conversemos con los caribeños. Puede verse, también, como un canal para suscitar conversaciones entre provincias y provincianos. Figuras notables y diversas como Ramón Illán Bacca, Gustavo Bell y Antonio Celia, están entre sus promotores. Leer en contextomedia.com

Iván Garzón Vallejo, profesor de la Universidad de La Sabana, es uno de los principales estudiosos colombianos sobre el papel de la religión en la sociedad actual, de las limitaciones del laicismo y los retos de los creyentes. Acaba de publicar Rebeldes, románticos y profetas: La responsabilidad de sacerdotes, políticos e intelectuales en el conflicto armado colombiano (Ariel, 2020). El laberinto que conecta y distancia a los católicos respecto de la violencia política.

El Colombiano, 4 de octubre

viernes, 2 de octubre de 2020

Libro Democracia y libertad: una discusión contemporánea

 


Este libro -publicado por Lecturas Comfama- contiene cuatro partes.

La primera, está integrada por presentaciones: de la colección editorial, por David Escobar, Director de Comfama; y un Post-scriptum, o sea una expliación postcrisis del Covid19, y la presentación original del libro, entregada a correcciones antes de ella.

La segunda, es una introducción conceptual y contextual a la reflexión sobre la situación de la democracia liberal en el mundo occidental, incluyendo Latinoamérica y Colombia.

La tercera parte está integrada por los textos que publicó The Economist en 2018 sobre la renovación del liberalismo en el siglo XXI. Dichos textos fueron traducidos con mi colega en la Universidad Eafit Leonardo García Jaramillo. El ensayo, que sepamos, ve por primera vez la luz en español.

La cuarta y última parte se titula "Cuatro discusiones ampliadas y una exhortación de Alberto Lleras". Allí se presentan unas consideraciones sobre la crisis del Covid19, la oposición política, la equidad social y la renta básica; al final, se reproduce un texto fundamental, a mi manera de ver, de Alberto Lleras Camargo.